El rey Juan Carlos ha advertido a los españoles que les esperan "grandes sacrificios", pero ha olvidado añadir que a él y a la Casa Real también les afectarán.
A nuestro borbón, ya mayor, le fallan los reflejos o tal vez se siente tan seguro ante un pueblo de imbéciles esclavos que nunca exige nada que olvida que el liderazgo conlleva la obligación de ser ejemplar y que los lujos y privilegios ostentosos de la Casa Real, en estos tiempos difíciles, cuando los españoles padecen privaciones y están invadidos por la tristeza, son injustos y constituyen toda una provocación intolerable.
La casta política española en pleno, desde el primero al último, unos por acción y otros por omisión o silencio cómplice, es un estamento deplorable y posee un inmenso déficit de decencia y dignidad, que se manifiesta en múltiples detalles, pero, sobre todo, en sus privilegios mantenidos a toda costa frente a un pueblo empobrecido, que padece cada día más una crisis cuyos culpables son, precisamente, esos políticos que nadan en la abundancia y el privilegio, sin arriesgar nada, inmersos en la sucia injusticia de ser impunes y de no rendir cuentas ante el pueblo soberano al que han arruinado y arrebatado la esperanza y el futuro.
Los ciudadanos están cada día más cabreados con sus gobernantes, a los que culpan directamente de sus desgracias por haber practicado el despilfarro, el mal gobierno, el egoísmo y la arrogancia, pero lo que más indigna y enerva al ciudadano es el lujo ostentoso de sus dirigentes, un capítulo en el que la Jefatura del Estado es "lider".
A nuestro borbón, ya mayor, le fallan los reflejos o tal vez se siente tan seguro ante un pueblo de imbéciles esclavos que nunca exige nada que olvida que el liderazgo conlleva la obligación de ser ejemplar y que los lujos y privilegios ostentosos de la Casa Real, en estos tiempos difíciles, cuando los españoles padecen privaciones y están invadidos por la tristeza, son injustos y constituyen toda una provocación intolerable.
La casta política española en pleno, desde el primero al último, unos por acción y otros por omisión o silencio cómplice, es un estamento deplorable y posee un inmenso déficit de decencia y dignidad, que se manifiesta en múltiples detalles, pero, sobre todo, en sus privilegios mantenidos a toda costa frente a un pueblo empobrecido, que padece cada día más una crisis cuyos culpables son, precisamente, esos políticos que nadan en la abundancia y el privilegio, sin arriesgar nada, inmersos en la sucia injusticia de ser impunes y de no rendir cuentas ante el pueblo soberano al que han arruinado y arrebatado la esperanza y el futuro.
Los ciudadanos están cada día más cabreados con sus gobernantes, a los que culpan directamente de sus desgracias por haber practicado el despilfarro, el mal gobierno, el egoísmo y la arrogancia, pero lo que más indigna y enerva al ciudadano es el lujo ostentoso de sus dirigentes, un capítulo en el que la Jefatura del Estado es "lider".