Ya estamos en vísperas de Navidad. Lo dicen las ciudades invadidas de luces, los grandes almacenes atiborrados de exquisitas viandas, los escaparates de los bazares y comercios con atavíos de toda clase. Para unos, la Navidad es alegría, amor, encuentros, regalos, pagas extras, viajes por el mundo y la presencia de Jesús como salvador y vencedor del mal. Para otros, la Navidad es tristeza, odio, ausencias, paro, pobreza, trampas y personas de buena voluntad para paliar la ausencia del bien. Los chinos y pueblos del Oriente, con el taoísmo y en otra época del año, aceptan que el bien y el mal coexisten necesariamente unidos, y los llaman el yin y el yang. En los cuatro puntos cardinales, la doctrina de Lao-tse referente al Tao o la vía divina y principio de orden-, es el camino que lleva al paraíso. Ahí coexisten el bien y el mal, el yin y el yang: la tierra y el cielo, con una serie de antiguas creencias: astrológicas, mágicas y preceptos higiénicos.
También entre nosotros los occidentales, las costumbres, las leyes, la naturaleza y el respaldo de las autoridades han amalgamado la Navidad con el bien y el mal; más que una celebración religiosa y humanista la hemos convertido en una fiesta profana de mercado. Para los comerciantes, la pregunta es:: ¿Por qué no hacer más rentable un tiempo tan propicio como la Navidad? Para los mercaderes sin moral: ¿Por qué no mentir, no engañar o robar, cuando resulta tan fácil en Navidad y, posiblemente, no seremos descubiertos ni castigados? Para las profesiones liberales: ¿Por qué un político, un banquero o un magistrado no pueden ejercitar la corrupción, si tienen garantizados la discreción de sus corruptores y el aumento de sus accionistas? Para los aduaneros:¿Por qué no se pueden cerrar las fronteras de los países ricos, dejar las puertas atrancadas y las cuchillas afiladas para defenderse de los inmigrantes y vagabundos?
Para los facinerosos: ¿Por qué hacer el bien? ¿Quién me obliga a ser amable, tolerante y altruista y no maltratador y violento? Para los falsos científicos e investigadores: ¿Por qué debe el científico y el investigador considerar siempre al hombre como sujeto de derecho y no como objeto comercial? ¿Por qué debe el hombre comportarse siempre de un modo humano? Para los nacionalistas y colectivos manipuladores: ¿Por qué no puede autodefenderse un continente contra el ingente pobreterío de África, Sudamérica o el Oriente? ¿Por qué no pueden desgajarse trozos de España con el fin de elevar las rentas per cápita de sus autonomías? ¿Por qué no pueden independizarse regiones, pueblos, aldeas, razas e imponer su etnia contra otra? ¿Por qué no pueden los poderosos liquidar a los necesitados, a los indigentes, a los menesterosos y a los miserables?
Este es el dilema fundamental de la democracia. Aquí no cabe aplicar unas moralinas autosuficientes de limosnas, ni unas seudo-reflexiones nacionalistas, ni unos impulsos machistas. Aquí vale una autocrítica para todos los humanos, una oposición al Estado medieval-clerical, un rechazo al moderno Estado totalitario y una recusación a los países opulentos del Norte. El Estado libre, igualitario y fraternal es un estado neutral ante la concepción del mundo. El Estado democrático de derecho es el acuerdo con la constitución aprobada por el pueblo soberano, y el respeto, la protección y el fomento de la libertad, igualdad y fraternidad de conciencia, de religión, de prensa y de los derechos humanos. Algo así podría ser la Navidad humana y humanista, ¿Una utopía?
JUAN LEIVA
También entre nosotros los occidentales, las costumbres, las leyes, la naturaleza y el respaldo de las autoridades han amalgamado la Navidad con el bien y el mal; más que una celebración religiosa y humanista la hemos convertido en una fiesta profana de mercado. Para los comerciantes, la pregunta es:: ¿Por qué no hacer más rentable un tiempo tan propicio como la Navidad? Para los mercaderes sin moral: ¿Por qué no mentir, no engañar o robar, cuando resulta tan fácil en Navidad y, posiblemente, no seremos descubiertos ni castigados? Para las profesiones liberales: ¿Por qué un político, un banquero o un magistrado no pueden ejercitar la corrupción, si tienen garantizados la discreción de sus corruptores y el aumento de sus accionistas? Para los aduaneros:¿Por qué no se pueden cerrar las fronteras de los países ricos, dejar las puertas atrancadas y las cuchillas afiladas para defenderse de los inmigrantes y vagabundos?
Para los facinerosos: ¿Por qué hacer el bien? ¿Quién me obliga a ser amable, tolerante y altruista y no maltratador y violento? Para los falsos científicos e investigadores: ¿Por qué debe el científico y el investigador considerar siempre al hombre como sujeto de derecho y no como objeto comercial? ¿Por qué debe el hombre comportarse siempre de un modo humano? Para los nacionalistas y colectivos manipuladores: ¿Por qué no puede autodefenderse un continente contra el ingente pobreterío de África, Sudamérica o el Oriente? ¿Por qué no pueden desgajarse trozos de España con el fin de elevar las rentas per cápita de sus autonomías? ¿Por qué no pueden independizarse regiones, pueblos, aldeas, razas e imponer su etnia contra otra? ¿Por qué no pueden los poderosos liquidar a los necesitados, a los indigentes, a los menesterosos y a los miserables?
Este es el dilema fundamental de la democracia. Aquí no cabe aplicar unas moralinas autosuficientes de limosnas, ni unas seudo-reflexiones nacionalistas, ni unos impulsos machistas. Aquí vale una autocrítica para todos los humanos, una oposición al Estado medieval-clerical, un rechazo al moderno Estado totalitario y una recusación a los países opulentos del Norte. El Estado libre, igualitario y fraternal es un estado neutral ante la concepción del mundo. El Estado democrático de derecho es el acuerdo con la constitución aprobada por el pueblo soberano, y el respeto, la protección y el fomento de la libertad, igualdad y fraternidad de conciencia, de religión, de prensa y de los derechos humanos. Algo así podría ser la Navidad humana y humanista, ¿Una utopía?
JUAN LEIVA