“Estados Unidos está en proceso de convertirse en un país hispano”, ha dicho el mexicano, Jorge Ramos, escritor y director de informativos de Univisión en Miami. El español avanza airoso y potente; ya Reagan, observando su progreso decidido, intervino y quiso detener el incisivo empuje de un idioma vital y vivo en boca joven de millares de inmigrantes de la otra América que imparable entra y se extiende por sus poros, impulsada por la necesidad del hambre, por las enormes diferencias sociales y las convulsiones políticas. Llegan a unos territorios que, aún de modo inconsciente, sienten que, antes que a los ingleses, vieron y oyeron a los españoles.
La presión no la van a contener ni los muros ni el Ejército; ninguna ley migratoria la puede frenar. Norteamérica sufre un cambio demográfico y cultural de gran calado; la inflexión se está produciendo desde dentro, el fermento ya se ha instalado en sus entrañas, el índice de natalidad supera al de las otras etnias. Es la segunda nación hispana del mundo, detrás de México y delante de España. Este hecho es imparable; aunque hay rechazos y reticencias, llegará el día en que el elemento anglosajón quede en minoría y el hispano sea mayoritario, gobernará y elegirá al Presidente. El voto hispano, como sucedió en las últimas elecciones, empieza a ser decisivo. Se espera con ansia la nueva Ley de Inmigración, que de algún modo y más tarde o más temprano, habrá de legalizar a los doce millones de indocumentados que viven en el país y aprobar un programa de visados para el medio millón que llega cada año. Hoy, aún tienen poco peso político: cuentan con tres senadores, unos veinte congresistas y un solo gobernador, pero, con el tiempo, crecerá su presencia y pronto se verá gobernar al primer presidente iberoamericano.
Tras el 11-S, cunde el temor social a la inmigración, se considera una amenaza. Hay recelo, grupos minoritarios que hostigan; enfrentamientos y luchas callejeras entre pandillas. Lo peor de esta gente es su racismo intenso y evidente. Sin embargo, muchísimos inmigrantes han alcanzado la prosperidad y el éxito; sin duda, es el país de las oportunidades.
El que hayan blindado el inglés como lengua “común y unificadora”, y el declararlo oficial, aquí y ahora, es muy significativo. Lo cierto es que la nación va inevitablemente hacia una identidad bilingüe, y eso no lo cambian las leyes. El español no va ser asimilado ni va a desaparecer; tiene ímpetu, es consistente, está asentado con vocación de permanencia; los programas de radio más oídos y de televisión, en Miami, Chicago, en Los Ángeles, Nueva York y otras amplias zonas urbanas, son en español y va en aumento; está muy deformado y se parece al “spanglish”, pero se ha hecho totalmente prevalente en gran parte del país. Para triunfar allí, no es necesario el inglés, sólo uno de cada diez hispanos lo habla; es lo contrario, muchos candidatos han de saber español, para ganar en su distrito.
El futuro está ocurriendo en este momento, su imposición y aceptación por la mayoría de la gente es cuestión de tiempo. El futuro es impuro, una combinación de razas y orígenes, es universal, multiétnico; es amalgama, mezcla. En la era de la globalización, en Los Ángeles, el mestizaje es impresionante; por eso, el primer valor del momento es la tolerancia; si no se respetan las diferencias, los hombres se matarán unos a otros. Urge implantar el respeto a la diversidad; es imprescindible, la caridad y la justicia. La separación y la repulsa traerán la ruina y la perdición para el hombre.
Camilo Valverde Mudarra
La presión no la van a contener ni los muros ni el Ejército; ninguna ley migratoria la puede frenar. Norteamérica sufre un cambio demográfico y cultural de gran calado; la inflexión se está produciendo desde dentro, el fermento ya se ha instalado en sus entrañas, el índice de natalidad supera al de las otras etnias. Es la segunda nación hispana del mundo, detrás de México y delante de España. Este hecho es imparable; aunque hay rechazos y reticencias, llegará el día en que el elemento anglosajón quede en minoría y el hispano sea mayoritario, gobernará y elegirá al Presidente. El voto hispano, como sucedió en las últimas elecciones, empieza a ser decisivo. Se espera con ansia la nueva Ley de Inmigración, que de algún modo y más tarde o más temprano, habrá de legalizar a los doce millones de indocumentados que viven en el país y aprobar un programa de visados para el medio millón que llega cada año. Hoy, aún tienen poco peso político: cuentan con tres senadores, unos veinte congresistas y un solo gobernador, pero, con el tiempo, crecerá su presencia y pronto se verá gobernar al primer presidente iberoamericano.
Tras el 11-S, cunde el temor social a la inmigración, se considera una amenaza. Hay recelo, grupos minoritarios que hostigan; enfrentamientos y luchas callejeras entre pandillas. Lo peor de esta gente es su racismo intenso y evidente. Sin embargo, muchísimos inmigrantes han alcanzado la prosperidad y el éxito; sin duda, es el país de las oportunidades.
El que hayan blindado el inglés como lengua “común y unificadora”, y el declararlo oficial, aquí y ahora, es muy significativo. Lo cierto es que la nación va inevitablemente hacia una identidad bilingüe, y eso no lo cambian las leyes. El español no va ser asimilado ni va a desaparecer; tiene ímpetu, es consistente, está asentado con vocación de permanencia; los programas de radio más oídos y de televisión, en Miami, Chicago, en Los Ángeles, Nueva York y otras amplias zonas urbanas, son en español y va en aumento; está muy deformado y se parece al “spanglish”, pero se ha hecho totalmente prevalente en gran parte del país. Para triunfar allí, no es necesario el inglés, sólo uno de cada diez hispanos lo habla; es lo contrario, muchos candidatos han de saber español, para ganar en su distrito.
El futuro está ocurriendo en este momento, su imposición y aceptación por la mayoría de la gente es cuestión de tiempo. El futuro es impuro, una combinación de razas y orígenes, es universal, multiétnico; es amalgama, mezcla. En la era de la globalización, en Los Ángeles, el mestizaje es impresionante; por eso, el primer valor del momento es la tolerancia; si no se respetan las diferencias, los hombres se matarán unos a otros. Urge implantar el respeto a la diversidad; es imprescindible, la caridad y la justicia. La separación y la repulsa traerán la ruina y la perdición para el hombre.
Camilo Valverde Mudarra