Al paso que vamos, dentro de poco, muy poco tiempo (así que, ahora mismo y desde estas líneas torcidas, animo a los empresarios españoles más emprendedores a que se espabilen, la sugerencia no caiga en saco roto y no se duerman en los laureles, quiero decir, a que se pongan las pilas cuanto antes y lleven a cabo la idea que les cedo –sin renunciar, eso sí, a los derechos de autor o copyright-), en todos los hogares patrios habrá, porque harán falta, un mínimo de media docena de kits de supervivencia (compuestos cada uno de ellos por pinzas almohadilladas para las narices, tapones de cera para los oídos y gafas opacas para los ojos –para los miembros de la unidad familiar y las posibles visitas-). Dará tanto asco, tanta grima, tantas náuseas lo que se vea, oiga y huela, que el kit se hará imprescindible, indispensable.
Si, como predica el dicho, el pesimista es un optimista bien informado, aunque la realidad que dibuja y pinta servidor es clara y manifiestamente hiperbólica, la basura, la inmundicia, la porquería y la saciante suciedad existente en esta sociedad no es ni apócrifa ni inventada.
Parafraseando uno de los títulos de don Pedro Calderón de la Barca (“En la vida todo es verdad y todo mentira”, 1659) y los cuatro versos finales de un poema, “Humoradas”, de Ramón de Campoamor, que conforman una cuarteta (“En este mundo traidor / nada es verdad, ni es mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”), cabe argüir que en la inmensa cloaca que parece ser últimamente nuestra querida piel de toro puesta a secar al sol, que hoy vuelve a calentar lo suyo, y no ha dejado de llamarse España (Dios quiera que acabe pronto el suplicio del hedor –servidor lo impetra mirando por la salud física y mental de quienes somos ciudadanos de dicho Estado-) poca es, porque escasea, la excelencia y mucha, porque abunda hasta abrumar, la cochambre, la indecencia, la morralla.
Los mire por donde los mire, desocupado lector, los mil y un casos de corrupción y/o deshonor que usted puede echarse a los ojos cada mañana (si lee, como intenta hacer el abajo firmante y rubricante, entre cuatro y seis periódicos de papel –los digitales los deja para la tarde-) convierten a nuestro país en un morbo o malsano interés diuturno, duradero, perdurable por el tufo, en la ruindad personificada. No obstante lo predicado por Jonathan Swift (“Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó; pues es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer”), muchos “espabilados” patrios tienen, amén de altas calidades y cantidades de cara y cuajo y un morro como para ir pisándoselo al andar, una inopia de luces y una ausencia total de vergüenza para subastar y adjudicar al mejor postor en esos mercados de la mierda, con perdón, que son los pueblos y ciudades españolas (cuyos olores he tenido que tragarme para poder opinar) sus lamparones, mancillas o vilezas.
Hay que ser muy deficitario intelectualmente hablando (tanto o más que quienes están acostumbrados a comulgar con aspas o palas de los modernos aerogeneradores), o sea, tener unas tragaderas inusitadas, ciclópeas, o carecer de un mínimo de escrúpulos, para salir a esas palestras paletas (que son los escaparates de los citados vertederos en los que –unos más, otros menos- se han convertido los diversos mass media) y, sin que se les escape un atisbo de ventosidad o pizca de regüeldo, jactarse al pregonar cómo conquistaron u hollaron los “menosochomiles” abisales/abismales de la “precipiciada” y precipitada historia de su histeria, cuyos pormenores más menudos nadie (con dos dedos de frente) se enorgullecería de propalar a los cuatro vientos ni por las cuatro esquinas de este albañal (cada día más pestilente) que semeja España.
Servidor se ha guardado los nombres de los protagonistas de tales affaires en el coleto, porque se dice el pecado, pero no el pecador, y a cualquier persona bien informada los elididos o suprimidos no se les escapan.
E. S. O., un andoba de Cornago
Si, como predica el dicho, el pesimista es un optimista bien informado, aunque la realidad que dibuja y pinta servidor es clara y manifiestamente hiperbólica, la basura, la inmundicia, la porquería y la saciante suciedad existente en esta sociedad no es ni apócrifa ni inventada.
Parafraseando uno de los títulos de don Pedro Calderón de la Barca (“En la vida todo es verdad y todo mentira”, 1659) y los cuatro versos finales de un poema, “Humoradas”, de Ramón de Campoamor, que conforman una cuarteta (“En este mundo traidor / nada es verdad, ni es mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”), cabe argüir que en la inmensa cloaca que parece ser últimamente nuestra querida piel de toro puesta a secar al sol, que hoy vuelve a calentar lo suyo, y no ha dejado de llamarse España (Dios quiera que acabe pronto el suplicio del hedor –servidor lo impetra mirando por la salud física y mental de quienes somos ciudadanos de dicho Estado-) poca es, porque escasea, la excelencia y mucha, porque abunda hasta abrumar, la cochambre, la indecencia, la morralla.
Los mire por donde los mire, desocupado lector, los mil y un casos de corrupción y/o deshonor que usted puede echarse a los ojos cada mañana (si lee, como intenta hacer el abajo firmante y rubricante, entre cuatro y seis periódicos de papel –los digitales los deja para la tarde-) convierten a nuestro país en un morbo o malsano interés diuturno, duradero, perdurable por el tufo, en la ruindad personificada. No obstante lo predicado por Jonathan Swift (“Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó; pues es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer”), muchos “espabilados” patrios tienen, amén de altas calidades y cantidades de cara y cuajo y un morro como para ir pisándoselo al andar, una inopia de luces y una ausencia total de vergüenza para subastar y adjudicar al mejor postor en esos mercados de la mierda, con perdón, que son los pueblos y ciudades españolas (cuyos olores he tenido que tragarme para poder opinar) sus lamparones, mancillas o vilezas.
Hay que ser muy deficitario intelectualmente hablando (tanto o más que quienes están acostumbrados a comulgar con aspas o palas de los modernos aerogeneradores), o sea, tener unas tragaderas inusitadas, ciclópeas, o carecer de un mínimo de escrúpulos, para salir a esas palestras paletas (que son los escaparates de los citados vertederos en los que –unos más, otros menos- se han convertido los diversos mass media) y, sin que se les escape un atisbo de ventosidad o pizca de regüeldo, jactarse al pregonar cómo conquistaron u hollaron los “menosochomiles” abisales/abismales de la “precipiciada” y precipitada historia de su histeria, cuyos pormenores más menudos nadie (con dos dedos de frente) se enorgullecería de propalar a los cuatro vientos ni por las cuatro esquinas de este albañal (cada día más pestilente) que semeja España.
Servidor se ha guardado los nombres de los protagonistas de tales affaires en el coleto, porque se dice el pecado, pero no el pecador, y a cualquier persona bien informada los elididos o suprimidos no se les escapan.
E. S. O., un andoba de Cornago