Tras su aplastante victoria electoral del 22 de mayo, el Partido Popular se enfrenta ahora al difícil desafío de reconstruir la España que el PSOE ha devastado, un objetivo tan difícil que sólo podrá superarse ganándose la adhesión y el entusiasmo de los ciudadanos, a los que tendrán que implicar en la enorme tarea de la regeneración.
Para lograrlo, no existe otro camino que instaurar de una vez la democracia en España.
La democracia es un sistema desconocido en este país, un sueño de grandeza, libertad y justicia birlado a los españoles por el sucio pacto que firmaron, tras la muerte del general Franco, los restos dequiciados del franquismo y las nuevas generaciones políticas, que, con sus partidos incipientes, querían heredar el poder del dictador. Los firmantes de ese pacto, que engañaron a los españoles ofreciéndoles una democracia, cuando en realidad les ofrecían una inviable dictadura de partidos, incorporaron a la Corona, representada por Juan Carlos, para que sellara y diera legitimidad a la jugada.
El engaño duró tres décadas, hasta que en los últimos años, la sociedad española, sometida y víctima de un sátrapa incompetente como Zapatero, ha decidido que ya no quiere más mentiras ni estafas y que lo único que le interesa es una democracia auténtica y sin trucos.
Democracia significa gobierno de los ciudadanos, no de los partidos. La democracia es un sistema que, consciente de que los partidos políticos y el mismo Estado tienden a fortalecerse y a acaparar poder sin límites, establece, para mantenerlos bajo control, una poderosa red de controles y contrapesos que en España jamás ha funcionado. Entre esos controles destacan una Justicia independiente y eficaz, un Parlamento que represente a ciudadanos, no a partidos, una prensa libre e independiente capaz de fiscalizar a los grandes poderes, una ley igual para todos, una sociedad civil fuerte, que sirva de contrapeso al poder político estatal, unas elecciones verdaderamente libres y un respeto absoluto a los derechos humanos y a las libertades y derechos del pueblo.
En lugar de eso, a los españoles les dieron un sistema en el que los partidos políticos tuvieron todo el poder y los políticos profesionales se atiborraron de privilegios y de impunidad, una Justicia ineficaz y sometida a los partidos, unos ciudadanos relegados y marginados de los procesos de toma de decisiones, un Parlamento lleno de esclavos, que desconocen a sus representados, que sólo representan a sus partidos y que ni siquiera pueden hablar o votar en conciencia, una sociedad civil ocupada por los partidos y en estado de coma, unos derechos fundamentales frecuentemente violados, una sociedad desigual, donde sólo los poderosos tienen un espacio digno, unas elecciones que no son libres porque los que eligen no son los ciudadanos sino los partidos políticos, que son los que elaboran las listas cerradas y bloqueadas que el ciudadano sólo puede aceptar o rechazar en bloque, y muchas otras lacras, abusos y arbitrariedades.
El resultado de aquella "estafa" es la España de hoy, humillada, empobrecida y sin esperanza, en la que un mequetrefe como Zapatero, fracasado y con más rechazo popular que el que tuvieron el tunecino Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak en sus peores momentos, puede atrincherarse en el poder, cargado de indignidad, en contra de la voluntad popular, o un sistema donde el expresidente de Extremadura, el socialista Rodríguez Ibarra, tiene a su disposición cuatro coches oficiales, más una corte de servidores, todo pagado por el dinero de un pueblo como el extremeño, atribulado y empobrecido por un paro que supera el 25 por ciento de la población.
La sociedad española es un bodrio impresentable, tan dañada y enfrentada a sus políticos estafadores que, en su situación actual de frustración y rabia, nunca contribuirá con su esfuerzo a regeneración alguna. Para conseguir el favor y el fervor de los ciudadanos, el Partido Popular, que ha asumido el compromiso de hacer resurgir a España de la postración creada por Zapatero, sólo tiene un camino: instaurar la democracia de una vez y liquidar este nefasto periodo de nuestra historia en el que los políticos han engañado, maltratado, empobrecido y sembrado la infelicidad entre los españoles.
Los políticos del PSOE parecen desahuciados porque se niegan a admitir la realidad de una España que ellos han conducido hasta el matadero, pero los del PP todavía tienen una pequeña oportunidad de conciliarse con su pueblo. Si entienden que los ciudadanos les han elegido porque creen en ellos y en sus programas, se equivocan. Han sido elegidos para gobernar sólo porque los deseos de venganza contra Zapatero eran ya viscerales, desesperados y enfermizos.
La única opción del PP es ser demócrata, olvidarse del actual sistema prostituido y tramposo, reconocer que los ciudadanos son los que les pagan el sueldo y admitirlos como jefes, sin tratarlos más como súbditos, jurar ante el altar de la patria que dejarán de ser corruptos y que serán leales a la democracia y a la soberanía popular, abandonar la mentira y la nauseabunda corrupción que ellos, los políticos, nos han inyectado en las venas de España.
Si no lo hacen, pronto serán también barridos por una ciudadanía desesperada y frustrada que ya no se conformará con tomar pacíficamente las calles y plazas, sino que ¡Dios no lo quiera! se dedicará a arrasar los cimientos del sistema y a perseguir y encarcelar políticos traidores por las calles, como si fueran conejos.
Para lograrlo, no existe otro camino que instaurar de una vez la democracia en España.
La democracia es un sistema desconocido en este país, un sueño de grandeza, libertad y justicia birlado a los españoles por el sucio pacto que firmaron, tras la muerte del general Franco, los restos dequiciados del franquismo y las nuevas generaciones políticas, que, con sus partidos incipientes, querían heredar el poder del dictador. Los firmantes de ese pacto, que engañaron a los españoles ofreciéndoles una democracia, cuando en realidad les ofrecían una inviable dictadura de partidos, incorporaron a la Corona, representada por Juan Carlos, para que sellara y diera legitimidad a la jugada.
El engaño duró tres décadas, hasta que en los últimos años, la sociedad española, sometida y víctima de un sátrapa incompetente como Zapatero, ha decidido que ya no quiere más mentiras ni estafas y que lo único que le interesa es una democracia auténtica y sin trucos.
Democracia significa gobierno de los ciudadanos, no de los partidos. La democracia es un sistema que, consciente de que los partidos políticos y el mismo Estado tienden a fortalecerse y a acaparar poder sin límites, establece, para mantenerlos bajo control, una poderosa red de controles y contrapesos que en España jamás ha funcionado. Entre esos controles destacan una Justicia independiente y eficaz, un Parlamento que represente a ciudadanos, no a partidos, una prensa libre e independiente capaz de fiscalizar a los grandes poderes, una ley igual para todos, una sociedad civil fuerte, que sirva de contrapeso al poder político estatal, unas elecciones verdaderamente libres y un respeto absoluto a los derechos humanos y a las libertades y derechos del pueblo.
En lugar de eso, a los españoles les dieron un sistema en el que los partidos políticos tuvieron todo el poder y los políticos profesionales se atiborraron de privilegios y de impunidad, una Justicia ineficaz y sometida a los partidos, unos ciudadanos relegados y marginados de los procesos de toma de decisiones, un Parlamento lleno de esclavos, que desconocen a sus representados, que sólo representan a sus partidos y que ni siquiera pueden hablar o votar en conciencia, una sociedad civil ocupada por los partidos y en estado de coma, unos derechos fundamentales frecuentemente violados, una sociedad desigual, donde sólo los poderosos tienen un espacio digno, unas elecciones que no son libres porque los que eligen no son los ciudadanos sino los partidos políticos, que son los que elaboran las listas cerradas y bloqueadas que el ciudadano sólo puede aceptar o rechazar en bloque, y muchas otras lacras, abusos y arbitrariedades.
El resultado de aquella "estafa" es la España de hoy, humillada, empobrecida y sin esperanza, en la que un mequetrefe como Zapatero, fracasado y con más rechazo popular que el que tuvieron el tunecino Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak en sus peores momentos, puede atrincherarse en el poder, cargado de indignidad, en contra de la voluntad popular, o un sistema donde el expresidente de Extremadura, el socialista Rodríguez Ibarra, tiene a su disposición cuatro coches oficiales, más una corte de servidores, todo pagado por el dinero de un pueblo como el extremeño, atribulado y empobrecido por un paro que supera el 25 por ciento de la población.
La sociedad española es un bodrio impresentable, tan dañada y enfrentada a sus políticos estafadores que, en su situación actual de frustración y rabia, nunca contribuirá con su esfuerzo a regeneración alguna. Para conseguir el favor y el fervor de los ciudadanos, el Partido Popular, que ha asumido el compromiso de hacer resurgir a España de la postración creada por Zapatero, sólo tiene un camino: instaurar la democracia de una vez y liquidar este nefasto periodo de nuestra historia en el que los políticos han engañado, maltratado, empobrecido y sembrado la infelicidad entre los españoles.
Los políticos del PSOE parecen desahuciados porque se niegan a admitir la realidad de una España que ellos han conducido hasta el matadero, pero los del PP todavía tienen una pequeña oportunidad de conciliarse con su pueblo. Si entienden que los ciudadanos les han elegido porque creen en ellos y en sus programas, se equivocan. Han sido elegidos para gobernar sólo porque los deseos de venganza contra Zapatero eran ya viscerales, desesperados y enfermizos.
La única opción del PP es ser demócrata, olvidarse del actual sistema prostituido y tramposo, reconocer que los ciudadanos son los que les pagan el sueldo y admitirlos como jefes, sin tratarlos más como súbditos, jurar ante el altar de la patria que dejarán de ser corruptos y que serán leales a la democracia y a la soberanía popular, abandonar la mentira y la nauseabunda corrupción que ellos, los políticos, nos han inyectado en las venas de España.
Si no lo hacen, pronto serán también barridos por una ciudadanía desesperada y frustrada que ya no se conformará con tomar pacíficamente las calles y plazas, sino que ¡Dios no lo quiera! se dedicará a arrasar los cimientos del sistema y a perseguir y encarcelar políticos traidores por las calles, como si fueran conejos.