Las deficiencias y rémoras que padece nuestro sistema educativo, hunden sus raíces en el tiempo y en iniciativas de diferente origen; con frecuencia, se viene observando cómo España figura en los últimos puestos del ránking europeo sobre la enseñanza y, el caso es que aún no se ha sabido disminuir la tasa de fracaso escolar ni atajar el paro juvenil. Todas las leyes de educación, desde 1985, han sido promulgadas por el PSOE, lo que supone la constatación del fracaso continuado de dicho Partido, como así mismo, es poco entendible, que el PP no haya derogado ninguna cuando ha accedido al Gobierno; recuérdese, que, desde la implantación de la lúdica y progresista LOGSE, la enseñanza española ha venido sufriendo una profunda inflexión hacia la negación del estudio, del aprendizaje y de la adquisición de saberes; la estrategia era la dejación y la nula asimilación de las materias formativas.
Sindicatos, padres y alumnos se han levantado contra la política educativa del ministro Wert; curiosamente, es la primera huelga educativa de la historia en la que los progenitores deciden no llevar a sus hijos a clase; familias y colegios, portando carteles y pancartas, alzan sus voces con el puño en alto, pidiendo la dimisión del ministro; niños fueron colocados en vanguardia de la manifestación, que cerraba en Madrid los tres días de huelga contra los recortes del Gobierno. Hay quienes afirman que tienen razones para participar en la huelga de la enseñanza: “Es necesario demostrar nuestra indignación por un recorte tan brutal, aunque fuera de una forma tan atípica como hacer una huelga de padres”.
Los recortes en el presupuesto escolar no son beneficiosos, cierto, pero de ninguna manera se pueden considerar merma de derechos ni detrimento alguno para la enseñanza pública. En estos primeros años del siglo XXI, según datos del Ministerio de Educación, el presupuesto educativo en España ha tenido un aumento considerable, cifrado en el 76%; se han duplicado las becas e incrementado el gasto medio por alumno, aunque no ha servido para superar el fracaso escolar ni el nivel cultural de los estudiantes, que figura en los últimos puestos de la media europea. La desinformación o los intereses de tipo político hacen que se tergiversen los conceptos y se aireen y jaleen falsedades como la que sostiene que, con más recursos, se logra mejor enseñanza; recordemos cómo, en nuestra infancia, tuvimos maestros excelentes que, con una tiza, la pizarra y un solo libro, se las ingeniaban para enseñarnos las materias elementales, de modo que han perdurado en nuestros arsenales mentales hasta hoy.
Suprimir las lenguas clásicas del Bachillerato fue uno de los más grandes perjuicios que se le infligieron, porque esa aberración desmoronó los cimientos de nuestra cultura, arrancó de raíz la conexión del hoy con el ayer y extirpó las razones del pasado y del futuro; al dejar al estudiante ayuno de los conocimientos lingüísticos, artísticos y socio-culturales, lo dejó a la intemperie sin el sustento de la comprensión histórica y sin idea de las formaciones románicas; y, al desconocer la historia de su lengua y el origen de su cultura, perdió los asideros cognitivos para disponer y manejar los contenidos del estudio; la consecuencia de todo ello es la existencia de una sociedad desprovista y ayuna de las competencias y capacidades para regir su vida y el rendimiento social que exige el entorno.
La enseñanza en España requiere un vuelco definitivo y tajante que la aleje de veleidades progresistas, del debate ideológico partidista y, encajándola en el esfuerzo, la excelencia, la disciplina, la asimilación de conocimientos y el respeto al profesor, borre de las aulas el aspecto lúdico y los intereses políticos. La regeneración de la arquitectura pedagógica del país exige un pacto por la educación, en que prime el interés general, la dote de estabilidad fuera de los continuos cambios políticos y legislativos, y, al mismo tiempo, de un sistema válido para esta sociedad, cuyo fundamento resida en el saber, en una honda formación y en los valores democráticos, éticos y cívicos.
C. Mudarra
Sindicatos, padres y alumnos se han levantado contra la política educativa del ministro Wert; curiosamente, es la primera huelga educativa de la historia en la que los progenitores deciden no llevar a sus hijos a clase; familias y colegios, portando carteles y pancartas, alzan sus voces con el puño en alto, pidiendo la dimisión del ministro; niños fueron colocados en vanguardia de la manifestación, que cerraba en Madrid los tres días de huelga contra los recortes del Gobierno. Hay quienes afirman que tienen razones para participar en la huelga de la enseñanza: “Es necesario demostrar nuestra indignación por un recorte tan brutal, aunque fuera de una forma tan atípica como hacer una huelga de padres”.
Los recortes en el presupuesto escolar no son beneficiosos, cierto, pero de ninguna manera se pueden considerar merma de derechos ni detrimento alguno para la enseñanza pública. En estos primeros años del siglo XXI, según datos del Ministerio de Educación, el presupuesto educativo en España ha tenido un aumento considerable, cifrado en el 76%; se han duplicado las becas e incrementado el gasto medio por alumno, aunque no ha servido para superar el fracaso escolar ni el nivel cultural de los estudiantes, que figura en los últimos puestos de la media europea. La desinformación o los intereses de tipo político hacen que se tergiversen los conceptos y se aireen y jaleen falsedades como la que sostiene que, con más recursos, se logra mejor enseñanza; recordemos cómo, en nuestra infancia, tuvimos maestros excelentes que, con una tiza, la pizarra y un solo libro, se las ingeniaban para enseñarnos las materias elementales, de modo que han perdurado en nuestros arsenales mentales hasta hoy.
Suprimir las lenguas clásicas del Bachillerato fue uno de los más grandes perjuicios que se le infligieron, porque esa aberración desmoronó los cimientos de nuestra cultura, arrancó de raíz la conexión del hoy con el ayer y extirpó las razones del pasado y del futuro; al dejar al estudiante ayuno de los conocimientos lingüísticos, artísticos y socio-culturales, lo dejó a la intemperie sin el sustento de la comprensión histórica y sin idea de las formaciones románicas; y, al desconocer la historia de su lengua y el origen de su cultura, perdió los asideros cognitivos para disponer y manejar los contenidos del estudio; la consecuencia de todo ello es la existencia de una sociedad desprovista y ayuna de las competencias y capacidades para regir su vida y el rendimiento social que exige el entorno.
La enseñanza en España requiere un vuelco definitivo y tajante que la aleje de veleidades progresistas, del debate ideológico partidista y, encajándola en el esfuerzo, la excelencia, la disciplina, la asimilación de conocimientos y el respeto al profesor, borre de las aulas el aspecto lúdico y los intereses políticos. La regeneración de la arquitectura pedagógica del país exige un pacto por la educación, en que prime el interés general, la dote de estabilidad fuera de los continuos cambios políticos y legislativos, y, al mismo tiempo, de un sistema válido para esta sociedad, cuyo fundamento resida en el saber, en una honda formación y en los valores democráticos, éticos y cívicos.
C. Mudarra