He leido el último libro de Andrés Ollero ("El derecho a la verdad. Valores para una sociedad pluralistas") y una de sus principales méritos es que demuestra que el relativismo es incompatible con la democracia.
La reflexión viene como anillo al dedo a la España actual, donde, desde lo público, se alienta un relativismo que intenta apartarse de la verdad y de la falsedad, partiendo de una pretendida neutralidad en los juicios éticos, religiosos y políticos.
El autor sostiene que "Definir qué debe hacerse en la vida social supone siempre un juicio ético.Habrá que aportar y confrontar criterios en un diálogo democrático, respetando los derechos fundamentales de las minorías. Lo que no tiene sentido es que a determinados ciudadanos, que -casualmente- pueden ser mayoría en un país se les diga que no pueden imponer sus convicciones, en vista de lo cual los menos podrán imponer las suyas en nombre de la neutralidad".
El autor alerta de los efectos perversos y demoledores que crea el relativismo y su "alergia a los valores", para afirmar que el relativismo lleva no sólo a la anarquía sino, más aun, al abandono de la verdad desde el punto de vista intelectual.
Al intentar demostrar las incompatibilidades que existen entre democracia y relativismo, Ollero observa que "la democracia moderna se apoya en una gran verdad, de la que aparece como conclusión obligada la dignidad humana".
El catedrático de filosofía del derecho sostiene que el relativismo fuerte termina quebrando las bases democráticas. Si nada es verdad ni mentira, el consenso, como medio de acceder a la verdad, pierde todo su sentido, y la opinión de las minorías en el juego democrático resulta ser absolutamente irrelevante.
Uno de los asuntos más actuales y polémicos tratados en el libro es si el político debe servir de arquetipo moral al ciudadano. El autor, apoyándose en la jurisprudencia constitucional, confirma la obligación ejemplarizante de los dirigentes políticos y afirma que los políticos no pueden evitar verse gravados con mayores exigencias que el resto de los ciudadanos, como tampoco pueden aspirar a sser tratados por los medios de comunicación como un ciudadano más.
La reflexión viene como anillo al dedo a la España actual, donde, desde lo público, se alienta un relativismo que intenta apartarse de la verdad y de la falsedad, partiendo de una pretendida neutralidad en los juicios éticos, religiosos y políticos.
El autor sostiene que "Definir qué debe hacerse en la vida social supone siempre un juicio ético.Habrá que aportar y confrontar criterios en un diálogo democrático, respetando los derechos fundamentales de las minorías. Lo que no tiene sentido es que a determinados ciudadanos, que -casualmente- pueden ser mayoría en un país se les diga que no pueden imponer sus convicciones, en vista de lo cual los menos podrán imponer las suyas en nombre de la neutralidad".
El autor alerta de los efectos perversos y demoledores que crea el relativismo y su "alergia a los valores", para afirmar que el relativismo lleva no sólo a la anarquía sino, más aun, al abandono de la verdad desde el punto de vista intelectual.
Al intentar demostrar las incompatibilidades que existen entre democracia y relativismo, Ollero observa que "la democracia moderna se apoya en una gran verdad, de la que aparece como conclusión obligada la dignidad humana".
El catedrático de filosofía del derecho sostiene que el relativismo fuerte termina quebrando las bases democráticas. Si nada es verdad ni mentira, el consenso, como medio de acceder a la verdad, pierde todo su sentido, y la opinión de las minorías en el juego democrático resulta ser absolutamente irrelevante.
Uno de los asuntos más actuales y polémicos tratados en el libro es si el político debe servir de arquetipo moral al ciudadano. El autor, apoyándose en la jurisprudencia constitucional, confirma la obligación ejemplarizante de los dirigentes políticos y afirma que los políticos no pueden evitar verse gravados con mayores exigencias que el resto de los ciudadanos, como tampoco pueden aspirar a sser tratados por los medios de comunicación como un ciudadano más.