El PSOE de ZP tiene como modelo y meta lo que ha ocurrido en Andalucía, donde el PSOE gobierna desde hace más de un cuarto de siglo y aspira a convertirse en un poder casi eterno, que derrota una y otra vez a una oposición impotente y desmoralizada. Zapatero ha extraído del presidente andaluz, Manuel Chaves, toda la información que necesita y ha encomendado al gran fontanero Rubalcaba que diseñe y ejecute la demolición de la derecha, una operación ya en marcha que pretende alejar al PP del poder durante al menos seis legislaturas.
No es una fábula sino un plan perfectamente diseñado y ya en ejecución, cuyo eje central es el aislamiento político y parlamentario del PP mediante la creación de una fuerte red de alianzas que vincule al PSOE con los partidos nacionalistas y con los debilitados restos del antiguo marxismo. La paz con ETA sería el broche de oro que cerraría esa estrategia y que condenaría a un PP aislado y sin otro discurso que el lamento a una oposición casi eterna.
El PP, que ha visto la jugada, sabe que lo que sus adversarios pretenden no es vencerlo, sino exterminarlo, y se está resistiendo al acoso y derribo con una maniobra arriesgada que apela al núcleo de la democracia: fraguar una alianza directa con los ciudadanos, a los que está pidiendo que se manifiesten activamente, por el momento con su firma, en contra de lo que considera como la mayor debilidad de su adversario de izquierda: sus tendencias intervensionistas y autoritarias, plasmadas en el impopular Estatuto de Cataluña, un documento que, en buena ley, no pasaría el filtro de cualquier democracia avanzada del mundo.
El problema de la jugada del PP es que cuando se apela a un recurso extraordinario, el riesgo crece exponencialmente y, si la jugada sale mal, suele generar desmoralización y más debilidad. Esa alta densidad de riesgo está generando dudas en las filas del PP, que vacila ahora en el momento de apostar con todas sus fuerzas por un referendum ciudadano.
De cualquier modo, la democracia española se ha convertido hoy en un circo donde los ciudadanos asisten no a una carrera de cuadrigas, como es costumbre, sino a una pelea a muerte de gladiadores. La política se ha hecho más cruel porque cada partido quiere exterminar al otro y perpetuarse lo más posible en el control del gobierno y de la sociedad.
La sociedad civil española asiste a esta lucha entre partidos desarmada y en profunda postración. Hasta ahora, tanto la derecha como la izquierda españolas hicieron todo lo posible por debilitar a la sociedad civil, a la que consideraban un obstáculo para sus ansias de poder y de dominio, pero la situación está cambiando porque el PP, que se siente acosado, al recurrir directamente a los ciudadanos, está fortaleciendo, quizás sin saberlo, a esa sociedad civil, que comienza a adquirir conciencia de sus posibilidades y del peligro que corre España si sus grandes retos y problemas vitales siguen siendo manejados en exclusiva por unos políticos desacreditados, que han demostrado hasta la saciedad que anteponen sus intereses de partido a los intereses colectivos y sus ventajas y privilegios a la búsqueda del bien común.
En estas circunstancias, en las que la ideología cuenta poco y casi todo se reduce a una lucha feroz por el poder entre el PSOE, rodeado de partidos aliados y satélites, y el aislado PP, los demócratas, ciudadanos conscientes y amantes de la libertad deben evitar por todos los medios que un partido se imponga sobre el contrario y que se rompa así el equilibrio de poderes y la alternancia, dos condiciones imprescindibles para la democracia, lo que convertiría a España en una especie de “Gran Andalucía” eternamente dominada por los mismos.
No es una fábula sino un plan perfectamente diseñado y ya en ejecución, cuyo eje central es el aislamiento político y parlamentario del PP mediante la creación de una fuerte red de alianzas que vincule al PSOE con los partidos nacionalistas y con los debilitados restos del antiguo marxismo. La paz con ETA sería el broche de oro que cerraría esa estrategia y que condenaría a un PP aislado y sin otro discurso que el lamento a una oposición casi eterna.
El PP, que ha visto la jugada, sabe que lo que sus adversarios pretenden no es vencerlo, sino exterminarlo, y se está resistiendo al acoso y derribo con una maniobra arriesgada que apela al núcleo de la democracia: fraguar una alianza directa con los ciudadanos, a los que está pidiendo que se manifiesten activamente, por el momento con su firma, en contra de lo que considera como la mayor debilidad de su adversario de izquierda: sus tendencias intervensionistas y autoritarias, plasmadas en el impopular Estatuto de Cataluña, un documento que, en buena ley, no pasaría el filtro de cualquier democracia avanzada del mundo.
El problema de la jugada del PP es que cuando se apela a un recurso extraordinario, el riesgo crece exponencialmente y, si la jugada sale mal, suele generar desmoralización y más debilidad. Esa alta densidad de riesgo está generando dudas en las filas del PP, que vacila ahora en el momento de apostar con todas sus fuerzas por un referendum ciudadano.
De cualquier modo, la democracia española se ha convertido hoy en un circo donde los ciudadanos asisten no a una carrera de cuadrigas, como es costumbre, sino a una pelea a muerte de gladiadores. La política se ha hecho más cruel porque cada partido quiere exterminar al otro y perpetuarse lo más posible en el control del gobierno y de la sociedad.
La sociedad civil española asiste a esta lucha entre partidos desarmada y en profunda postración. Hasta ahora, tanto la derecha como la izquierda españolas hicieron todo lo posible por debilitar a la sociedad civil, a la que consideraban un obstáculo para sus ansias de poder y de dominio, pero la situación está cambiando porque el PP, que se siente acosado, al recurrir directamente a los ciudadanos, está fortaleciendo, quizás sin saberlo, a esa sociedad civil, que comienza a adquirir conciencia de sus posibilidades y del peligro que corre España si sus grandes retos y problemas vitales siguen siendo manejados en exclusiva por unos políticos desacreditados, que han demostrado hasta la saciedad que anteponen sus intereses de partido a los intereses colectivos y sus ventajas y privilegios a la búsqueda del bien común.
En estas circunstancias, en las que la ideología cuenta poco y casi todo se reduce a una lucha feroz por el poder entre el PSOE, rodeado de partidos aliados y satélites, y el aislado PP, los demócratas, ciudadanos conscientes y amantes de la libertad deben evitar por todos los medios que un partido se imponga sobre el contrario y que se rompa así el equilibrio de poderes y la alternancia, dos condiciones imprescindibles para la democracia, lo que convertiría a España en una especie de “Gran Andalucía” eternamente dominada por los mismos.