Democracia (del gr. demos, pueblo y krátos, gobierno, autoridad) “es la doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”, dice el Dic. de la RAE, 20ª Ed. 1984; y, en su segunda acepción, “el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Intervención y predominio del pueblo es la teoría, pero, en España, una vez que el pueblo ha depositado su voto, se acabó el intervenir en las decisiones gubernamentales, muchas de las cuales le desagradan, le molestan y hasta motivan su rechazo.
Aquí no hay democracia, porque el pueblo no gobierna, sólo vota, y vota no lo que desea, sino lo que le inducen y le ponen delante en listas cerradas, sin poder añadir ni quitar; no puede elegir a sus propios representantes, unos políticos de su distrito, cercanos y conocidos, que han de responder ante ellos y no ante la jefatura dictatorial del Partido. Aquí no hay democracia, porque no existe ni se huele la división de poderes, sólo el engranaje tiránico de los partidos políticos nos amordaza y lo copa todo: imponen el Ejecutivo de la Nación, los Autonómicos, el mando y gobierno del Poder Judicial, los Componentes del T. Constitucional, los miembros del Consejo de Estado, los del Banco de España, de la CNMV, de la Comisión de la Energía, del Tabaco, de Defensa de la Competencia, de las Cajas de Ahorro, de Radio Televisión Española, de las autonómicas, y hasta los de las privadas; acumulan tanto poder, que no dejan nada intacto. Aquí no hay democracia, porque su entramado interno y su funcionamiento no son democráticos; hacen y deshacen a su arbitrio, permiten la impunidad antisistema que quema banderas y fotos del Rey, menosprecian y arrinconan la lengua española, convocan consultas independentistas, proclaman la desobediencia a las sentencias judiciales, coaccionan al T. Constitucional, abren embajadas y despilfarran los dineros, y aquí no hay quien ponga la razón sobre la mesa, haga cumplir la ley y prevalecer el derecho.
Aquí, campea el desgobierno y la tergiversación; se impone la insensatez de los extremistas incitada por la incompetencia y falta de responsabilidad de los políticos, que los alientan y se aprovechan de su nocivo e insolidario separatismo; aquí, se quebranta la tutela judicial efectiva y se violenta formalmente la norma, para que cumpla en la forma la ley, pero no, en su contenido que resulta claramente contrario a su espíritu. Muchos estatutos de los partidos incurren en fraude de ley y conculcan los artículos, sexto y vigésimo tercero de la Constitución Española. Y lo grave es que este tinglado de partidos políticos se financia con dineros públicos; al menos, podrían alimentarse de sus propios recursos, sin poner la mano a los del Estado. A ello, se une la ausencia de sindicatos independientes y serios, no colgados a la mamandurria y a la subvención, viviendo como señoritos, pregúntele a Marcelino Camacho, que todos los días iba a su trabajo en la Perkin.
Existe un claro divorcio entre la ciudadanía y la clase política; la gente está cansada y harta de tanto chanchullo y de tanto mangante que se ha creído que la política es su hacienda de enriquecimiento, que las Cajas de Ahorros son su cortijo y los Ayuntamientos el filón del que extraer pingües beneficios; está harta de tanto estatuto, de tanto nacionalismo e independentismo, de tanto abuso y división, de tanto gasto y despilfarro, de tantas “autonosuyas” constituidas en masías de lujos y acomodo de esa partida de vivos y vivillos que viven colgados a la ubre propicia.
C. Mudarra
Aquí no hay democracia, porque el pueblo no gobierna, sólo vota, y vota no lo que desea, sino lo que le inducen y le ponen delante en listas cerradas, sin poder añadir ni quitar; no puede elegir a sus propios representantes, unos políticos de su distrito, cercanos y conocidos, que han de responder ante ellos y no ante la jefatura dictatorial del Partido. Aquí no hay democracia, porque no existe ni se huele la división de poderes, sólo el engranaje tiránico de los partidos políticos nos amordaza y lo copa todo: imponen el Ejecutivo de la Nación, los Autonómicos, el mando y gobierno del Poder Judicial, los Componentes del T. Constitucional, los miembros del Consejo de Estado, los del Banco de España, de la CNMV, de la Comisión de la Energía, del Tabaco, de Defensa de la Competencia, de las Cajas de Ahorro, de Radio Televisión Española, de las autonómicas, y hasta los de las privadas; acumulan tanto poder, que no dejan nada intacto. Aquí no hay democracia, porque su entramado interno y su funcionamiento no son democráticos; hacen y deshacen a su arbitrio, permiten la impunidad antisistema que quema banderas y fotos del Rey, menosprecian y arrinconan la lengua española, convocan consultas independentistas, proclaman la desobediencia a las sentencias judiciales, coaccionan al T. Constitucional, abren embajadas y despilfarran los dineros, y aquí no hay quien ponga la razón sobre la mesa, haga cumplir la ley y prevalecer el derecho.
Aquí, campea el desgobierno y la tergiversación; se impone la insensatez de los extremistas incitada por la incompetencia y falta de responsabilidad de los políticos, que los alientan y se aprovechan de su nocivo e insolidario separatismo; aquí, se quebranta la tutela judicial efectiva y se violenta formalmente la norma, para que cumpla en la forma la ley, pero no, en su contenido que resulta claramente contrario a su espíritu. Muchos estatutos de los partidos incurren en fraude de ley y conculcan los artículos, sexto y vigésimo tercero de la Constitución Española. Y lo grave es que este tinglado de partidos políticos se financia con dineros públicos; al menos, podrían alimentarse de sus propios recursos, sin poner la mano a los del Estado. A ello, se une la ausencia de sindicatos independientes y serios, no colgados a la mamandurria y a la subvención, viviendo como señoritos, pregúntele a Marcelino Camacho, que todos los días iba a su trabajo en la Perkin.
Existe un claro divorcio entre la ciudadanía y la clase política; la gente está cansada y harta de tanto chanchullo y de tanto mangante que se ha creído que la política es su hacienda de enriquecimiento, que las Cajas de Ahorros son su cortijo y los Ayuntamientos el filón del que extraer pingües beneficios; está harta de tanto estatuto, de tanto nacionalismo e independentismo, de tanto abuso y división, de tanto gasto y despilfarro, de tantas “autonosuyas” constituidas en masías de lujos y acomodo de esa partida de vivos y vivillos que viven colgados a la ubre propicia.
C. Mudarra