Lech Kaczynski, presidente de Polonia, al negarse a sancionar con su firma el Tratado de Lisboa, ha dado un ejemplo a los líderes políticos arrogantes de Europa, que se creen con derecho a ratificar un tratado de gran importancia para la convivencia y el destino de sus respectivos pueblos sin consultar directamente a los ciudadanos.
Mientras tanto, ante el aldabonazo del presidente Kaczynski, basado en el democrático argumento de que los políticos no tienen derecho a ratificar lo que un pueblo ya ha rechazado mediante consulta directa, un Sarkozy decepcionante y arrogante apela paradójicamente a la "honestidad" del polaco, para que ratifique el Tratado de Lisboa.
El argumento del presidente polaco es tan impecablemente democrático como débil y antidemocrático el de Sarkozy y los demás líderes empeñados en utilizar la vía de la ratificación parlamentaria. Cuando una parte de la ciudadanía europea ha dicho "NO" hay que detener el proceso o someterlo en los demás países al criterio de los ciudadanos. Intentar eludir esa exigencia democrática constituye un inadmisible desprecio al papel del ciudadano en democracia, que es constantemente devaluado por unos dirigentes políticos que se consideran con derecho a representar al sus electores hasta más allá de lo razonable, sin entender que la voluntad política no es jamás delegable.
En España, donde gobierna el socialista Zapatero, uno de los arrogantes que se creen con derecho a tomar decisiones sin consultar con los ciudadanos e, incluso, en contra de lo que opine la mayoría, como ya hizo al negociar con ETA y al impulsar personalmente el impopular canón de la SGAE y el Estatuto de Cataluña, prosigue el proceso de ratificación parlamentaria, donde los partidos políticos, que tienen miedo a consultar a la ciudadanía, impondrán su voluntad sin abstáculos.
La Europa que quieren construir los políticos no gusta a los ciudadanos, que ya han rechazado mediante referendum el proyecto de Constitución (Francia y Holanda) y su sustituto, el Tratado de Lisboa (Irlanda), entre otras razones porque se trata de una Europa de los políticos y no de los ciudadanos y porque los dirigentes políticos ni siquiera intentan explicar a sus ciudadanos qué es Europa y, sobre todo, que quieren que sea en el futuro.
Los rechazos ciudadanos a la ruta europea trazada por los políticos constituye un gran escándalo que deja en ridículo a los gobernantes y que pone de relieve el profundo divorcio existente entre los políticos y sus pueblos, reflejo directo del asesinato de las democracias europeas y de su sustitución por oscuras oligocracias de partidos políticos, que nada tienen que ver con la auténtica democracia ciudadana.
Mientras tanto, ante el aldabonazo del presidente Kaczynski, basado en el democrático argumento de que los políticos no tienen derecho a ratificar lo que un pueblo ya ha rechazado mediante consulta directa, un Sarkozy decepcionante y arrogante apela paradójicamente a la "honestidad" del polaco, para que ratifique el Tratado de Lisboa.
El argumento del presidente polaco es tan impecablemente democrático como débil y antidemocrático el de Sarkozy y los demás líderes empeñados en utilizar la vía de la ratificación parlamentaria. Cuando una parte de la ciudadanía europea ha dicho "NO" hay que detener el proceso o someterlo en los demás países al criterio de los ciudadanos. Intentar eludir esa exigencia democrática constituye un inadmisible desprecio al papel del ciudadano en democracia, que es constantemente devaluado por unos dirigentes políticos que se consideran con derecho a representar al sus electores hasta más allá de lo razonable, sin entender que la voluntad política no es jamás delegable.
En España, donde gobierna el socialista Zapatero, uno de los arrogantes que se creen con derecho a tomar decisiones sin consultar con los ciudadanos e, incluso, en contra de lo que opine la mayoría, como ya hizo al negociar con ETA y al impulsar personalmente el impopular canón de la SGAE y el Estatuto de Cataluña, prosigue el proceso de ratificación parlamentaria, donde los partidos políticos, que tienen miedo a consultar a la ciudadanía, impondrán su voluntad sin abstáculos.
La Europa que quieren construir los políticos no gusta a los ciudadanos, que ya han rechazado mediante referendum el proyecto de Constitución (Francia y Holanda) y su sustituto, el Tratado de Lisboa (Irlanda), entre otras razones porque se trata de una Europa de los políticos y no de los ciudadanos y porque los dirigentes políticos ni siquiera intentan explicar a sus ciudadanos qué es Europa y, sobre todo, que quieren que sea en el futuro.
Los rechazos ciudadanos a la ruta europea trazada por los políticos constituye un gran escándalo que deja en ridículo a los gobernantes y que pone de relieve el profundo divorcio existente entre los políticos y sus pueblos, reflejo directo del asesinato de las democracias europeas y de su sustitución por oscuras oligocracias de partidos políticos, que nada tienen que ver con la auténtica democracia ciudadana.