Colaboraciones

ERRORES DEL SISTEMA





La gente se cansa, se harta de tanta maniobra política. Repudia, porque le irritan, los pactos postelectorales, al postergar el voto mayoritario; exige la reforma de la ley electoral con la introducción de la segunda vuelta; y rechaza la partitocracia, porque los partidos políticos absorben todo el poder y controlan y deciden todo el sistema, anulando la soberanía y la voluntad decisoria de la ciudadanía.

Esta realidad, dice F. Rubiales, en notable artículo, “debe denominarse "Partitocracia" y no "Democracia". La democracia es el gobierno del pueblo, mientras que la partitocracia es el gobierno de los partidos políticos. España tiene una "Partitocracia" pura: partidos políticos ultrapoderosos que se apoderan del Estado e infiltran los poderes básicos, prevalencia del partido sobre el ciudadano, ocupación o control, por los partidos, de la sociedad civil y de las grandes instituciones que necesitan ser libres. En Partitocracia, son los partidos y no los ciudadanos los que en realidad eligen a los representantes democráticos. En España (y en otros muchos países aparentemente democráticos), esa usurpación del derecho ciudadano al voto se consigue por medio de las listas cerradas y bloqueadas, elaboradas por los partidos, que son en realidad los que eligen, mientras que el ciudadano no puede elegir a las personas que lo representan, sino a los partidos que deben o no ocupar el gobierno”. Y todos satisfechos, unos, porque “se mantienen fieles a sus raíces leninistas, otros, porque han copiado de la izquierda el feroz autoritarismo interno”.

En España, la democracia no funciona. La abstención sube y la participación baja. Hay, ciertamente, un grupo de fieles que están conformes y contentos, incluso con un reparto territorial compuesto de mayorías yuxtapuestas; el “aquí han ganado los míos” es un síntoma gravísimo de dañina distancia afectiva, muy peligrosa; está en juego la necesaria presencia de la política nacional.

Crece la distancia entre los políticos y el pueblo, no se olvide que el silencio encierra también su discurso, dirigido a quien tenga oídos para oír y entender. Lo absurdo se debe eliminar mediante una respetuosa convención constitucional; eso de que “el perdedor de votos, gana poder” es totalmente reprochable. La legitimidad del sistema se deteriora con esas acciones contrarias al sentido común. El que los partidos actúen a su arbitrio, al margen de los dictados ciudadanos, es significativamente nocivo para la democracia. Se empeñaron en un proceso con ETA, en la cesión ante ANV y en una reforma estatutaria no solicitada ni mucho menos exigida por el pueblo español; y, ahora, en el asunto de Navarra, vuelven a lo mismo. Habría que preservar de su ambición la integridad de esta región; y prevenir el peligro que se cierne sobre el régimen foral, pero, con estos personajillos de la inmadurez y la ambigüedad, que no creen en España y sólo les mueve su interés, cabe poco resquicio para la esperanza.

Se empeñan en obrar y gobernar de espaladas al ciudadano, con la mirada más en el pasado que en el futuro. La gente se siente traicionada y aún así, le da su voto a quien gobierna con eficacia, vela por sus intereses cotidianos, atiende sus deseos y sus necesidades, como se ha volcado Madrid con respecto a la M-30, a las líneas del Metro, al trabajo, a la vivienda y hasta en la mejora de su emisión televisiva. Eso es estar en consonancia con lo que quiere y necesita el pueblo, al que se sirve y no se olvida; es marcarse una inteligente estrategia y esforzarse en cumplir y facilitar la vida civil. De ahí, que no se entienda, cómo el electorado no ha dado carpetazo a ese desastroso proyecto político que nos rige.

Es preciso restituir su soberanía al pueblo, emprender la reformas de la Ley y de las listas cerradas y, sobre todo, asentar el principio de servicio y respeto a las exigencias populares y al binestar común.



Camilo Valverde



   
Sábado, 9 de Junio 2007
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