Pablo Iglesias conoce perfectamente la debilidad de los socialistas y los está destrozando con ofertas de poder. Primero ofreció una alianza para alcanzar el gobierno que Pedro Sánchez tuvo que rechazar, forzado por algunos de sus barones. Ahora ofrece una alianza para ganar el Senado, que aunque Pedro Sánchez ha rechazado, la aceptan algunos de sus barones rebeldes. La causa es siempre la misma: a un partido que carece de ideología y de espíritu de servicio, solo le queda ambición de poder y de privilegios. El PSOE, mas que un partido dispuesto a conducir a su pueblo hacia la justicia, la prosperidad y el progreso, es una tribu siempre en busca de botín o una caja registradora.
Al PP le ocurre lo mismo que al PSOE, que también ha abandonado sus orígenes ideológicos, sobre todo el liberalismo y la inspiración cristiana, para transformarse en una horda adicta al poder y dispuesta siempre a repartirse el botín del Estado.
Y no hablemos del nacionalismo independentista, podrido por el odio a España, la mentira y una corrupción que, aunque parezca increíble, supera a la ya tremenda de los partidos de ámbito nacional.
La realidad es dura; la falta de principios, el desprecio a la democracia y la ausencia de armaduras ética e ideológica han convertido a la actual clase política española en mercenaria y muchos de sus miembros traicionarían a sus ideas y a sus partidos si otro les ofrece más poder, privilegios y botín.
Esa es la verdadera desgracia de España, un país que carece de una clase política preparada, decente, generosa y capacitada para el liderazgo. Los ciudadanos, desde hace décadas, sospechaban que estaban siendo gobernado por gente sin valor ni mérito, pero ahora la sospecha se ha convertido en certeza y es consciente de que España está en manos de partidos que, por sus delitos acumulados y comportamiento, quizás merezcan ser precintados y disueltos por los tribunales de Justicia.
El PP no sabe qué hacer con un Rajoy quemado y amortizado; el PSOE teme que Sánchez sea otra plaga frívola, igual que lo fue Zapatero; Iglesias, con sus errores de principiante, está conduciendo a Podemos hacia el fracaso y Albert Rivera tiene el problema de que, después de sus apoyos a los socialistas, ya nadie cree en su cacareada vocación regeneradora.
Francisco Rubiales
Al PP le ocurre lo mismo que al PSOE, que también ha abandonado sus orígenes ideológicos, sobre todo el liberalismo y la inspiración cristiana, para transformarse en una horda adicta al poder y dispuesta siempre a repartirse el botín del Estado.
Y no hablemos del nacionalismo independentista, podrido por el odio a España, la mentira y una corrupción que, aunque parezca increíble, supera a la ya tremenda de los partidos de ámbito nacional.
La realidad es dura; la falta de principios, el desprecio a la democracia y la ausencia de armaduras ética e ideológica han convertido a la actual clase política española en mercenaria y muchos de sus miembros traicionarían a sus ideas y a sus partidos si otro les ofrece más poder, privilegios y botín.
Esa es la verdadera desgracia de España, un país que carece de una clase política preparada, decente, generosa y capacitada para el liderazgo. Los ciudadanos, desde hace décadas, sospechaban que estaban siendo gobernado por gente sin valor ni mérito, pero ahora la sospecha se ha convertido en certeza y es consciente de que España está en manos de partidos que, por sus delitos acumulados y comportamiento, quizás merezcan ser precintados y disueltos por los tribunales de Justicia.
El PP no sabe qué hacer con un Rajoy quemado y amortizado; el PSOE teme que Sánchez sea otra plaga frívola, igual que lo fue Zapatero; Iglesias, con sus errores de principiante, está conduciendo a Podemos hacia el fracaso y Albert Rivera tiene el problema de que, después de sus apoyos a los socialistas, ya nadie cree en su cacareada vocación regeneradora.
Francisco Rubiales