Este hombrecete del talante y la sonrisa anda mal, es una ruina. Hasta el CIS le acaba de arrear su suspenso y hay voces entre los suyos, que, como los malos alumnos al culpar al profesor, achacan su fracaso a la crispación que levanta el PP. Es realmente curioso ver cómo en tan poco tiempo ha derrochado, cual Hijo Pródigo, toda la entusiasta fortuna que le otorgó el fatídico 11-M. Pero las causas internas están ahí, a las que, en pocos días, se le han añadido otras: el debate del Estatuto Catalán en el Congreso, la movida armada con los millones socialistas y de los ezquerras de débito a la Caixa, la diatriba con los obispos y el urgente viaje de la vicepresidenta al Vaticano, la manifestación descomunal contra la LOE, el acoso a la libertad de expresión por el desenfado altivo en la Cope, y su reunión secreta con Barroso, que remueve los fondos polítiqueros de la OPA sobre Endesa. Hechos descubiertos que también están ahí; todos lo saben ya
El 20 de noviembre de 1975 moría Franco tras treinta y seis años montado en su dictadura. El periodista de prestigio Martín Prieto, cuya postura es bien conocida, escribe que hacia las tres de la madrugada tintinearon los teletipos anunciando el óbito. Luego, al salir a las calles, observó que, en el trasnoche de Madrid reinaba la soledad; “no había nadie, frío y neblina, ni un claxon, sensación de amedrentamiento, miedo. En la casa de Felipe González en el barrio de La Estrella, alguien descorchó una botella de champán. Felipe la apartó: «Yo no voy a brindar por la muerte de ningún español».
El tránsito a la democracia lo hicieron los franquistas: el Rey, Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, todos los que se suicidaron políticamente y unas Fuerzas Armadas que dejaron hacer pese al pliegue del 23-F. En la otra balanza pusieron su peso los partidos que renunciaron a la ruptura democrática aceptando la mera reforma. Treinta años después las izquierdas, el PSOE e IU no quieren avivar la memoria histórica sino un memorial de agravios; quieren ganar la Guerra Civil con varias generaciones de retraso. Hoy los treintañeros no tienen noticia clara de Franco, o le confunden con un general de Napoleón. Opinan de 1936 lo mismo que nosotros de 1898. Hasta Zapatero se califica de rojo, lo que es una ucronía, y muchas de las cosas que hace, y las que no hace, se explican porque quiere superar la reforma y alcanzar la ruptura que no fue. De ahí su sectarismo y el que no gobierne para todos los españoles sino sólo para los adictos.
¿A qué viene la molestia de reformar la abadía benedictina del Valle de los Caídos? Que las familias se lleven a Franco y a José Antonio Primo de Rivera a sus panteones y dejen a los monjes en paz. ¿A qué vendría erigir una estela funeraria en Paracuellos del Jarama? Y es que la equidad exigiría una revisión histórica de los dos bandos, y eso abriría la caja de rencores oxidados, duelos y quebrantos. A Felipe González, pese a todos sus errores, no se le habría ocurrido despertar el guerracivilismo como división entre españoles buenos y malos. La Guerra Civil está para los libros, no para las conciencias”.
Pero aquí, ahora, sólo se dejan llevar por el odio y el revanchismo que conduce directamente a la maliciosa desgracia. Tendrán su ruina. Dice Cervantes que “quien busca el peligro perece en él” (Q.I, 275). El odio genera odio. Ya lo expresa el Profeta Ezequiel, con palabras de Yahvé: “Ellos te tratarán con odio y se llevarán cuanto has reunido, dejándote desnudo y al descubierto” (Ez 23,29). Aunque esta no sea su ceencia, como se avisa en Lamentaciones, recibirán su sueldo: “Dales su paga, según la obra de sus manos” (Lm 3,64).
La guerra civil, por lo tremendo de su horror, hay que dejarla, no removerla; la historia ya está en los libros, para saberla, reflexionar y no repetirla.
Camilo Valverde Mudarra
El 20 de noviembre de 1975 moría Franco tras treinta y seis años montado en su dictadura. El periodista de prestigio Martín Prieto, cuya postura es bien conocida, escribe que hacia las tres de la madrugada tintinearon los teletipos anunciando el óbito. Luego, al salir a las calles, observó que, en el trasnoche de Madrid reinaba la soledad; “no había nadie, frío y neblina, ni un claxon, sensación de amedrentamiento, miedo. En la casa de Felipe González en el barrio de La Estrella, alguien descorchó una botella de champán. Felipe la apartó: «Yo no voy a brindar por la muerte de ningún español».
El tránsito a la democracia lo hicieron los franquistas: el Rey, Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, todos los que se suicidaron políticamente y unas Fuerzas Armadas que dejaron hacer pese al pliegue del 23-F. En la otra balanza pusieron su peso los partidos que renunciaron a la ruptura democrática aceptando la mera reforma. Treinta años después las izquierdas, el PSOE e IU no quieren avivar la memoria histórica sino un memorial de agravios; quieren ganar la Guerra Civil con varias generaciones de retraso. Hoy los treintañeros no tienen noticia clara de Franco, o le confunden con un general de Napoleón. Opinan de 1936 lo mismo que nosotros de 1898. Hasta Zapatero se califica de rojo, lo que es una ucronía, y muchas de las cosas que hace, y las que no hace, se explican porque quiere superar la reforma y alcanzar la ruptura que no fue. De ahí su sectarismo y el que no gobierne para todos los españoles sino sólo para los adictos.
¿A qué viene la molestia de reformar la abadía benedictina del Valle de los Caídos? Que las familias se lleven a Franco y a José Antonio Primo de Rivera a sus panteones y dejen a los monjes en paz. ¿A qué vendría erigir una estela funeraria en Paracuellos del Jarama? Y es que la equidad exigiría una revisión histórica de los dos bandos, y eso abriría la caja de rencores oxidados, duelos y quebrantos. A Felipe González, pese a todos sus errores, no se le habría ocurrido despertar el guerracivilismo como división entre españoles buenos y malos. La Guerra Civil está para los libros, no para las conciencias”.
Pero aquí, ahora, sólo se dejan llevar por el odio y el revanchismo que conduce directamente a la maliciosa desgracia. Tendrán su ruina. Dice Cervantes que “quien busca el peligro perece en él” (Q.I, 275). El odio genera odio. Ya lo expresa el Profeta Ezequiel, con palabras de Yahvé: “Ellos te tratarán con odio y se llevarán cuanto has reunido, dejándote desnudo y al descubierto” (Ez 23,29). Aunque esta no sea su ceencia, como se avisa en Lamentaciones, recibirán su sueldo: “Dales su paga, según la obra de sus manos” (Lm 3,64).
La guerra civil, por lo tremendo de su horror, hay que dejarla, no removerla; la historia ya está en los libros, para saberla, reflexionar y no repetirla.
Camilo Valverde Mudarra