Colaboraciones

EL QUE ESTÉ LIBRE DE PECADO...





“No sé de nadie que se hiciese un autorretrato con total honradez. Por muy fiel y detalladamente que uno quiera plasmar la mirada que de sí mismo ve en el espejo, la personalidad que queda representada corresponde pocas veces a la realidad que ven los demás”.

Kazuo Ishiguro


No sé si es mi signo personal, mi destino intransferible, mi circunstancia existencial o mi conditio sine qua non, imprescindible, necesaria, palingenésica, redentora, pero, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector (puede creerme), nunca logra satisfacerme del todo nada de lo que hago (por muchas vueltas que le dé al asunto en cuestión o a la cosa que entre manos tenga -convendría que usted no tomara a las tales cosa y expresión por su orilla o vertiente más sicalípticas-).

Así, verbigracia, estoy convencido de que siempre, o sea, siempre, es preferible dialogar a violentar; pero no estoy plenamente persuadido de que sea tan bueno estarlo hasta el extremo de caer en la tentación ruin (sí, porque arruina -la certeza siempre es la ruina, ya que, como todo quisque sabe, o debería saber, quien consigue el fin frustra el resto-) de querer llevar la razón siempre y en toda discusión.

De mi año de enriquecedora convivencia con Mohamed y Kamel (compartimos piso en un edificio de una calle del populoso barrio cesaraugustano de “Las Delicias”), dos jóvenes tunecinos, becarios del Instituto Agronómico del Mediterráneo de Zaragoza (IAMZ), aprendí muchas cosas, entre otras, un proverbio árabe, que decía de esta guisa: “Quien no entiende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación”.

Con respecto a los iracundos comportamientos de los fanáticos incendiarios de las embajadas en Damasco, Beirut y demás capitales del orbe como ¿incoherente, incongruente, inconsecuente? (por lentísima -en esta “aldea global”-) respuesta a la publicación de las caricaturas de Mahoma, me gustaría recordar tres ideas (que son, según sentenció Victor Hugo, lo que mueve y arrastra al mundo y no las máquinas): una, de Santiago Ramón y Cajal (“De todas las reacciones posibles ante la injuria, la más económica es el silencio”), dos, de Abraham Lincoln (“Suavizar las penas de los otros es olvidar las propias”) y tres, de Willy Brandt (“Una situación se convierte en desesperada cuando uno empieza a pensar que es desesperada”).


Ángel Sáez García

Franky  
Martes, 7 de Febrero 2006
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