Aparte del espectáculo bochornoso que han dado sobre el secuestro del atunero y el precedente peligroso que han abierto para todos los barcos españoles, laten dos cuestiones muy importantes: El pago de un Estado a piratas y la inutilidad de no haberlos capturado. Nos alegramos ciertamente de que los marineros estén todos vivos y salvos, que, se dice, viajaban bajo la Ikurriña, pero el pueblo opresor los ha liberado.
Ridículo y bochornoso ha sido, en medio del enfrentamiento y absoluta descoordinación entre varios ministerios, el pago del Estado a unos piratas; peligroso precedente el que han asentado: Los barcos españoles son carne fácil de piratas. Estos pacifistas vacuos e ingenuos, escenificando la ceremonia de la confusión y de la impericia en gestionar el secuestro, como fatales negociadores en los despachos de comisionistas y abogados, nos han convertido en suculenta presa para los bucaneros, que ya saben que pagamos al contado y no disparamos, que no enarbolamos las leyes del mar y sin someternos a martingalas leguleyas, no respondemos legítimamente con furia al que nos ataca. El desprestigio de nuestra Armada e imagen de un Gobierno débil y desconcertado le ocurren a la nación que tiene la más larga y sangrienta experiencia de los saqueos de la piratería.
Sin embargo, estos, con desmedido afán se ufanan y hablan de su éxito, cuando no tienen nada de qué presumir; presentar esta humillante claudicación como un éxito gubernamental es de desvarío. El empeño de ocultar la verdad de lo sucedido ha llevado al Gobierno a consumirse en su vacuidad o malicia, por lo que se han comportado grosera y torpemente e intentado hacernos creer que su cesión al chantaje es un logro del Estado de Derecho y que la liberación de la tripulación es un triunfo de nuestra diplomacia.
El otro asunto grave es que perdieron la oportunidad de capturarlos y recuperar el dinero. Explican los expertos que en estos casos hay unos momentos en que se pueden sorprender y apresarlos. No se entiende que, tras el secuestro, la Armada no tuviera diseñada, a esas alturas, una operación de captura, que dispararan y no les dieran y que, al acercarse a la playa, no fueran atrapadas las lanchas piratas; el Gobierno al ser interpelado en el Parlamento sobre el secuestro no supo contener su tensión y nerviosismo, soltó exabruptos infames e impertinencias rabiosas producto de la mala conciencia y de sus remordimientos, como respuesta a quienes cumplían el deber del ejercicio de oposición. En un sistema democrático, todas las actuaciones del Ejecutivo han de estar sujetas al escrutinio público y al control parlamentario. Este teme que se le pidan explicaciones sobre la vejación del Estado y que se aireen sus incompetencias.
Son muchos los interrogantes que laten aquí; toda la gestión ha sido un estrepitoso fracaso y un desbarajuste; si se iba a pagar el rescate más alto hasta ahora por un pesquero, no había que esperar mes y medio; la victoria de los piratas viene a ser la gran humillación de España. Esto ha evidenciado la carencia de una política de Estado que mantenga a salvo la defensa y el honor de España en toda circunstancia y preserve la cohesión y la sintonía del Ejecutivo. Han de ser los marines quienes se ocupen de defender los pesqueros españoles en el mundo, no es cuestión de unos mercenarios con un cursillo mínimo de adiestramiento, pagados con opíparo sueldo y sin mandos de obediencia que les impongan disciplina y control.
Decían que el PP mentía el 11-M sobre el atentado de los trenes. ¡Y la que armaron!; ¿quién miente ahora y cuántos ministros han fracasado y caído en su ineptitud en esta fatalidad del Índico?
C. Mudarra
Ridículo y bochornoso ha sido, en medio del enfrentamiento y absoluta descoordinación entre varios ministerios, el pago del Estado a unos piratas; peligroso precedente el que han asentado: Los barcos españoles son carne fácil de piratas. Estos pacifistas vacuos e ingenuos, escenificando la ceremonia de la confusión y de la impericia en gestionar el secuestro, como fatales negociadores en los despachos de comisionistas y abogados, nos han convertido en suculenta presa para los bucaneros, que ya saben que pagamos al contado y no disparamos, que no enarbolamos las leyes del mar y sin someternos a martingalas leguleyas, no respondemos legítimamente con furia al que nos ataca. El desprestigio de nuestra Armada e imagen de un Gobierno débil y desconcertado le ocurren a la nación que tiene la más larga y sangrienta experiencia de los saqueos de la piratería.
Sin embargo, estos, con desmedido afán se ufanan y hablan de su éxito, cuando no tienen nada de qué presumir; presentar esta humillante claudicación como un éxito gubernamental es de desvarío. El empeño de ocultar la verdad de lo sucedido ha llevado al Gobierno a consumirse en su vacuidad o malicia, por lo que se han comportado grosera y torpemente e intentado hacernos creer que su cesión al chantaje es un logro del Estado de Derecho y que la liberación de la tripulación es un triunfo de nuestra diplomacia.
El otro asunto grave es que perdieron la oportunidad de capturarlos y recuperar el dinero. Explican los expertos que en estos casos hay unos momentos en que se pueden sorprender y apresarlos. No se entiende que, tras el secuestro, la Armada no tuviera diseñada, a esas alturas, una operación de captura, que dispararan y no les dieran y que, al acercarse a la playa, no fueran atrapadas las lanchas piratas; el Gobierno al ser interpelado en el Parlamento sobre el secuestro no supo contener su tensión y nerviosismo, soltó exabruptos infames e impertinencias rabiosas producto de la mala conciencia y de sus remordimientos, como respuesta a quienes cumplían el deber del ejercicio de oposición. En un sistema democrático, todas las actuaciones del Ejecutivo han de estar sujetas al escrutinio público y al control parlamentario. Este teme que se le pidan explicaciones sobre la vejación del Estado y que se aireen sus incompetencias.
Son muchos los interrogantes que laten aquí; toda la gestión ha sido un estrepitoso fracaso y un desbarajuste; si se iba a pagar el rescate más alto hasta ahora por un pesquero, no había que esperar mes y medio; la victoria de los piratas viene a ser la gran humillación de España. Esto ha evidenciado la carencia de una política de Estado que mantenga a salvo la defensa y el honor de España en toda circunstancia y preserve la cohesión y la sintonía del Ejecutivo. Han de ser los marines quienes se ocupen de defender los pesqueros españoles en el mundo, no es cuestión de unos mercenarios con un cursillo mínimo de adiestramiento, pagados con opíparo sueldo y sin mandos de obediencia que les impongan disciplina y control.
Decían que el PP mentía el 11-M sobre el atentado de los trenes. ¡Y la que armaron!; ¿quién miente ahora y cuántos ministros han fracasado y caído en su ineptitud en esta fatalidad del Índico?
C. Mudarra