La ley de la Memoria Histórica, desde un punto de vista ético y democrático, es la mayor locura del gobierno socialista que preside José Luis Rodríguez Zapatero, más nefasta y dañina, incluso, que el anticonstitucional, insolidario e injusto Estatuto de Cataluña, que hasta ahora era su mayor error.
El peor defecto de la ley es que tira por la borda el que fue el mayor logro de la Transición, el de enterrar el doloroso pasado en aras de la convivencia, desatando irresponsablemente a las peores bestias de la nación para que recuerden y practiquen la venganza y el acoso a la paz.
La ley de Memoria Histórica (o "Memoria Histérica", como le llama mi amigo Ruben), tal como ha sido concebida por los socialistas, pretende olvidar lo que es importante del pasado para recuperar lo que tiene menos valor y más peligro.
Lo importante es que los españoles se enfrentaron en una guerra civil sangrienta y asquerosa, una página vergonzosa para todos que parecía enterrada para construir sobre sus ruinas los cimientos de la paz y el futuro de un pueblo decidido a convivir en democracia. Pero Zapatero (y ahí está el pecado) se ha dedicado a desenterrarla y a sacar de la tumba a los fantasmas más nefastos de esta nación.
Desenterrar fantasmas parece que es la afición favorita del irreflexivo y temerario presidente del gobierno español. Ha desenterrado el fantasma de la guerra civil, beneficiando a los vencidos y frustrando a las generaciones que ya creian cerrada aquella página de la Historia; ha desenterrado las más bellacas y rastreras aspiraciones del nacionalismo extremo, que se encontraba agazapado en las tierras de España, asustado ante el vigor de la democracia, y que ahora está crecido y lleno de soberbia y osadía por culpa de ZP; ha desenterrado la desunión y el enfrentamiento a ultranza entre la derecha y la izquierda; ha desenterrado la peor plaga de la democracia, que es gobernar de espaldas al ciudadano, que es el soberano del sistema; ha desenterrado el acoso al adversario, la mentira gubernamental, el odio y otros muchos fantasmas familiares de los españoles.
Es cierto que no todas las tumbas las ha abierto él y que la oposición de derecha se dedicó a desenterrar la crispación y la arrogancia durante el vergonzoso segundo periodo de Aznar, pero Zapatero es el más culpable, no sólo porque haya abierto más tumbas que nadie, sino porque es quien gobierna España, quien tiene el mandato ciudadano de conducir la nave con pericia y eso, aunque él lo ignore, implica enormes deberes y responsabilidades.
La locura irresponsable de ZP ha llenado las calles de España de violentas pandillas de "fascistas" rojos y negros y ha disparado la lucha entre los contrarios en múltiples escenarios: si usted descabalga a Franco, yo descabalgo a Santiago Carrillo; si usted machaca a Millán Astray, yo machaco a Enrique Lister; si usted desentierra a sus mártires fusilados por los alzados, yo desentierro a los míos, fusilados por las checas republicanas.... y así sucesivamente. En el fundo, no hay buenos ni malos absolutos porque todos cometieron la mayores atrocidades de la especie: vidas segadas, manos manchadas de sangre...
Muchos considerábamos a Zapatero, hasta ahora, un líder torpe y escasamente demócrata, pero, a partir de hoy, es, también, un peligroso manipulador de tumbas.
Los dos bandos pasaron la frontera de la sangre y la crueldad con los semejantes, pero ya que Zapatero no permite el olvido, que al menos se imponga el sentimiento de perdón.
El peor defecto de la ley es que tira por la borda el que fue el mayor logro de la Transición, el de enterrar el doloroso pasado en aras de la convivencia, desatando irresponsablemente a las peores bestias de la nación para que recuerden y practiquen la venganza y el acoso a la paz.
La ley de Memoria Histórica (o "Memoria Histérica", como le llama mi amigo Ruben), tal como ha sido concebida por los socialistas, pretende olvidar lo que es importante del pasado para recuperar lo que tiene menos valor y más peligro.
Lo importante es que los españoles se enfrentaron en una guerra civil sangrienta y asquerosa, una página vergonzosa para todos que parecía enterrada para construir sobre sus ruinas los cimientos de la paz y el futuro de un pueblo decidido a convivir en democracia. Pero Zapatero (y ahí está el pecado) se ha dedicado a desenterrarla y a sacar de la tumba a los fantasmas más nefastos de esta nación.
Desenterrar fantasmas parece que es la afición favorita del irreflexivo y temerario presidente del gobierno español. Ha desenterrado el fantasma de la guerra civil, beneficiando a los vencidos y frustrando a las generaciones que ya creian cerrada aquella página de la Historia; ha desenterrado las más bellacas y rastreras aspiraciones del nacionalismo extremo, que se encontraba agazapado en las tierras de España, asustado ante el vigor de la democracia, y que ahora está crecido y lleno de soberbia y osadía por culpa de ZP; ha desenterrado la desunión y el enfrentamiento a ultranza entre la derecha y la izquierda; ha desenterrado la peor plaga de la democracia, que es gobernar de espaldas al ciudadano, que es el soberano del sistema; ha desenterrado el acoso al adversario, la mentira gubernamental, el odio y otros muchos fantasmas familiares de los españoles.
Es cierto que no todas las tumbas las ha abierto él y que la oposición de derecha se dedicó a desenterrar la crispación y la arrogancia durante el vergonzoso segundo periodo de Aznar, pero Zapatero es el más culpable, no sólo porque haya abierto más tumbas que nadie, sino porque es quien gobierna España, quien tiene el mandato ciudadano de conducir la nave con pericia y eso, aunque él lo ignore, implica enormes deberes y responsabilidades.
La locura irresponsable de ZP ha llenado las calles de España de violentas pandillas de "fascistas" rojos y negros y ha disparado la lucha entre los contrarios en múltiples escenarios: si usted descabalga a Franco, yo descabalgo a Santiago Carrillo; si usted machaca a Millán Astray, yo machaco a Enrique Lister; si usted desentierra a sus mártires fusilados por los alzados, yo desentierro a los míos, fusilados por las checas republicanas.... y así sucesivamente. En el fundo, no hay buenos ni malos absolutos porque todos cometieron la mayores atrocidades de la especie: vidas segadas, manos manchadas de sangre...
Muchos considerábamos a Zapatero, hasta ahora, un líder torpe y escasamente demócrata, pero, a partir de hoy, es, también, un peligroso manipulador de tumbas.
Los dos bandos pasaron la frontera de la sangre y la crueldad con los semejantes, pero ya que Zapatero no permite el olvido, que al menos se imponga el sentimiento de perdón.