El Partido Popular, tras descubrir que los españoles no votan, como los europeos, con la mano en la cartera, sino cabreados, rasgo que constituye una de las claves más importantes de la democracia española, ha convertido la crítica, la descalificación y la demonización del adversario en las piezas claves de su estrategia política.
Fascinada con aquel "Vayase señor González" que tanto rédito le produjo al gris Aznar, que terminó echando de la Moncloa, en 1996, a un Felipe Gonzalez que, dotado de gran carisma y maestro de la dialéctica, parecía invencible, la derecha está ahora practicando con éxito el acoso y derribo contra el débil Zapatero, cuyos errores y carencias están facilitando la labor de demolición emprendida por los populares.
Poco a poco, a medida que la democracia española se degrada y los partidos se vuelven máquinas obsesionadas por el poder, las estrategias de destrucción, lamentablemente, se imponen a las de construcción.
También la izquierda española la ha empleado con éxito y con resultados espectaculares, a juzgar por los réditos que produjo la campaña del "Prestige" y, sobre todo, por lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, cuando los españoles, agitados por los medios afines al socialismo y cabreados porque percibieron que el gobierno de Aznar quería engañarlos, votó al PSOE y arrojó al PP de la Moncloa, contra todo pronóstico.
Ciertamente, las estrategias de destrucción son, por desgracia, extraordinariamente eficaces en la política española, donde, según numerosos expertos, las elecciones, más que ganarlas un partido de la oposición, siempre las pierde el partido que está en el poder.
Para lograr desalojar al adversario del gobierno, los estrategas y expertos en marketing político recurren al sucio y negativo método de desacreditar al adversario y, lo que es peor, a generar un descontento en la sociedad que siempre se traduce en una "venganza" en las urnas contra los que gobiernan.
Lo grave es que esos métodos no sólo degeneran la democracia, cuya esencia es el pacto que suscribe una nación para convivir juntos y en armonía, sino que también desprestigian a los políticos, envilecen a los demócratas y provocan una estampida de los ciudadanos, que se alejan de un sistema político negativo y crispado, que huele mal.
El Partido Popular está utilizando ahora contra Zapatero una implacable estrategia de demolición cuyo objetivo es desgastarlo, cabrear a los españoles y provocar que la sociedad, crispada y amargada, expulse del poder a los que la gobiernan. En esa batalla, la derecha emplea toda su artillería, incluyendo sus think tanks, que generan ideas y argumentos contra los socialistas, y sus medios de comunicación y periodistas afines, encargados de airearlos y repetirlos hasta la saciedad.
La negociación con ETA, torpemente llevada por un Zapatero que ofrece un flanco débil y servil al no exigir a los asesinos etarras contrapartidas, ni siquiera que pidan perdón y abandonen las armas, se está demostrando frágil ante las tácticas demoledoras de la derecha.
El problema es que el "no a todo" y la crítica inmisericorde, con independencia de quien las practique, son estrategias injustas y altamente peligrosas, no sólo porque provocan terribles "efectos colaterales" sobre la democracia, a la que degrada, sino también porque lo enturbian todo, distorsionan el análisis lúcido y, en ocasiones, impiden que se desarrollen iniciativas que pueden ser valiosas y nobles, como tal vez sea una búsqueda serena de la paz en un país como España, cansado de violencia.
Fascinada con aquel "Vayase señor González" que tanto rédito le produjo al gris Aznar, que terminó echando de la Moncloa, en 1996, a un Felipe Gonzalez que, dotado de gran carisma y maestro de la dialéctica, parecía invencible, la derecha está ahora practicando con éxito el acoso y derribo contra el débil Zapatero, cuyos errores y carencias están facilitando la labor de demolición emprendida por los populares.
Poco a poco, a medida que la democracia española se degrada y los partidos se vuelven máquinas obsesionadas por el poder, las estrategias de destrucción, lamentablemente, se imponen a las de construcción.
También la izquierda española la ha empleado con éxito y con resultados espectaculares, a juzgar por los réditos que produjo la campaña del "Prestige" y, sobre todo, por lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, cuando los españoles, agitados por los medios afines al socialismo y cabreados porque percibieron que el gobierno de Aznar quería engañarlos, votó al PSOE y arrojó al PP de la Moncloa, contra todo pronóstico.
Ciertamente, las estrategias de destrucción son, por desgracia, extraordinariamente eficaces en la política española, donde, según numerosos expertos, las elecciones, más que ganarlas un partido de la oposición, siempre las pierde el partido que está en el poder.
Para lograr desalojar al adversario del gobierno, los estrategas y expertos en marketing político recurren al sucio y negativo método de desacreditar al adversario y, lo que es peor, a generar un descontento en la sociedad que siempre se traduce en una "venganza" en las urnas contra los que gobiernan.
Lo grave es que esos métodos no sólo degeneran la democracia, cuya esencia es el pacto que suscribe una nación para convivir juntos y en armonía, sino que también desprestigian a los políticos, envilecen a los demócratas y provocan una estampida de los ciudadanos, que se alejan de un sistema político negativo y crispado, que huele mal.
El Partido Popular está utilizando ahora contra Zapatero una implacable estrategia de demolición cuyo objetivo es desgastarlo, cabrear a los españoles y provocar que la sociedad, crispada y amargada, expulse del poder a los que la gobiernan. En esa batalla, la derecha emplea toda su artillería, incluyendo sus think tanks, que generan ideas y argumentos contra los socialistas, y sus medios de comunicación y periodistas afines, encargados de airearlos y repetirlos hasta la saciedad.
La negociación con ETA, torpemente llevada por un Zapatero que ofrece un flanco débil y servil al no exigir a los asesinos etarras contrapartidas, ni siquiera que pidan perdón y abandonen las armas, se está demostrando frágil ante las tácticas demoledoras de la derecha.
El problema es que el "no a todo" y la crítica inmisericorde, con independencia de quien las practique, son estrategias injustas y altamente peligrosas, no sólo porque provocan terribles "efectos colaterales" sobre la democracia, a la que degrada, sino también porque lo enturbian todo, distorsionan el análisis lúcido y, en ocasiones, impiden que se desarrollen iniciativas que pueden ser valiosas y nobles, como tal vez sea una búsqueda serena de la paz en un país como España, cansado de violencia.