Siempre que investigo sobre la democracia, veo a decenas de autores que citan "El Imperio de la Ley" como condición ineludible para que exista democracia, pero nunca he visto a ningún autor defender "El Imperio de la Ética" como condición fundamental, a pesar de que es científicamente evidente que sin ética es imposible la democracia.
Basta echar un vistazo independiente y lúcido a la historia reciente del mundo para concluir que la ausencia de ética es el mayor problema sobre la superficie del planeta y la causa principal de la guerra, de la violencia, de la pobreza, del hambre, de la desigualdad, de la infelicidad, de la opresión y hasta de esa tremenda crisis económica mundial que nos está empobreciendo a marchas forzadas.
Dicen que la avaricia de los banqueros y brokers ha sido la causa de la crisis, pero nosotros creemos que esa avaricia es, al igual que la corrupción pública, la consecuencia del enorme déficit ético que ha podrido el mundo, especialmente el liderazgo y el poder, causa también de que el dinero público se robe, enriquezca a los que no lo merecen, financie fábricas de armas y sustente privilegios y ventajas de castas sin un gramo de ética, férreamente afincadas en el Estadio y en sus aledaños.
¿Cual es la razón del terrible déficit ético de nuestro mundo? ¿Por qué nuestros dirigentes huyen de los códigos éticos como almas que llevan dentro al diablo? ¿Por qué la ética no es una exigencia básica del sistema, siendo, como es, su alma y su columna vertebral?
El poder siempre le ha tenido pánico a la ética y a los virtuosos, razón que explica por qué desde los palacios de gobierno se ampara el vicio y la corrupción y se esparce la maldad, la división, el enfrentamiento y la vileza. Es evidente que resulta más fácil aprovecharse de las ventajas del poder cuando se gobierna a un rebaño envilecido y acobardado. Gobernar a seres libres, responsables y virtuosos haría imposible la rapiña y los desmanes del poder.
Sin ética, los pueblos se desmoralizan, pierden el respeto a si mismos, se sienten inermes, se acobardan y se someten a los señores. El poder conoce ese mecanismo y ha procurado siempre envilecer para dominar. La democracia, que tiene sus orígenes en la reacción de los hombres libres contra el absolutismo, también es conocedora de ese mecanismo de dominio y por eso ha incorporado al sistema la ética, el castigo de los corruptos y valores como la verdad y la vigilancia activa ciudadana del poder. Sin esos valores, ni hay democracia, ni libertad, ni dignidad.
Si se analiza el asunto, surge una conclusión inquietante: al poder le interesa envilecer, degradar y esclavizar a los gobernados para así perpetuar su dominio y gozar de las ilegítimas ventajas y privilegios que acaparan las castas de políticos profesionales que se han adueñado del Estado: coches oficiales, tarjetas sin límite de gasto, dietas y premios por cumplir con el deber, pensiones de lujo, fueros especiales, justicia bajo control, poder para la venganza, poder para repartir el dinero público a los familiares y amigos... y mil corruptelas, vilezas y canalladas más, todas ellas antiéticas, antidemocráticas y antihumanas.
El caso de España es paradigmático porque los observadores y expertos se sorprenden de que la sociedad permanezca pasiva y sin reaccionar con furia y rabia contra los políticos que le han arrebatado la prosperidad y la esperanza. La única explicación de esa pasividad de la sociedad española ante fenómenos como la corrupción, el abuso del poder y el mal gobierno es la falta de ética en todos los estratos, empezando por el gobierno y los partidos políticos para continuar con las instituciones y los ciudadanos. Sin duda alguna, la sociedad española ha tenido que ser eficazmente envilecida antes de haber sido sometida y, en algunos casos, esclavizada por los grandes poderes.
Basta echar un vistazo independiente y lúcido a la historia reciente del mundo para concluir que la ausencia de ética es el mayor problema sobre la superficie del planeta y la causa principal de la guerra, de la violencia, de la pobreza, del hambre, de la desigualdad, de la infelicidad, de la opresión y hasta de esa tremenda crisis económica mundial que nos está empobreciendo a marchas forzadas.
Dicen que la avaricia de los banqueros y brokers ha sido la causa de la crisis, pero nosotros creemos que esa avaricia es, al igual que la corrupción pública, la consecuencia del enorme déficit ético que ha podrido el mundo, especialmente el liderazgo y el poder, causa también de que el dinero público se robe, enriquezca a los que no lo merecen, financie fábricas de armas y sustente privilegios y ventajas de castas sin un gramo de ética, férreamente afincadas en el Estadio y en sus aledaños.
¿Cual es la razón del terrible déficit ético de nuestro mundo? ¿Por qué nuestros dirigentes huyen de los códigos éticos como almas que llevan dentro al diablo? ¿Por qué la ética no es una exigencia básica del sistema, siendo, como es, su alma y su columna vertebral?
El poder siempre le ha tenido pánico a la ética y a los virtuosos, razón que explica por qué desde los palacios de gobierno se ampara el vicio y la corrupción y se esparce la maldad, la división, el enfrentamiento y la vileza. Es evidente que resulta más fácil aprovecharse de las ventajas del poder cuando se gobierna a un rebaño envilecido y acobardado. Gobernar a seres libres, responsables y virtuosos haría imposible la rapiña y los desmanes del poder.
Sin ética, los pueblos se desmoralizan, pierden el respeto a si mismos, se sienten inermes, se acobardan y se someten a los señores. El poder conoce ese mecanismo y ha procurado siempre envilecer para dominar. La democracia, que tiene sus orígenes en la reacción de los hombres libres contra el absolutismo, también es conocedora de ese mecanismo de dominio y por eso ha incorporado al sistema la ética, el castigo de los corruptos y valores como la verdad y la vigilancia activa ciudadana del poder. Sin esos valores, ni hay democracia, ni libertad, ni dignidad.
Si se analiza el asunto, surge una conclusión inquietante: al poder le interesa envilecer, degradar y esclavizar a los gobernados para así perpetuar su dominio y gozar de las ilegítimas ventajas y privilegios que acaparan las castas de políticos profesionales que se han adueñado del Estado: coches oficiales, tarjetas sin límite de gasto, dietas y premios por cumplir con el deber, pensiones de lujo, fueros especiales, justicia bajo control, poder para la venganza, poder para repartir el dinero público a los familiares y amigos... y mil corruptelas, vilezas y canalladas más, todas ellas antiéticas, antidemocráticas y antihumanas.
El caso de España es paradigmático porque los observadores y expertos se sorprenden de que la sociedad permanezca pasiva y sin reaccionar con furia y rabia contra los políticos que le han arrebatado la prosperidad y la esperanza. La única explicación de esa pasividad de la sociedad española ante fenómenos como la corrupción, el abuso del poder y el mal gobierno es la falta de ética en todos los estratos, empezando por el gobierno y los partidos políticos para continuar con las instituciones y los ciudadanos. Sin duda alguna, la sociedad española ha tenido que ser eficazmente envilecida antes de haber sido sometida y, en algunos casos, esclavizada por los grandes poderes.