No todo lo historiado es cierto; debe desecharse esa historiografía desinformada que intenta perpetuar la invención, lo que no fue. Antes de opinar y hablar de un asunto hay que estudiar, leer e informarse en fuentes serias y contrastadas. B. Obama, incurriendo en un anacronismo, ha viajado al Cairo, a enredarse en el mito de Al-Andalus a través de los consabidos tópicos; tendiéndole su idílico desideratum pacifista y conciliador al mundo árabe, se entretuvo en la complacencia y, dando un innecesario vapuleo a la historia de España, buscó el aplauso fácil. Una cosa fue la Córdoba Califal y otra distinta, la Inquisición. Espada en mano y alfanje en alto, los musulmanes, judíos y cristianos estaban de continuo enzarzados en sus luchas y odios, dice Domínguez Ortiz; Córdoba no fue un paraíso ni Al-Andalus una balsa de concordia cívica y fraterna. García de Cortázar apunta que tanto musulmanes heterodoxos como cristianos y judíos sufrieron “la implacable acción intolerante del Islam”.
Una vez proclamado el Califato Omeya de Córdoba el 929, en un territorio que comprendía partes de España, Portugal y Marruecos, en efecto, gozó de una época de pacífica coexistencia y de un desarrollo magnífico; así, el historiador J. Vernet, afirma que “en este periodo califal existió cierta tolerancia política y religiosa”.Luego, en el 1010, se entabla la guerra civil, que acarrea la desestabilización, hasta que en 1031, dividiéndose en los reinos de Taifas, cae, por fin, el Estado Omeya. La convivencia y tolerancia idílicas de la evocada Al-Andalus no se dio, no fue ningún modelo; sabios y filósofos, judíos y cristianos fueron perseguidos, encarcelados y desterrados, pregúntenle al sevillano Maimónides o al cordobés Averroes. El califato y los posteriores taifas regionales que le sucedieron, fueron regímenes teocráticos, que imponían el Islam y cortaban a hierro la disidencia religiosa. Por su parte, la Inquisición, que no es un fenómeno de origen peninsular, se remonta a mediados del s. XIII; a raíz de una ola de antisemitismo, la persecución a los herejes cala en la concepción cristiana de esa época, a finales del s. XIV. Después, en 1478, se estableció el Santo Oficio como instrumento indagador y con función represiva.
En la actualidad, el odio perseguidor no ha remitido, contra lo que creen los incautos admiradores del Islam y defensores de la imposible Alianza de Civilizaciones. Ayer, el jefe espiritual iraní, Jamenei declaró que “en Oriente Próximo toda la gente odia a América desde el fondo de su corazón”. Así, en los ámbitos musulmanes, las actuaciones judiciales “distan mucho de cumplir las normas internacionales sobre garantías procesales”; un hombre saudí, declarado culpable de secuestro, asesinato y delitos de ‘Luwat’ (relaciones homosexuales), según condena Amnistía Internacional, ha sido decapitado y crucificado en un lugar público de Riad, el pasado 29 de mayo; y añade que, en 2008, tiene noticia de 102 ejecuciones en Arabia Saudí y que, al menos, 136 personas están en espera de ejecución. A su vez, los regidores iraníes han ejecutado hoy en la horca a tres hombres condenados por su implicación terrorista, informa la agencia oficial IRNA. Y, en Bilbao, han detenido a 17 individuos, acusados de integrar el grupo terrorista Al Qaeda en el Magreb Islámico.
Todo esto responde a una barata dialéctica común a los mal llamados progresistas, que desde su aborrecimiento incomprensible a Occidente inventan, sin evidencia alguna, esa edad de oro de un califato tolerante de perfecta armonía y respeto mutuo; el presidente de Estados Unidos es experto en el discurso de la nada, en los mítines grandilocuentes, en las ovaciones cerradas y las apelaciones a un tiempo y un país que nunca existieron; es la fórmula sonriente y sonora que arrastra al auditorio con fáciles promesas y ofertas y que tan eficaz le resulta a ZP; no interesa el contenido, sino el tipo de oyentes y la forma de hablar; en el actual lenguaje politiquero, se ha impuesto un “modus dicendi” degradado y reducido, vacío y zafio, de expresión publicitaria y retórica vana que funciona al sosegar las conciencias sumidas en el complejo de culpa, procedente de verse desnudos de los valores tradicionales.
C. Mudarra
Una vez proclamado el Califato Omeya de Córdoba el 929, en un territorio que comprendía partes de España, Portugal y Marruecos, en efecto, gozó de una época de pacífica coexistencia y de un desarrollo magnífico; así, el historiador J. Vernet, afirma que “en este periodo califal existió cierta tolerancia política y religiosa”.Luego, en el 1010, se entabla la guerra civil, que acarrea la desestabilización, hasta que en 1031, dividiéndose en los reinos de Taifas, cae, por fin, el Estado Omeya. La convivencia y tolerancia idílicas de la evocada Al-Andalus no se dio, no fue ningún modelo; sabios y filósofos, judíos y cristianos fueron perseguidos, encarcelados y desterrados, pregúntenle al sevillano Maimónides o al cordobés Averroes. El califato y los posteriores taifas regionales que le sucedieron, fueron regímenes teocráticos, que imponían el Islam y cortaban a hierro la disidencia religiosa. Por su parte, la Inquisición, que no es un fenómeno de origen peninsular, se remonta a mediados del s. XIII; a raíz de una ola de antisemitismo, la persecución a los herejes cala en la concepción cristiana de esa época, a finales del s. XIV. Después, en 1478, se estableció el Santo Oficio como instrumento indagador y con función represiva.
En la actualidad, el odio perseguidor no ha remitido, contra lo que creen los incautos admiradores del Islam y defensores de la imposible Alianza de Civilizaciones. Ayer, el jefe espiritual iraní, Jamenei declaró que “en Oriente Próximo toda la gente odia a América desde el fondo de su corazón”. Así, en los ámbitos musulmanes, las actuaciones judiciales “distan mucho de cumplir las normas internacionales sobre garantías procesales”; un hombre saudí, declarado culpable de secuestro, asesinato y delitos de ‘Luwat’ (relaciones homosexuales), según condena Amnistía Internacional, ha sido decapitado y crucificado en un lugar público de Riad, el pasado 29 de mayo; y añade que, en 2008, tiene noticia de 102 ejecuciones en Arabia Saudí y que, al menos, 136 personas están en espera de ejecución. A su vez, los regidores iraníes han ejecutado hoy en la horca a tres hombres condenados por su implicación terrorista, informa la agencia oficial IRNA. Y, en Bilbao, han detenido a 17 individuos, acusados de integrar el grupo terrorista Al Qaeda en el Magreb Islámico.
Todo esto responde a una barata dialéctica común a los mal llamados progresistas, que desde su aborrecimiento incomprensible a Occidente inventan, sin evidencia alguna, esa edad de oro de un califato tolerante de perfecta armonía y respeto mutuo; el presidente de Estados Unidos es experto en el discurso de la nada, en los mítines grandilocuentes, en las ovaciones cerradas y las apelaciones a un tiempo y un país que nunca existieron; es la fórmula sonriente y sonora que arrastra al auditorio con fáciles promesas y ofertas y que tan eficaz le resulta a ZP; no interesa el contenido, sino el tipo de oyentes y la forma de hablar; en el actual lenguaje politiquero, se ha impuesto un “modus dicendi” degradado y reducido, vacío y zafio, de expresión publicitaria y retórica vana que funciona al sosegar las conciencias sumidas en el complejo de culpa, procedente de verse desnudos de los valores tradicionales.
C. Mudarra