Los anteriores presidentes causaron graves daños a la democracia española expandiendo la corrupción, negociando sin ética ni decencia con los nacionalistas, a cambio de votos, potenciando el separatismo, practicando el terrorismo de Estado, corrompiendo la Justicia, endeudando al país de manera irresponsable, engordando el Estado hasta hacerlo insostenible, marginando al pueblo, gobernando contra la voluntad de las mayorías y utilizando el dinero público y el mismo Estado como si fueran patrimonio de la clase política.
Además, hemos tenido un Rey (Juan Carlos) cuya fama de corrupto y desaprensivo ha hecho más por la república que su cobarde abuelo Alfonso XIII; una Iglesia Católica que ha sido incapaz de defender los valores colectivos y que ha vaciado los templos con sus apoyos traidores a independentistas, golpistas y terroristas en Cataluña y el País Vasco; una banca ineficiente, a la que hemos tenido que rescatar con el dinero de todos y que ahora, para sobrevivir, acude al confesionario de Bruselas para pedir pasta regalada al Banco Central Europeo para revenderla a sus clientes; y una clase política divorciada de la ciudadanía, que ha logrado desengañar a su pueblo, que ya transforma su rechazo en odio y pierde la esperanza, la fe y la confianza en su sistema político y en su clase dirigente.
Pero Pedro Sánchez ha llegado más lejos que todos sus antecesores porque ha traspasado todas las líneas rojas que quedaban en pie. Ha pactado, para gobernar, con los enemigos de España, ha realizado promesas y concesiones a sus amigos que destrozan la igualdad y la justicia y, la peor de todas, ha sembrado de sospechas y recelos la sociedad española, haciendo creer a millones de ciudadanos que ha ganado las elecciones del 28 de abril con trucos y malas artes.
Cuando la ciudadanía pierde la fe en sus dirigentes y en el sistema, la democracia muere y el sistema se convierte en caos. Para muchos españoles, cada día más radicalizados ante las acciones del gobierno, la España del presente se asemeja más a la Camorra napolitana que de la Unión Europea.
La lista de fechorías que debemos a nuestros presidentes de gobierno y a los dos grandes partidos (PP y PSOE) es aterradora. No se puede destruir tanto en tan poco tiempo y el destrozo causado hasta es difícil conseguirlo con una guerra: saqueo de las cajas de ahorros, desapariciones sospechosas de grandes bancos, estafas permitidas por el Estado, expropiaciones mafiosas, venta corrupta de activos estatales, prostitución de las subvenciones y los contratos públicos, comisiones, enriquecimiento sospechoso de decenas de miles de políticos, ladrones con poder encarcelados o haciendo cola ante los juzgados, endeudamiento atroz del país, despilfarro, amiguismo, nepotismo, corrupción en todas sus facetas y variedades, partidos políticos sin control, inmigración que pone en peligro la seguridad, las raíces culturales y los valores y logros autóctonos, una clase política de baja ética y pésima preparación, y una manera de gobernar contra el pueblo y sus deseos que es incompatible con la verdadera democracia.
Entre todas las fechorías perpetradas por la banda de los políticos españoles, las dos más peligrosas y las que nos van a costar más sangre, sudor y lágrimas son el auge del separatirmo, que está a punto de alcanzar su meta de romper España, y la división del país en dos bandos irreconciliables, como en vísperas de la guerra civil de 1936, otra tragedia nacional que también fue culpa de los políticos.
Mi amigo Manolo, un profesor jubilado que se niega a votar porque no quiere participar "en el aquelarre de los que destruyen España", me dijo no hace mucho que "estamos en la recta final de la ignominia porque los políticos tratan a España como si fuera un prostituta nigeriana de carretera".
Francisco Rubiales
Además, hemos tenido un Rey (Juan Carlos) cuya fama de corrupto y desaprensivo ha hecho más por la república que su cobarde abuelo Alfonso XIII; una Iglesia Católica que ha sido incapaz de defender los valores colectivos y que ha vaciado los templos con sus apoyos traidores a independentistas, golpistas y terroristas en Cataluña y el País Vasco; una banca ineficiente, a la que hemos tenido que rescatar con el dinero de todos y que ahora, para sobrevivir, acude al confesionario de Bruselas para pedir pasta regalada al Banco Central Europeo para revenderla a sus clientes; y una clase política divorciada de la ciudadanía, que ha logrado desengañar a su pueblo, que ya transforma su rechazo en odio y pierde la esperanza, la fe y la confianza en su sistema político y en su clase dirigente.
Pero Pedro Sánchez ha llegado más lejos que todos sus antecesores porque ha traspasado todas las líneas rojas que quedaban en pie. Ha pactado, para gobernar, con los enemigos de España, ha realizado promesas y concesiones a sus amigos que destrozan la igualdad y la justicia y, la peor de todas, ha sembrado de sospechas y recelos la sociedad española, haciendo creer a millones de ciudadanos que ha ganado las elecciones del 28 de abril con trucos y malas artes.
Cuando la ciudadanía pierde la fe en sus dirigentes y en el sistema, la democracia muere y el sistema se convierte en caos. Para muchos españoles, cada día más radicalizados ante las acciones del gobierno, la España del presente se asemeja más a la Camorra napolitana que de la Unión Europea.
La lista de fechorías que debemos a nuestros presidentes de gobierno y a los dos grandes partidos (PP y PSOE) es aterradora. No se puede destruir tanto en tan poco tiempo y el destrozo causado hasta es difícil conseguirlo con una guerra: saqueo de las cajas de ahorros, desapariciones sospechosas de grandes bancos, estafas permitidas por el Estado, expropiaciones mafiosas, venta corrupta de activos estatales, prostitución de las subvenciones y los contratos públicos, comisiones, enriquecimiento sospechoso de decenas de miles de políticos, ladrones con poder encarcelados o haciendo cola ante los juzgados, endeudamiento atroz del país, despilfarro, amiguismo, nepotismo, corrupción en todas sus facetas y variedades, partidos políticos sin control, inmigración que pone en peligro la seguridad, las raíces culturales y los valores y logros autóctonos, una clase política de baja ética y pésima preparación, y una manera de gobernar contra el pueblo y sus deseos que es incompatible con la verdadera democracia.
Entre todas las fechorías perpetradas por la banda de los políticos españoles, las dos más peligrosas y las que nos van a costar más sangre, sudor y lágrimas son el auge del separatirmo, que está a punto de alcanzar su meta de romper España, y la división del país en dos bandos irreconciliables, como en vísperas de la guerra civil de 1936, otra tragedia nacional que también fue culpa de los políticos.
Mi amigo Manolo, un profesor jubilado que se niega a votar porque no quiere participar "en el aquelarre de los que destruyen España", me dijo no hace mucho que "estamos en la recta final de la ignominia porque los políticos tratan a España como si fuera un prostituta nigeriana de carretera".
Francisco Rubiales