Además de corrupto, parcial, derrochador, ineficaz e injusto, el Estado es el promotor de las guerras y gran asesino, el peor y más cruel de la Historia, con cientos de millones de crímenes y exterminios protagonizados a lo largo de la historia. Tan sólo en el siglo XX, asesinó a más de cien millones de ciudadanos inocentes, sin contar a los caídos en sus guerras injustas. Los mato aplicando una doctrina tan sucia y sospechosa como la “Seguridad Nacional”, una falsedad que encubre el miedo de los que mandan a ser derrochador por la indignación justa del pueblo oprimido.
Hay decenas de razones que explican por qué el Estado fracasa. La primera es que los empleados del Estado no se someten al deber de servir al ciudadano, que es el cliente. Ellos dicen que "sirven al Estado", pero es lo mismo que no servir a nadie. En la empresa privada ocurre lo contrario: las empresas sobreviven gracias al servicio que prestan al ciudadano.
Los empleados privados trabajan para conseguir resultados, mientras que los del Estado lo hacen para agradar a sus jefes y subir en el escalafón. El objetivo principal suele ser gastar todo el dinero posible para poder decir que el año siguiente necesitan más. El ahorro de dinero y recursos carece de sentido en el Estado, cuando debería ser vital.
Los sindicatos de funcionarios trabajan para obtener mayores salarios y menos trabajo, mientras que el mundo privado busca obtener beneficios para que la empresa prospere y pueda subir los salarios.
Dirigidos casi siempre por políticos o por burócratas comprados por el gobierno, los empleados públicos trabajan en realidad no por prestar servicios eficaces y de calidad, sino para ganar las próximas elecciones, lo que trastoca y pervierte la productividad y los fines del trabajador.
La corrupción anida dentro del Estado con mucha más facilidad que en la empresa privada, aunque hay empresas privadas que se corrompen, casi siempre porque sirven al Estado, que se ha convertido en cliente. Cuando el Estado es proveedor de subvenciones, las empresas que las reciben suelen avanzar hacia la ruina, perdiendo músculo, ética y competitividad.
El Estado es víctima del dinero fácil que obtiene metiendo la mano en el bolsillo del contribuyente. Cobrar impuestos es más fácil que ganar o generar el dinero en el mercado, compitiendo y siendo más eficientes y eficaces cada día. El Estado padece la tendencia a expoliar al ciudadano para crecer y para que el partido gobernante se mantenga en el poder el mayor tiempo posible. El Estado es un monstruo que no necesita ser competitivo ni eficaz para conservar el poder, sino rico y con capacidad de financiar el clientelismo y la compra de voluntades y medios de propaganda.
La empresa privada tiene que rendir cuentas, pero el Estado no. Los políticos se han encargado de neutralizar los frenos, controles y cautelas que la democracia estableció para tener al Estado controlado. Los fracasos siempre se justifican de manera arbitraria y mentirosa: crisis económica, coronavirus, inflación, ciclos económicos, etc., mientras que la empresa privada no tiene justificación o excusa y cuando pierde y retrocede desaparece.
El Estado es moralmente inicuo porque sus dinámicas son inicuas. Normalmente antepone los propios intereses de los que controlan el Estado al bien común, lo que lo hace perverso y digno de ser abolido.
Basta echar una mirada a la vida real y sustraerse de las mentiras que la propaganda pública esparce para descubrir que el Estado es un fracaso rotundo: una cama de hospital o un pupitre en las escuelas y universidades cuesta en el sector público entre dos y seis veces lo que cuesta en el sector privado con el agravante de que el privado suele aportar más calidad. Basta mirar la lista de las universidades más brillantes del mundo, los hospitales, los bancos, las grandes empresas o cualquier otro sector productivo para comprobar que las privadas van por delante, algunas veces a años luz de distancia.
Entonces, ¿por qué todos servimos al inútil Estado y le otorgamos privilegios suicidad a esa pandilla de inútiles torpes y pervertidos que lo gestionan? La única razón es la propaganda política y la abundancia de dinero, dos recursos que el Estado emplea, junto con la mentira continua, para mantener el control del poder y el dominio, engañando, comprando voluntades, corrompiendo y pervirtiendo.
Para seguir mandando y ordeñando, los gestores del Estado, los políticos, nos acribillan con mentiras como la de que la Justicia es igual para todos o que la sanidad pública trata por igual a todos, cuando todos sabemos que los jueces suelen ser blandos con el fuerte y fuertes con el débil, que los políticos están atiborrados de privilegios que no merecen, que el dinero público es robado de manera sistemática y que los hospitales públicos tienen espacios reservados para políticos y sus amigos millonarios, que por supuesto se saltan las colas para la cirugía e, incluso, los trasplantes.
Hay cientos de mentiras más: que existe la democracia, que los partidos políticos son buenos para la sociedad, que lo que se informa oficialmente es verdad, que el poder político reparte la riqueza con equidad, que las leyes se aprueban para el bien común, que los impuestos elevados son necesarios o que el Estado tiene que reclutar asesores y cientos de miles de servidores para que funcione mejor.
El Estado no funciona y es el gran obstáculo para que el mundo sea mejor y progrese realmente.
Muchos pensadores creen que el Estado es el peor invento del ser humano en toda la Historia, por delante del dinero.
Francisco Rubiales
Hay decenas de razones que explican por qué el Estado fracasa. La primera es que los empleados del Estado no se someten al deber de servir al ciudadano, que es el cliente. Ellos dicen que "sirven al Estado", pero es lo mismo que no servir a nadie. En la empresa privada ocurre lo contrario: las empresas sobreviven gracias al servicio que prestan al ciudadano.
Los empleados privados trabajan para conseguir resultados, mientras que los del Estado lo hacen para agradar a sus jefes y subir en el escalafón. El objetivo principal suele ser gastar todo el dinero posible para poder decir que el año siguiente necesitan más. El ahorro de dinero y recursos carece de sentido en el Estado, cuando debería ser vital.
Los sindicatos de funcionarios trabajan para obtener mayores salarios y menos trabajo, mientras que el mundo privado busca obtener beneficios para que la empresa prospere y pueda subir los salarios.
Dirigidos casi siempre por políticos o por burócratas comprados por el gobierno, los empleados públicos trabajan en realidad no por prestar servicios eficaces y de calidad, sino para ganar las próximas elecciones, lo que trastoca y pervierte la productividad y los fines del trabajador.
La corrupción anida dentro del Estado con mucha más facilidad que en la empresa privada, aunque hay empresas privadas que se corrompen, casi siempre porque sirven al Estado, que se ha convertido en cliente. Cuando el Estado es proveedor de subvenciones, las empresas que las reciben suelen avanzar hacia la ruina, perdiendo músculo, ética y competitividad.
El Estado es víctima del dinero fácil que obtiene metiendo la mano en el bolsillo del contribuyente. Cobrar impuestos es más fácil que ganar o generar el dinero en el mercado, compitiendo y siendo más eficientes y eficaces cada día. El Estado padece la tendencia a expoliar al ciudadano para crecer y para que el partido gobernante se mantenga en el poder el mayor tiempo posible. El Estado es un monstruo que no necesita ser competitivo ni eficaz para conservar el poder, sino rico y con capacidad de financiar el clientelismo y la compra de voluntades y medios de propaganda.
La empresa privada tiene que rendir cuentas, pero el Estado no. Los políticos se han encargado de neutralizar los frenos, controles y cautelas que la democracia estableció para tener al Estado controlado. Los fracasos siempre se justifican de manera arbitraria y mentirosa: crisis económica, coronavirus, inflación, ciclos económicos, etc., mientras que la empresa privada no tiene justificación o excusa y cuando pierde y retrocede desaparece.
El Estado es moralmente inicuo porque sus dinámicas son inicuas. Normalmente antepone los propios intereses de los que controlan el Estado al bien común, lo que lo hace perverso y digno de ser abolido.
Basta echar una mirada a la vida real y sustraerse de las mentiras que la propaganda pública esparce para descubrir que el Estado es un fracaso rotundo: una cama de hospital o un pupitre en las escuelas y universidades cuesta en el sector público entre dos y seis veces lo que cuesta en el sector privado con el agravante de que el privado suele aportar más calidad. Basta mirar la lista de las universidades más brillantes del mundo, los hospitales, los bancos, las grandes empresas o cualquier otro sector productivo para comprobar que las privadas van por delante, algunas veces a años luz de distancia.
Entonces, ¿por qué todos servimos al inútil Estado y le otorgamos privilegios suicidad a esa pandilla de inútiles torpes y pervertidos que lo gestionan? La única razón es la propaganda política y la abundancia de dinero, dos recursos que el Estado emplea, junto con la mentira continua, para mantener el control del poder y el dominio, engañando, comprando voluntades, corrompiendo y pervirtiendo.
Para seguir mandando y ordeñando, los gestores del Estado, los políticos, nos acribillan con mentiras como la de que la Justicia es igual para todos o que la sanidad pública trata por igual a todos, cuando todos sabemos que los jueces suelen ser blandos con el fuerte y fuertes con el débil, que los políticos están atiborrados de privilegios que no merecen, que el dinero público es robado de manera sistemática y que los hospitales públicos tienen espacios reservados para políticos y sus amigos millonarios, que por supuesto se saltan las colas para la cirugía e, incluso, los trasplantes.
Hay cientos de mentiras más: que existe la democracia, que los partidos políticos son buenos para la sociedad, que lo que se informa oficialmente es verdad, que el poder político reparte la riqueza con equidad, que las leyes se aprueban para el bien común, que los impuestos elevados son necesarios o que el Estado tiene que reclutar asesores y cientos de miles de servidores para que funcione mejor.
El Estado no funciona y es el gran obstáculo para que el mundo sea mejor y progrese realmente.
Muchos pensadores creen que el Estado es el peor invento del ser humano en toda la Historia, por delante del dinero.
Francisco Rubiales