Muchos países occidentales que en teoría debieran ser democráticos, entre ellos la España de Zapatero, son hoy auténticos paraísos para truhanes, territorios ideales para hacerse rico con rapidez, en los que la ley no es igual para todos, donde no se mira la procedencia del dinero con tal de que se invierta, sitios donde la justicia es ineficiente y desigual, en los que los poderosos saben gestionar la corrupción y los mafiosos pueden ocultarse en chalets acorazados y disfrutar de la vida.
España es el país de Europa donde hay más mafias armadas y bandas callejeras robando, secuestrando y asesinando ciudadanos, la nación donde los separatistas no se van porque se perderían el festín de las ventajas impunes y del dinero público, la sociedad atolondrada y sometida que permite una sobrecogedora densidad de políticos ineptos, enchufados, corruptos y vividores que, sin trabajar, cobran del erario público.
Aunque la propaganda gubernamental lo oculte con la colaboración de las televisiones y medios de comunicación sometidos al poder público, las estadísticas y los rasgos delictivos separan a España cada día más de Europa y la acercan a países de América latina como Colombia, México y otros.
También es la España actual el lugar de Europa donde la democracia se ha deteriorado con más rapidez, el país donde los políticos tienen peor imagen, donde la policía, los jueces y los partidos políticos son señalados por los ciudadanos como los grupos e instituciones más corruptas... sin que ocurra nada, sin que ´nadie dimita.
España ocupa los primeros puestos de Europa en número de ciudadanos encarcelados. Cuando desapareció el "represivo" franquismo, había menos de 15.000 presos en las cárceles españoles, mientras que hoy la tolerante democracia tiene encarcelados a casi 100.000 ciudadanos y construye cárceles con la misma rapidez que Franco construía pantanos. La España de los truhanes posee también el record europeo en desempleados (en ruta hacia los cinco millones), en destrucción de empresas (más de 300 al día), en densidad de funcionarios y enchufados viviendo del Estado, en desprestigio del sistema político, en desprecio a la clase política, en tráfico y consumo de drogas, en alcoholismo, en abortos, en fracaso escolar, en número de coches oficiales, en persecución y marginación de los que hablan el idioma común (español), en prostitución, en número de bandas y mafias operando en las calles, en abusos e irregularidades urbanísticas... y en muchas otras pillerías y comportamientos propios de sinvergüenzas sin valores ni principios.
La impunidad que nuestra confortable y humanitaria España brinda a tanto sinvergüenza, sea ministro o guardacoche, de esos que te indican cómo y donde aparcar el auto a cambio de una moneda, es tan sorprendente como incompatible con la decencia y con la verdadera democracia.
Algunos culpan del desastre al Monarca, al que atribuyen un deber que, probablemente, no tiene: el de cuidar que la Constitución, violada a diario, se cumpla. Otros muchos culpan del fracaso moral, económico y político a la sociedad española, poblada de cobardes sometidos, incapaces de exigir sus derechos y de expulsar del poder a los muchos truhanes que lo acaparan. Pero la mayoría culpa a los políticos, que han sido cualquier cosa menos ejemplares.
Los "ejemplos" ofrecidos a los españoles por la "casta" política desde la muerte del dictador han sido descorazonadores y dignos de figurar en el libro Guinnes de las vergüenzas políticas: unos constitucionalistas que redactaron una Constitución que en lugar de la democracia consagraba una oligocracia de partidos, llena de ventajas para los políticos profesionales y sin espacio alguno para el ciudadano; un Felipe González que convirtió la pillería y la corrupción en un sucio virus que logró infectar a una sociedad española que, engañada, por entonces no tenía defensas frente a los truhanes; un José María Aznar que, en vez de regenerar la sociedad, calcó en su mandato la arrogancia, la degeneración y el diseño elitista del anterior gobierno socialista, al que superó en desfachatez al implicar al país en una guerra como la de Irak, en contra de la voluntad mayoritaria de los españoles; un Zapatero que ha superado a todos sus predecesores en engaños, mentiras, trampas y falsedades, impulsor de un Estatuto de Cataluña que dinamita la solidaridad y la igualdad, valores garantizados por la Constitución, que negó la existencia de la crisis para ganar las elecciones de 2008 y que ni siquiera siente nauseas al coaligarse con presuntos adversarios ideológicos, nacionalistas excluyentes y separatistas, con tal de mantenerse en el poder.
La cúspide del Carnaval Español de los Truhanes está ocupada, con todo mérito, por los partidos políticos, entidades que nacieron para facilitar la participación de los ciudadanos en la política y para hacer llegar la voz del pueblo hasta los santuarios del poder, pero que ha abandonado toda intermediación, convirtiéndose en aparatos puros de poder, acaparadores de privilegios, refugios de mediocres y baluartes impunes e invencibles que hoy representan ya el mayor obstáculo para que la verdadera democracia impere y para que la sociedad se regenere.
Los partidos políticos son cada día más todopoderosos y arrogantes en su política de marginación de los ciudadanos y de transformación de la democracia en una despreciable oligocracia. Los partidos compiten entre ellos en el control de la Justicia y se disputan el derecho a nombrar altos magistrados en los altos tribunales. Hay demasiados políticos corruptos que enriquecen espectacularmente su patrimonio con sueldos oficiales de tres o cuatro mil euros y la corrupción no sólo florece en los pueblos y en los asuntos urbanísticos, sino que se expande en la policía, la Justicia, los gobiernos regionales y en el gobierno central con manifestaciones en las contrataciones, subvenciones, concursos públicos y otros muchos asuntos sucios y contrarios a las leyes, las buenas costumbres y la Constitución.
Muchos demócratas españoles pensamos que en esta España desgraciada conviven de manera impúdica tres grandes rebaños, cada uno ocupando su espacio y desempeñando su trágico rol: el de los pésimos gobernantes, el de los corruptos y el de los sometidos y fanatizados. Hay también un cuarto grupo, el de unos pocos ciudadanos honrados que quieren ser libres y demócratas, pero que no tienen espacio y deambulan por la tierra patria como fantasmas desubicados, pobladores de un mundo en desaparición, gente que, aunque no lo sepa, ha sido catalogada ya como "especie en extinción".
Rubén
España es el país de Europa donde hay más mafias armadas y bandas callejeras robando, secuestrando y asesinando ciudadanos, la nación donde los separatistas no se van porque se perderían el festín de las ventajas impunes y del dinero público, la sociedad atolondrada y sometida que permite una sobrecogedora densidad de políticos ineptos, enchufados, corruptos y vividores que, sin trabajar, cobran del erario público.
Aunque la propaganda gubernamental lo oculte con la colaboración de las televisiones y medios de comunicación sometidos al poder público, las estadísticas y los rasgos delictivos separan a España cada día más de Europa y la acercan a países de América latina como Colombia, México y otros.
También es la España actual el lugar de Europa donde la democracia se ha deteriorado con más rapidez, el país donde los políticos tienen peor imagen, donde la policía, los jueces y los partidos políticos son señalados por los ciudadanos como los grupos e instituciones más corruptas... sin que ocurra nada, sin que ´nadie dimita.
España ocupa los primeros puestos de Europa en número de ciudadanos encarcelados. Cuando desapareció el "represivo" franquismo, había menos de 15.000 presos en las cárceles españoles, mientras que hoy la tolerante democracia tiene encarcelados a casi 100.000 ciudadanos y construye cárceles con la misma rapidez que Franco construía pantanos. La España de los truhanes posee también el record europeo en desempleados (en ruta hacia los cinco millones), en destrucción de empresas (más de 300 al día), en densidad de funcionarios y enchufados viviendo del Estado, en desprestigio del sistema político, en desprecio a la clase política, en tráfico y consumo de drogas, en alcoholismo, en abortos, en fracaso escolar, en número de coches oficiales, en persecución y marginación de los que hablan el idioma común (español), en prostitución, en número de bandas y mafias operando en las calles, en abusos e irregularidades urbanísticas... y en muchas otras pillerías y comportamientos propios de sinvergüenzas sin valores ni principios.
La impunidad que nuestra confortable y humanitaria España brinda a tanto sinvergüenza, sea ministro o guardacoche, de esos que te indican cómo y donde aparcar el auto a cambio de una moneda, es tan sorprendente como incompatible con la decencia y con la verdadera democracia.
Algunos culpan del desastre al Monarca, al que atribuyen un deber que, probablemente, no tiene: el de cuidar que la Constitución, violada a diario, se cumpla. Otros muchos culpan del fracaso moral, económico y político a la sociedad española, poblada de cobardes sometidos, incapaces de exigir sus derechos y de expulsar del poder a los muchos truhanes que lo acaparan. Pero la mayoría culpa a los políticos, que han sido cualquier cosa menos ejemplares.
Los "ejemplos" ofrecidos a los españoles por la "casta" política desde la muerte del dictador han sido descorazonadores y dignos de figurar en el libro Guinnes de las vergüenzas políticas: unos constitucionalistas que redactaron una Constitución que en lugar de la democracia consagraba una oligocracia de partidos, llena de ventajas para los políticos profesionales y sin espacio alguno para el ciudadano; un Felipe González que convirtió la pillería y la corrupción en un sucio virus que logró infectar a una sociedad española que, engañada, por entonces no tenía defensas frente a los truhanes; un José María Aznar que, en vez de regenerar la sociedad, calcó en su mandato la arrogancia, la degeneración y el diseño elitista del anterior gobierno socialista, al que superó en desfachatez al implicar al país en una guerra como la de Irak, en contra de la voluntad mayoritaria de los españoles; un Zapatero que ha superado a todos sus predecesores en engaños, mentiras, trampas y falsedades, impulsor de un Estatuto de Cataluña que dinamita la solidaridad y la igualdad, valores garantizados por la Constitución, que negó la existencia de la crisis para ganar las elecciones de 2008 y que ni siquiera siente nauseas al coaligarse con presuntos adversarios ideológicos, nacionalistas excluyentes y separatistas, con tal de mantenerse en el poder.
La cúspide del Carnaval Español de los Truhanes está ocupada, con todo mérito, por los partidos políticos, entidades que nacieron para facilitar la participación de los ciudadanos en la política y para hacer llegar la voz del pueblo hasta los santuarios del poder, pero que ha abandonado toda intermediación, convirtiéndose en aparatos puros de poder, acaparadores de privilegios, refugios de mediocres y baluartes impunes e invencibles que hoy representan ya el mayor obstáculo para que la verdadera democracia impere y para que la sociedad se regenere.
Los partidos políticos son cada día más todopoderosos y arrogantes en su política de marginación de los ciudadanos y de transformación de la democracia en una despreciable oligocracia. Los partidos compiten entre ellos en el control de la Justicia y se disputan el derecho a nombrar altos magistrados en los altos tribunales. Hay demasiados políticos corruptos que enriquecen espectacularmente su patrimonio con sueldos oficiales de tres o cuatro mil euros y la corrupción no sólo florece en los pueblos y en los asuntos urbanísticos, sino que se expande en la policía, la Justicia, los gobiernos regionales y en el gobierno central con manifestaciones en las contrataciones, subvenciones, concursos públicos y otros muchos asuntos sucios y contrarios a las leyes, las buenas costumbres y la Constitución.
Muchos demócratas españoles pensamos que en esta España desgraciada conviven de manera impúdica tres grandes rebaños, cada uno ocupando su espacio y desempeñando su trágico rol: el de los pésimos gobernantes, el de los corruptos y el de los sometidos y fanatizados. Hay también un cuarto grupo, el de unos pocos ciudadanos honrados que quieren ser libres y demócratas, pero que no tienen espacio y deambulan por la tierra patria como fantasmas desubicados, pobladores de un mundo en desaparición, gente que, aunque no lo sepa, ha sido catalogada ya como "especie en extinción".
Rubén