Definitivamente, España nacesita un curso acelerado e intensivo de democracia. El último acontecimiento que refleja el preocupante déficit democrático español es el del seleccionador nacional de fútbol, Luis Aragonés. Con rara unanimidad, los aficionados y los medios de comunicación españoles exigen hoy la dimisión del seleccionardor, bajo cuyo liderazgo la selección española está cosechando malos resultados, deambula por los estadios sin imaginación ni fuerza y arriesga quedar excluída de la Eurocopa 2008. Pero el mismo técnico, a pesar de haber perdido todo el apoyo popular, con una desfachatez hiriente, se niega a dimitir, mientras que los déspotas que manejan la Federación Española de Fútbol, también se niegan a destituirlo.
El caso del seleccionador es pradigmático del desconocimiento que existe en España de las reglas democráticas y sigue el maloliente rastro abierto por la política española, famosa en el mundo por su corporativismo, porque los responsables nunca dimiten ni son dimitidos, aunque los errores cometidos lo exijan, aunque la opinión pública lo solicite a gritos.
Aragonés prometió que se iría si España obtenía malos resultados en el reciente Mundial de Alemania, pero después, a pesar de que los resultados fueron pésimos, olvidó la palabra empeñada y se negó a dimitir. Hoy, sin ideas, sin una relación positiva con los jugadores y con toda la afición y los medios en contra, sigue negándose a abandonar.
El caso de Luis Aragonés se suma al vergonzoso y nutrido balance de la democracia española, que ignora sistemáticamente la voluntad popular e impone los criterios despóticos y caprichosos de los dirigentes contra una ciudadanía que, en democracia, es soberana, aunque en España nadie le respete ese rango.
El caso del seleccionador es pradigmático del desconocimiento que existe en España de las reglas democráticas y sigue el maloliente rastro abierto por la política española, famosa en el mundo por su corporativismo, porque los responsables nunca dimiten ni son dimitidos, aunque los errores cometidos lo exijan, aunque la opinión pública lo solicite a gritos.
Aragonés prometió que se iría si España obtenía malos resultados en el reciente Mundial de Alemania, pero después, a pesar de que los resultados fueron pésimos, olvidó la palabra empeñada y se negó a dimitir. Hoy, sin ideas, sin una relación positiva con los jugadores y con toda la afición y los medios en contra, sigue negándose a abandonar.
El caso de Luis Aragonés se suma al vergonzoso y nutrido balance de la democracia española, que ignora sistemáticamente la voluntad popular e impone los criterios despóticos y caprichosos de los dirigentes contra una ciudadanía que, en democracia, es soberana, aunque en España nadie le respete ese rango.