Colaboraciones

“ESPAÑA, UNÁNIME Y ENTERA”





El nacionalismo es un virus corrosivo que infecta y destruye. Cuanto más perdura, más maquina y arrasa, enquistado en su rancio y anacrónico ideario. Es aleccionante hoy, tras las andanzas, disposiciones y discursos, que hemos vivido y que soportamos, recordar que, en la Transición, fue calificado por algunos ilusos de progresista. Término, que, por otra parte, siempre nos resulta absurdo, pues no tiene especificidad, desde la constatación de que nadie anda para atrás, salvo el zafio cangrejo.

La muestra patente está en la trayectoria vasca desde el silenciado Arzallus, hasta el locuaz Ibarreche, en la incisiva influencia del minúsculo nacionalismo catalán, en la política balear y, recientemente, en Galicia. El colmo aberrante se ha producido ahora mismo. Léase el blog de ese fulano, miembro del Tripartito, que, desde Barcelona, arremete con purulenta pluma contra M. Caballé, Vargas Llosa y Abel Boadella, que, descerebrados los tres, han firmado el Manifiesto en defensa del Español, se sienten y declaran Españoles y patriotas de la Sagrada Unidad de España y piensan, como la mayoría de esta Nación, que “El Castellano es la Lengua Española oficial del Estado” (Art. 3 de la Constitución de 1978), la primera en el Currículum Escolar y querida y respetada en todo el ámbito hispanohablante de más de quinientos millones de usuarios. La agudeza tozuda y persistente de estos grupúsculos es de un pragmatismo muy adecuado al mundo globalizado y sin casi fronteras, en el que priman el español, inglés y, ya, el chino, ellos comerciarán y negociarán en sus lenguas regionales, ínclitas, pero, reducidas y desconocidas, salvo en su pequeño marco.

El bilingüismo regional languidece y carente de futuro, no puede sobrevivir. «Sólo la discriminación positiva, dice el historiador H. Kamen, a favor de una lengua minoritaria, puede ayudarle a pervivir». Muchos expertos opinan que esas lenguas están llamadas a desaparecer. Vargas Llosa ya indicaba, que “los indígenas peruanos debieran desistir de su lengua y cultura y asumir el español”, porque la permanencia de sus hábitos expresivos y culturales es un desideratum utópico imposible e incompatible con el hecho perentorio de constituir una comunidad próspera y avanzada. El mismo Unamuno, eminente intelectual y escritor vasco, siempre contrario al reduccionismo regional, batalló y propugnó, con ahínco, la prominencia y esplendor de la lengua de D. Quijote y la grandeza de España. Y es que, dice Gregorio Marañón, «el progreso de los hombres es siempre aspiración a la universalidad».

El congreso de CIU, esta semana, ha puesto de manifiesto que el español no está en riesgo, la amenazada es España. Esta es la calve. «España, dice Julián Marías, es un país formidable, con una historia maravillosa de creación, de innovación, de continuidad de proyecto... Es el país más inteligible de Europa, pero lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo». ¡Claro está! Aquí es imposible, porque, en opinión de Ortega y Gasset, «la verdadera cuestión española estriba en que el Estado carece de autoridad positiva para hacer frente a las fuerzas de la disgregación». Y añadía con tristeza: «La desventura de España es la escasez de hombres dotados de talento». Con la ruindad y mezquindad, nunca se llegará a la apertura y amplitud de Albert Camus: «Algún día habrá de caer la estúpida frontera que separa nuestros dos territorios, Francia e Italia, que, junto con España, forman una nación». Id est questio: Sumar, aunar y construir. Es adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en una gran nación.

Con la voz sumida en el verso, gritamos con el poeta, vasco y español, G. Celaya:



Te necesito España,

unánime y entera,

como el clamor del viento

sobre la mar inmensa.





C. V. Mudarra


   
Miércoles, 3 de Septiembre 2008
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