Los expertos se asombran porque las medidas de los políticos para frenar la crisis no funcionan. En España han garantizado los depósitos hasta 100.000 euros, han creado un fondo de garantía de ente 30 y 50 mil millones de euros y hasta han bajado los tipos de interés, pero el virus de la crisis sigue activo, destruyendo la confianza y el tejido productivo, generando cada día tres mil parados y el cierre de más de más de 300 empresas.
¿Qué está pasando? ¿Por qué esas medidas, que parecen las adecuadas, no surten efecto?
La respuesta es evidente: la gente se fía todavía menos de los políticos que de los tiburones y brokers que han convertido las finanzas mundiales en un basurero.
Pero los políticos se niegan a aceptar que ellos son la parte principal del problema, porque no les interesa. Por eso se resisten a adoptar la media principal, la única que acabaría con la marea de desconfianza y recelo que alimenta a diario la crisis: "castigar a los rufianes" y expulsarlos del poder para "depurar el sistema". No sólo hay que acabar con los que han creado fondos basura y contaminado las finanzas mundiales con humo y engaño, sino que también hay que arrojar fuera del sistema a los aventureros, los corruptos y los aprovechados que viven al amparo del poder, los que ordeñan a diario la teta del Estado y piensan que robar en nombre del partido es lícito.
No es de recibo que el presidente de una caja de ahorros, de esas que están tomadas por los políticos, gane varios millones de euros al año y que, al marcharse, después de haber realizado un trabajo nefasto que beneficia a su partido pero que perjudica a los ahorradores, se lleve indemnizaciones millonarias que solucionan el resto de sus vidas y el futuro de su prole. Permitir que los ineptos y aprovechados al servicio del partido permanezcan en sus puestos sin ser deputados es corrupción con mayúsculas, mientras que apoyarlos y sostenerlos es delito.
Menos sentido tiene todavía el que dirigentes, concejales y enchufados del partido en el poder, ya sea de la derecha o de la izquierda, se sienten en los consejos de administración de las cajas de ahorro y se atiborren de dietas y de primas cuando su misión suele esconder una estafa a los ahorradores y un impulso a la ruina de esas entidades, facilitando préstamos a amigos del poder que no pueden pagarlos y que demasiadas veces terminan beneficiándose de inmorales condonaciones de sus créditos.
En Estados Unidos han detectado a ejecutivos de empresas arruinadas, que han sido rescatadas con dinero público, despilfarrando ese dinero en hoteles de lujo. Es más que probable que vayan a la cárcel. El caso de los parásitos españoles que, en nombre de los políticos, administran mal, sin preparación y sin escrúpulos, las cajas de ahorro es más grave porque las cajas son entidades de interés público y social. La diferencia clave es que los españoles no sólo no irán a la cárcel sino que, probablemente, serán promocionados por sus partidos..
La gente sigue presa del terror porque desconfía también de los políticos, los cuales, a pesar de ser los principales culpables de lo que está ocurriendo en el mundo, porque han fracasado en su misión de velar desde el Estado por el juego limpio y la eficiencia del sistema, siguen intocables y sin ser penalizados en sus cargos. Esos mismos políticos que no han sabido ni evitar ni anticiparse a la crisis son también incapaces de echar a sus amigos y cómplices del sistema, demostrando que no tienen valor ni altura moral para detener o erradicar a los rufianes que, muchas veces amparados por el mismo poder, siguen atrincherados en las grandes instituciones financieras, a muchas de las cuales han llevado hasta la quiebra no declarada.
¿Qué está pasando? ¿Por qué esas medidas, que parecen las adecuadas, no surten efecto?
La respuesta es evidente: la gente se fía todavía menos de los políticos que de los tiburones y brokers que han convertido las finanzas mundiales en un basurero.
Pero los políticos se niegan a aceptar que ellos son la parte principal del problema, porque no les interesa. Por eso se resisten a adoptar la media principal, la única que acabaría con la marea de desconfianza y recelo que alimenta a diario la crisis: "castigar a los rufianes" y expulsarlos del poder para "depurar el sistema". No sólo hay que acabar con los que han creado fondos basura y contaminado las finanzas mundiales con humo y engaño, sino que también hay que arrojar fuera del sistema a los aventureros, los corruptos y los aprovechados que viven al amparo del poder, los que ordeñan a diario la teta del Estado y piensan que robar en nombre del partido es lícito.
No es de recibo que el presidente de una caja de ahorros, de esas que están tomadas por los políticos, gane varios millones de euros al año y que, al marcharse, después de haber realizado un trabajo nefasto que beneficia a su partido pero que perjudica a los ahorradores, se lleve indemnizaciones millonarias que solucionan el resto de sus vidas y el futuro de su prole. Permitir que los ineptos y aprovechados al servicio del partido permanezcan en sus puestos sin ser deputados es corrupción con mayúsculas, mientras que apoyarlos y sostenerlos es delito.
Menos sentido tiene todavía el que dirigentes, concejales y enchufados del partido en el poder, ya sea de la derecha o de la izquierda, se sienten en los consejos de administración de las cajas de ahorro y se atiborren de dietas y de primas cuando su misión suele esconder una estafa a los ahorradores y un impulso a la ruina de esas entidades, facilitando préstamos a amigos del poder que no pueden pagarlos y que demasiadas veces terminan beneficiándose de inmorales condonaciones de sus créditos.
En Estados Unidos han detectado a ejecutivos de empresas arruinadas, que han sido rescatadas con dinero público, despilfarrando ese dinero en hoteles de lujo. Es más que probable que vayan a la cárcel. El caso de los parásitos españoles que, en nombre de los políticos, administran mal, sin preparación y sin escrúpulos, las cajas de ahorro es más grave porque las cajas son entidades de interés público y social. La diferencia clave es que los españoles no sólo no irán a la cárcel sino que, probablemente, serán promocionados por sus partidos..
La gente sigue presa del terror porque desconfía también de los políticos, los cuales, a pesar de ser los principales culpables de lo que está ocurriendo en el mundo, porque han fracasado en su misión de velar desde el Estado por el juego limpio y la eficiencia del sistema, siguen intocables y sin ser penalizados en sus cargos. Esos mismos políticos que no han sabido ni evitar ni anticiparse a la crisis son también incapaces de echar a sus amigos y cómplices del sistema, demostrando que no tienen valor ni altura moral para detener o erradicar a los rufianes que, muchas veces amparados por el mismo poder, siguen atrincherados en las grandes instituciones financieras, a muchas de las cuales han llevado hasta la quiebra no declarada.