Información y Opinión

El Estado español, el gran prostíbulo



Los errores y fracasos del gobierno de Pedro Sánchez y su pésima gestión de la crisis del coronavirus han puesto en evidencia, ante los ojos de todo el mundo, el profundo deterioro de la política en España, la baja calidad de la democracia española y la división del país en dos bandos irreconciliables. La división, más que ideológica es ya económica: por un lado están los que desean un Estado fuerte e intervencionista y los que quieren que el Estado adelgace y deje grandes espacios de libertad al ciudadano y a los emprendedores que crean trabajo y riqueza. Los primeros se someten al gobierno y se reparten el botín de los privilegios y del dinero público, mientras que los segundos, cada día más marginados y acosados, resisten el avance de la opresión y desean, con fuerza creciente, la regeneración de la nación.

La lucha en España no es entre derechas e izquierdas, sino entre paniaguados que adoran al Estado y la gente libre que milita en lo que llamamos "Resistencia".

Los cinco últimos presidentes de gobierno (González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez) han realizado enormes esfuerzos para convertir el Estado español en un inmenso prostíbulo, pero el último, Pedro Sánchez, es, sin duda, el campeón de esa pandilla. Su última fechoría es haber convertido España en el país que peor ha gestionado la crisis del coronavirus en todo el mundo, el de más muertes por habitante y el que peores daños económicos está sufriendo. Paralelamente, el prestigio del gobierno crece sin cesar, dentro de un hervidero de sospechas de despilfarro, abuso de poder, fraude electoral, intervencionismo exagerado y tendencias totalitarias comunistas, acoso a las libertades y derechos y otras muchas "fechorías" y arbitrariedades antidemocráticas.
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Los anteriores presidentes causaron graves daños a la democracia española expandiendo la corrupción, negociando sin ética ni decencia con los nacionalistas, a cambio de votos, potenciando el separatismo, practicando el terrorismo de Estado, corrompiendo la Justicia, endeudando al país de manera irresponsable, engordando el Estado hasta hacerlo insostenible, marginando al pueblo, gobernando contra la voluntad de las mayorías y utilizando el dinero público y el mismo Estado como si fueran patrimonio de la clase política.

Además, hemos tenido un Rey (Juan Carlos) cuya fama de corrupto y desaprensivo ha hecho más por la república que su cobarde abuelo Alfonso XIII; una Iglesia Católica que ha sido incapaz de defender los valores colectivos y que ha vaciado los templos con sus apoyos traidores a independentistas, golpistas y terroristas en Cataluña y el País Vasco; una banca ineficiente, a la que hemos tenido que rescatar con el dinero de todos y que ahora, para sobrevivir, acude al confesionario de Bruselas para pedir pasta regalada al Banco Central Europeo para revenderla a sus clientes; y una clase política divorciada de la ciudadanía, que ha logrado desengañar a su pueblo, que ya transforma su rechazo en odio y pierde la esperanza, la fe y la confianza en su sistema político y en su clase dirigente.

Pero Pedro Sánchez ha llegado más lejos que todos sus antecesores porque ha traspasado todas las líneas rojas que quedaban en pie. Ha pactado, para gobernar, con los enemigos de España, ha realizado promesas y concesiones a sus amigos que destrozan la igualdad y la justicia y, la peor de todas, ha sembrado de sospechas y recelos la sociedad española, haciendo creer a millones de ciudadanos que ha ganado las elecciones del 28 de abril con trucos y malas artes.

Cuando la ciudadanía pierde la fe en sus dirigentes y en el sistema, la democracia muere y el sistema se convierte en caos. Para muchos españoles, cada día más radicalizados ante las acciones del gobierno, la España del presente se asemeja más a la Camorra napolitana que de la Unión Europea.

La lista de fechorías que debemos a nuestros presidentes de gobierno y a los dos grandes partidos (PP y PSOE) es aterradora. No se puede destruir tanto en tan poco tiempo y el destrozo causado hasta es difícil conseguirlo con una guerra: saqueo de las cajas de ahorros, desapariciones sospechosas de grandes bancos, estafas permitidas por el Estado, expropiaciones mafiosas, venta corrupta de activos estatales, prostitución de las subvenciones y los contratos públicos, comisiones, enriquecimiento sospechoso de decenas de miles de políticos, ladrones con poder encarcelados o haciendo cola ante los juzgados, endeudamiento atroz del país, despilfarro, amiguismo, nepotismo, corrupción en todas sus facetas y variedades, partidos políticos sin control, inmigración que pone en peligro la seguridad, las raíces culturales y los valores y logros autóctonos, una clase política de baja ética y pésima preparación, y una manera de gobernar contra el pueblo y sus deseos que es incompatible con la verdadera democracia.

Entre todas las fechorías perpetradas por la banda de los políticos españoles, las dos más peligrosas y las que nos van a costar más sangre, sudor y lágrimas son el auge del separatirmo, que está a punto de alcanzar su meta de romper España, y la división del país en dos bandos irreconciliables, como en vísperas de la guerra civil de 1936, otra tragedia nacional que también fue culpa de los políticos.

Mi amigo Manolo, un profesor jubilado que se niega a votar porque no quiere participar "en el aquelarre de los que destruyen España", me dijo no hace mucho que "estamos en la recta final de la ignominia porque los políticos tratan a España como si fuera un prostituta nigeriana de carretera".

Francisco Rubiales


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Sábado, 25 de Julio 2020
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