El PP, en el Foro Abierto que celebra este fin de semana en Madrid, ha denunciado que en España hay una triple crisis: crisis de confianza, de liderazgo político y de valores.
En consecuencia con ese análisis, animan al Gobierno a impedir que los proetarras puedan presentarse a las elecciones vascas y que se proceda a la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV.
Parece que el hundimiento como partido le está viniendo bien a lo que queda del PP, a juzgar por las tesis que está asumiendo. Para reencontrarse con la verdad y coincidir con los demócratas españoles y situarse en la vía correcta para ganar las próximas elecciones, únicamente la falta condenar la partitocracia, en la que hasta ahora se ha sentido a gusto, dedicar casi toda su energía a la regeneración de la podrida democracia española y admitir que la que ellos han representado hasta ahora ha sido la peor oposición política desde la muerte de Franco.
El manifiesto de Madrid avanza por rutas interesantes, aunque se queda todavía a mitad de camino: aborda desde cuestiones referidas a la lengua, -como el anuncio de la presentación de una proposición de ley para garantizar la libertad efectiva en el uso de las lenguas españolas-, a la reforma de la Ley Electoral para que gobierne la lista más votada en las municipales, pasando por la reforma del sistema educativo y un paquete de medidas económicas.
Al PP le falta todavía mucha fe en la verdadera democracia y muchas más reformas: reconocer, con todas sus consecuencias, la soberanía y el protagonismo del ciudadano en democracia, pedir listas abiertas en las elecciones, reforzar la legislación contra los corruptos y perseguirlos hasta erradicarlos del poder, reformar la Justicia para que, libre de políticos, sea independiente y justa, echar a los políticos de las cajas de ahorro y de muchas otras instituciones de la sociedad civil, polítizadas y ocupadas en contra de las reglas democráticas, y, sobre todo, presentar un durísimo plan para adelgazar el monstruoso Estado español, enfermo de obesidad mórbida e insostenible, integrado por casi tres millones y medio de presidentes, ministros, consejeros, diputados, senadores, alcaldes, concejales, asesores, funcionarios, mantenidos, enchufados, recogidos y miguetes del poder que cobran sin trabajar, una masa casi tres veces superior a lo que de verdad se necesita en España.
Si, además, dedican su esfuerzo a bajar los impuestos para que el dinero, en lugar de en manos de los políticos, esté donde debe estár, en los bolsillos del ciudadano, si impiden que el Estado siga esquilmando al ciudadano con impuestos injustos y si se empeñan en devolver al país la ilusión, la cohesión y la decencia que la sucia partitocracia le ha arrebatado, tal vez los demócratas empecemos a reconciliarnos con este decepcionante Partido Popular que, si no cambia, se dirige hacia el fracaso, ofreciendo a la ciudadanía el desagradable espectáculo de su triste agonía.
En consecuencia con ese análisis, animan al Gobierno a impedir que los proetarras puedan presentarse a las elecciones vascas y que se proceda a la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV.
Parece que el hundimiento como partido le está viniendo bien a lo que queda del PP, a juzgar por las tesis que está asumiendo. Para reencontrarse con la verdad y coincidir con los demócratas españoles y situarse en la vía correcta para ganar las próximas elecciones, únicamente la falta condenar la partitocracia, en la que hasta ahora se ha sentido a gusto, dedicar casi toda su energía a la regeneración de la podrida democracia española y admitir que la que ellos han representado hasta ahora ha sido la peor oposición política desde la muerte de Franco.
El manifiesto de Madrid avanza por rutas interesantes, aunque se queda todavía a mitad de camino: aborda desde cuestiones referidas a la lengua, -como el anuncio de la presentación de una proposición de ley para garantizar la libertad efectiva en el uso de las lenguas españolas-, a la reforma de la Ley Electoral para que gobierne la lista más votada en las municipales, pasando por la reforma del sistema educativo y un paquete de medidas económicas.
Al PP le falta todavía mucha fe en la verdadera democracia y muchas más reformas: reconocer, con todas sus consecuencias, la soberanía y el protagonismo del ciudadano en democracia, pedir listas abiertas en las elecciones, reforzar la legislación contra los corruptos y perseguirlos hasta erradicarlos del poder, reformar la Justicia para que, libre de políticos, sea independiente y justa, echar a los políticos de las cajas de ahorro y de muchas otras instituciones de la sociedad civil, polítizadas y ocupadas en contra de las reglas democráticas, y, sobre todo, presentar un durísimo plan para adelgazar el monstruoso Estado español, enfermo de obesidad mórbida e insostenible, integrado por casi tres millones y medio de presidentes, ministros, consejeros, diputados, senadores, alcaldes, concejales, asesores, funcionarios, mantenidos, enchufados, recogidos y miguetes del poder que cobran sin trabajar, una masa casi tres veces superior a lo que de verdad se necesita en España.
Si, además, dedican su esfuerzo a bajar los impuestos para que el dinero, en lugar de en manos de los políticos, esté donde debe estár, en los bolsillos del ciudadano, si impiden que el Estado siga esquilmando al ciudadano con impuestos injustos y si se empeñan en devolver al país la ilusión, la cohesión y la decencia que la sucia partitocracia le ha arrebatado, tal vez los demócratas empecemos a reconciliarnos con este decepcionante Partido Popular que, si no cambia, se dirige hacia el fracaso, ofreciendo a la ciudadanía el desagradable espectáculo de su triste agonía.