Si alguién tenía dudas sobre si existe o no la democracia interna en el seno de un partido político como el PSOE, esas dudas han debido desaparecer al conocerse el drástico comunicado emitido el viernes por la Comisión Ejecutiva Federal, donde se decía que únicamente José Blanco, el secretario de organización, puede decidir sobre quien milita y quien no milita en el partido.
El citado comunicado es casi tan contundente a la hora de demostrar que no existe democracia interna en el PSOE como aquella desgraciada frase que un día pronunció Alfonso Guerra para consagrar la dictadura interna de la élite de su partido: "El que se mueva, no sale en la foro".
La advertencia de la Ejecutiva Federal, que viene a negar los procedimientos y mecanismos que regulan la discrepancia interna y que ha paralizado a muchos miltantes, partidarios de la expulsión de Rosa Diez, es una demostración palpable del verticalismo autoritario que rige la vida interna del partido socialista, donde la disciplina y la obediencia se imponen claramente a derechos tan sagrados en democracia como la libertad de expresión y de crítica.
El comunicado, que demuestra que Zapatero y Blanco son hoy, paradójicamente, los máximos defensores de la permanencia de la incómoda y crítica Rosa Diéz en el seno del PSOE, quizás porque no quieren enfrentarse al terrible desgaste que representaría la expulsión de aguien que, hasta hace unos años, fue considerada como una heroína del socialismo por su capacidad de enfrentarse a ETA y a las arbitrariedades del PNV, ha desatado un mar de críticas entre militantes, pero, como siempre ocurre, se trata de críticas semisecretas, sin que sus acobardados autores, miembros del partido, se atrevan a dar la cara por miedo a hundir sus carreras políticas.
La prensa cita algunas de esas reacciones, entre ellas las de un miembro destacado -que no se identifica- de los históricos del PSOE, según el cual es necesario revisar en serio lo que llama "democracia interna" de los partidos.
Tiene razón en lo de "los partidos" porque el mal autoritario y la represión de la libre expresión son males que afectan por igual a todos y a cada uno de los partidos del arco parlamentario español , pero no tiene razón alguna cuando denomina "democracia interna" a lo que debería llamar claramente "dictadura interna".
El comunicado del viernes no debería causar sorpresa alguna a estudiosos y expertos, entre los que existe unanimidad a la hora de dictaminar que no existe libertad en la vida interna de la mayoría de los partidos y que todo aquel que se atreva a defender tesis contrarias a las de las élites dominantes en esos partidos (el secretario general y su equipo) es instantáneamente fulminado y su carrera política finiquitada.
Esos mismos expertos y estudiosos coinciden también al formular una pregunta inquietante que va dirigida a la línea de flotación de la democracia como sistema: ¿cómo unos políticos formados en partidos que no practican la democracia en su funcionamiento interno, sino todo lo contrario, un verticalismo autoritario que roza lo totalitario, pueden gestionar despues, con eficacia, un gobierno democrático, cuando ganan las elecciones?
La mayoría de esos expertos responde que "no es posible" ser autoritario en los partidos y, después, demócrata en el gobierno.
El citado comunicado es casi tan contundente a la hora de demostrar que no existe democracia interna en el PSOE como aquella desgraciada frase que un día pronunció Alfonso Guerra para consagrar la dictadura interna de la élite de su partido: "El que se mueva, no sale en la foro".
La advertencia de la Ejecutiva Federal, que viene a negar los procedimientos y mecanismos que regulan la discrepancia interna y que ha paralizado a muchos miltantes, partidarios de la expulsión de Rosa Diez, es una demostración palpable del verticalismo autoritario que rige la vida interna del partido socialista, donde la disciplina y la obediencia se imponen claramente a derechos tan sagrados en democracia como la libertad de expresión y de crítica.
El comunicado, que demuestra que Zapatero y Blanco son hoy, paradójicamente, los máximos defensores de la permanencia de la incómoda y crítica Rosa Diéz en el seno del PSOE, quizás porque no quieren enfrentarse al terrible desgaste que representaría la expulsión de aguien que, hasta hace unos años, fue considerada como una heroína del socialismo por su capacidad de enfrentarse a ETA y a las arbitrariedades del PNV, ha desatado un mar de críticas entre militantes, pero, como siempre ocurre, se trata de críticas semisecretas, sin que sus acobardados autores, miembros del partido, se atrevan a dar la cara por miedo a hundir sus carreras políticas.
La prensa cita algunas de esas reacciones, entre ellas las de un miembro destacado -que no se identifica- de los históricos del PSOE, según el cual es necesario revisar en serio lo que llama "democracia interna" de los partidos.
Tiene razón en lo de "los partidos" porque el mal autoritario y la represión de la libre expresión son males que afectan por igual a todos y a cada uno de los partidos del arco parlamentario español , pero no tiene razón alguna cuando denomina "democracia interna" a lo que debería llamar claramente "dictadura interna".
El comunicado del viernes no debería causar sorpresa alguna a estudiosos y expertos, entre los que existe unanimidad a la hora de dictaminar que no existe libertad en la vida interna de la mayoría de los partidos y que todo aquel que se atreva a defender tesis contrarias a las de las élites dominantes en esos partidos (el secretario general y su equipo) es instantáneamente fulminado y su carrera política finiquitada.
Esos mismos expertos y estudiosos coinciden también al formular una pregunta inquietante que va dirigida a la línea de flotación de la democracia como sistema: ¿cómo unos políticos formados en partidos que no practican la democracia en su funcionamiento interno, sino todo lo contrario, un verticalismo autoritario que roza lo totalitario, pueden gestionar despues, con eficacia, un gobierno democrático, cuando ganan las elecciones?
La mayoría de esos expertos responde que "no es posible" ser autoritario en los partidos y, después, demócrata en el gobierno.