Ningún otro gobierno en la historia de la democracia española ha sabido ganarse más enemigos y más rechazo en menos tiempo que el gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero, que, al cumplir dos años desde que derrotó al PP en las elecciones del 14 de marzo de 2004, ya ha dilapidado buena parte del inmenso capital político y de aquella enorme ventaja electoral obtenida en las urnas, que parecía insalvable.
Sus defensores dicen que Zapatero es un líder eficaz y cargado de futuro, capaz de afrontar cambios y reformas "posmaterialistas" que buscan la igualdad, la democracia y la felicidad, reformas que ni siquiera se atrevió a afrontar el socialismo de Felipe González, demasiado lastrado por el pasado de España, pero los que lo rechazan le acusan, precisamente, de despreciar la democracia, de relegar al ciudadano y de abrazar un estilo de gobierno que se parece demasiado al de sus amigos "dictadores" Castro y Chavez: incapaz de alcanzar el consenso, autoritario, manipulador, demasiado próximo a las ideas y costumbres de sus también amigos "nacionalistas", que, concretamente, en Cataluña, están demostrando gustos y formas "fascistoides".
Lo único claro después de dos años de gobierno es que Zapatero no te deja indiferente. Es tan capaz de ganarse adeptos como de fabricar enemigos. Los que le quieren, le adoran, pero los que no le quieren, le odian hasta extremos inéditos en la democracia española.
El comunista Santiago Carrillo compara la actual campaña anti-Zapatero con aquella demoledora que las derechas lanzaron contra Azaña en la II República, mientras que otros analistas se sorprenden ante el enorme y prematuro desgaste y rechazo a su gobierno, un rechazo frontal y corrosivo que Felipe González sólo experimentó en la última etapa de su mandato, entre 1993 y 1996, cuando su gobierno estaba ya desacreditado y achicharrado por la corrupción, el GAL y otras lacras.
En apenas dos años, Zapatero se ha enfrentado a todos los gigantes clásicos de la historia de España: a la "España conservadora" con su legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo; a los "amigos de Estados Unidos y al mismo Imperio USA" con su precipitado abandono de la guerra de Iraq; al "poder de la Iglesia Católica" con su criticada reforma educativa; a "la patronal", representada por José María Cuevas, con su ley de igualdad y con el proceso de paz en el País Vasco, una iniciativa que también concita el rechazo de "cientos de miles de españoles que se sienten patriotas"; y a "toda una generación de españoles", los mayores de 50 años, con su reforma del Estatuto de Cataluña, una iniciativa política que ni siquiera gusta a los antiguos cuadros de su partido.
Con independencia del color político, es un hecho demostrado que Zapatero está convirtiendo a su gobierno en la fábrica enemigos más rápida y eficiente de la democracia española, superando en ese capítulo a cualquier gobierno, desde 1978. Sus compañeros de partido están preocupados porque temen que pueda perder el poder en una sóla legislatura, a pesar de que cuando obtuvo su victoria electoral, en marzo de 2004, el Partido Popular, su gran adversario político, estaba casi noqueado, desprestigiado y postrado por los errores de un José María Aznar que, en sus últimos años de poder, perdió los papeles y sucumbió a comportamientos próximos a la arrogancia y el autoritarismo.
Sus defensores dicen que Zapatero es un líder eficaz y cargado de futuro, capaz de afrontar cambios y reformas "posmaterialistas" que buscan la igualdad, la democracia y la felicidad, reformas que ni siquiera se atrevió a afrontar el socialismo de Felipe González, demasiado lastrado por el pasado de España, pero los que lo rechazan le acusan, precisamente, de despreciar la democracia, de relegar al ciudadano y de abrazar un estilo de gobierno que se parece demasiado al de sus amigos "dictadores" Castro y Chavez: incapaz de alcanzar el consenso, autoritario, manipulador, demasiado próximo a las ideas y costumbres de sus también amigos "nacionalistas", que, concretamente, en Cataluña, están demostrando gustos y formas "fascistoides".
Lo único claro después de dos años de gobierno es que Zapatero no te deja indiferente. Es tan capaz de ganarse adeptos como de fabricar enemigos. Los que le quieren, le adoran, pero los que no le quieren, le odian hasta extremos inéditos en la democracia española.
El comunista Santiago Carrillo compara la actual campaña anti-Zapatero con aquella demoledora que las derechas lanzaron contra Azaña en la II República, mientras que otros analistas se sorprenden ante el enorme y prematuro desgaste y rechazo a su gobierno, un rechazo frontal y corrosivo que Felipe González sólo experimentó en la última etapa de su mandato, entre 1993 y 1996, cuando su gobierno estaba ya desacreditado y achicharrado por la corrupción, el GAL y otras lacras.
En apenas dos años, Zapatero se ha enfrentado a todos los gigantes clásicos de la historia de España: a la "España conservadora" con su legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo; a los "amigos de Estados Unidos y al mismo Imperio USA" con su precipitado abandono de la guerra de Iraq; al "poder de la Iglesia Católica" con su criticada reforma educativa; a "la patronal", representada por José María Cuevas, con su ley de igualdad y con el proceso de paz en el País Vasco, una iniciativa que también concita el rechazo de "cientos de miles de españoles que se sienten patriotas"; y a "toda una generación de españoles", los mayores de 50 años, con su reforma del Estatuto de Cataluña, una iniciativa política que ni siquiera gusta a los antiguos cuadros de su partido.
Con independencia del color político, es un hecho demostrado que Zapatero está convirtiendo a su gobierno en la fábrica enemigos más rápida y eficiente de la democracia española, superando en ese capítulo a cualquier gobierno, desde 1978. Sus compañeros de partido están preocupados porque temen que pueda perder el poder en una sóla legislatura, a pesar de que cuando obtuvo su victoria electoral, en marzo de 2004, el Partido Popular, su gran adversario político, estaba casi noqueado, desprestigiado y postrado por los errores de un José María Aznar que, en sus últimos años de poder, perdió los papeles y sucumbió a comportamientos próximos a la arrogancia y el autoritarismo.