La investigación no se detiene. Un estudio revela que la mujer dispone de los elementos precisos, para lograr un nivel más alto de satisfacción. Existen teorías que marcan algunas pautas que facilitan el logro de la felicidad; ese estado de ánimo complaciente y excelso está al alcance de todos, pero algunos, por su sexo, tienen el camino más fácil. Si se pudiera elaborar una fórmula, según Javier Elzo, Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, las variables serían claras: «Ser mujer, tener cierto control sobre las adicciones y mantener unas buenas relaciones con la familia».
En su opinión, de acuerdo con la idea socrática de su tesis, el estado de ánimo «se logra en el equilibrio y en la virtud»; para ello, la mujer tiene valores más elevados que el hombre, y, sobre todo, en los primeros años de su vida; en la niñez y la adolescencia, son mucho más bondadosas, solidarias y comedidas que sus compañeros masculinos; esta disposición les hace sentirse más llenas, mejor consigo mismas. Así como su inclinación a condenar con el máximo rigor algunas conductas desviadas y determinadas actuaciones individuales o estatales, vandalismo, asesinato, terror, coacción, pena de muerte, y la adhesión y la permisividad en otras más sociales, apoyo a la adopción, socorro, tolerancia o aprobación de leyes y ordenamientos.
Factor relevante en la consecución de la felicidad es la tipología en la que se encuadre cada joven. Según la pertenencia a un grupo u otro, de los que establece, será más fácil alcanzar el bienestar. El subgrupo más «infeliz y conflictivo», el de los retraídos, es, afortunadamente el menos numeroso de los estudiados; el perfil responde al de «los aislados sociales», aquellos que, inducidos por una infancia difícil o por un carácter introvertido, han manifestado determinados comportamientos violentos, que resaltan por su agresividad, su refugio en la borrachera y escarceos constantes con las drogas. Se encuadra en este subgrupo una mayoría del sexo masculino con un trabajo remunerado y relaciones familiares «nefastas».
Para el autor, el grupo de los «liberales integrados», el más numeroso, es el que mayores grados de satisfacción muestra con su vida. Compuesto en gran parte por mujeres y provisto de un nivel educativo superior, lo caracteriza su posicionamiento ante los valores éticos: gran tolerancia en lo positivo y rechazo tajante ante lo negativo. Valoran la salud, la familia, los estudios y el tiempo libre; premisas importantes para ser feliz.
La clave de la felicidad está, pues, en ser mujer, por contar con las cualidades y dones, que la encaminan y la hacen mucho más fácil. Y es que la personalidad femenina es rica y muy compleja. En las distintas religiones y mitologías, la mujer es un ser privilegiado. Nace en el último episodio generativo, como el culmen de la obra artística. En la metáfora bíblica surge, no del polvo y del barro, como el varón, sino de algo más noble, humano y vital; la mujer viene a ser el complemento necesario, el rasgo imprescindible del acto creativo.
La mujer es melodía y poesía, es ternura y momento. Vive el detalle, la concreción y la pequeñez. Su rumbo es la esperanza, la vitalidad y la fortaleza. Es dispensadora de gracia y humor. Su índole innata es la capacidad esencial del amor. Derrocha su propio ser que es el cariño, la seguridad y la moderación. Es la vida, portadora y dadora de la vida y afirmación de la vida, por eso va delante, su visión es más amplia, admite la innovación y avizora un horizonte más ancho. Es la familia y es la educación. Su condición natural de diálogo y de paz contribuirá siempre en este ambiente materialista al crecimiento de individuos que vivan la entrega, el servicio y el amor al prójimo, menos violentos y egoístas. Allí donde exista la dirección y el ordenamiento de la mujer, la sociedad encontrará solución a muchos problemas y se creará un ambiente más libre, justo y dialogante.
Camilo Valverde Mudarra
En su opinión, de acuerdo con la idea socrática de su tesis, el estado de ánimo «se logra en el equilibrio y en la virtud»; para ello, la mujer tiene valores más elevados que el hombre, y, sobre todo, en los primeros años de su vida; en la niñez y la adolescencia, son mucho más bondadosas, solidarias y comedidas que sus compañeros masculinos; esta disposición les hace sentirse más llenas, mejor consigo mismas. Así como su inclinación a condenar con el máximo rigor algunas conductas desviadas y determinadas actuaciones individuales o estatales, vandalismo, asesinato, terror, coacción, pena de muerte, y la adhesión y la permisividad en otras más sociales, apoyo a la adopción, socorro, tolerancia o aprobación de leyes y ordenamientos.
Factor relevante en la consecución de la felicidad es la tipología en la que se encuadre cada joven. Según la pertenencia a un grupo u otro, de los que establece, será más fácil alcanzar el bienestar. El subgrupo más «infeliz y conflictivo», el de los retraídos, es, afortunadamente el menos numeroso de los estudiados; el perfil responde al de «los aislados sociales», aquellos que, inducidos por una infancia difícil o por un carácter introvertido, han manifestado determinados comportamientos violentos, que resaltan por su agresividad, su refugio en la borrachera y escarceos constantes con las drogas. Se encuadra en este subgrupo una mayoría del sexo masculino con un trabajo remunerado y relaciones familiares «nefastas».
Para el autor, el grupo de los «liberales integrados», el más numeroso, es el que mayores grados de satisfacción muestra con su vida. Compuesto en gran parte por mujeres y provisto de un nivel educativo superior, lo caracteriza su posicionamiento ante los valores éticos: gran tolerancia en lo positivo y rechazo tajante ante lo negativo. Valoran la salud, la familia, los estudios y el tiempo libre; premisas importantes para ser feliz.
La clave de la felicidad está, pues, en ser mujer, por contar con las cualidades y dones, que la encaminan y la hacen mucho más fácil. Y es que la personalidad femenina es rica y muy compleja. En las distintas religiones y mitologías, la mujer es un ser privilegiado. Nace en el último episodio generativo, como el culmen de la obra artística. En la metáfora bíblica surge, no del polvo y del barro, como el varón, sino de algo más noble, humano y vital; la mujer viene a ser el complemento necesario, el rasgo imprescindible del acto creativo.
La mujer es melodía y poesía, es ternura y momento. Vive el detalle, la concreción y la pequeñez. Su rumbo es la esperanza, la vitalidad y la fortaleza. Es dispensadora de gracia y humor. Su índole innata es la capacidad esencial del amor. Derrocha su propio ser que es el cariño, la seguridad y la moderación. Es la vida, portadora y dadora de la vida y afirmación de la vida, por eso va delante, su visión es más amplia, admite la innovación y avizora un horizonte más ancho. Es la familia y es la educación. Su condición natural de diálogo y de paz contribuirá siempre en este ambiente materialista al crecimiento de individuos que vivan la entrega, el servicio y el amor al prójimo, menos violentos y egoístas. Allí donde exista la dirección y el ordenamiento de la mujer, la sociedad encontrará solución a muchos problemas y se creará un ambiente más libre, justo y dialogante.
Camilo Valverde Mudarra