La reciente dimisión del presidente de la República de Alemania, Horst Köhler, solo porque ha recibido fuertes críticas de la oposición, constituye un ejemplo de dignidad y consagra la división actual del mundo democrático en dos grupos muy diferentes: el de las democracias dignas y decentes, donde milita Alemania, y el de las democracias corruptas e indecentes, donde está, por méritos propios, España.
El presidente de Alemania, renunció ayer sorpresivamente a su cargo, una decisión que consternó a la nación y al mundo político germano, a causa de una ola de críticas que había recibido en los últimos días por unas polémicas declaraciones relacionadas sobre el rol de las fuerzas armadas alemanes en Afganistán, en las que vinculó la misión del ejercito con la defensa de los intereses económicos y comerciales del país.
Si el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, tuviera la misma ética democrática, habría dimitido ya hace mucho tiempo y su permanencia en el poder sería inconcebible, dado el enorme nivel de rechazo de que le expresa su pueblo en las encuestas y la desconfianza que despierta entre sus conciudadanos.
Pero el caso del presidente alemán demuestra que en el mundo actual existen dos concepciones muy distintas de la democracia, una digna y ética, que vive en el rigor y el respeto a las normas y que conduce, inexorablemente, a la dimisión cuando se producen críticas importantes o pérdida de confianza y prestigio, y otra indigna y sin ética, que se apalanca en el poder y en sus privilegios, que desprecia los deseos de su pueblo y que es capaz de soportar toneladas de críticas, desconfianza y desprecio sin dimisiones ni arrepentimientos.
El caso alemán demuestra también que la corrupción no consiste únicamente de utilizar el poder político para apropiarse de dinero e incrementar el patrimonio de manera injustificable, sino que también consiste en no dimitir cuando existe deterioro en el liderazgo o cuando lo demanda la mayoría de la sociedad, y en realizar desde el poder prácticas sin ética ni decencia, como las que Zapatero protagoniza a diario: mentir, comprar votos con dinero público, negarse a adelgazar un Estado monstruoso e insostenible, cargado de enchufados y de amigos del partido, pactar con partidos de ideología opuesta sólo para mantener el poder y mil fechorías más, convertidas por Zapatero en sello distintivo de la cloaca democrática española.
La España de Zapatero es un lodazal plagado de irregularidades e indecencias que asquea a su propio pueblo. La última aireada por la prensa es todo un símbolo de lo que un pueblo digno y libre jamás debería soportar de sus políticos corruptos: el alcalde socialista de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, envió su coche oficial, con chofer y escolta, hasta Barcelona, a más de mil kilómetros de distancia, para que lo recibiera en el aeropueto, cuando él bajara del avión, y le transportara en sus desplazamientos por la ciudad condal, donde había acudido para presenciar la final de la Copa del Rey de fútbol.
La Alemania de Horst Köhler es paradigma de la decencia, mientras que la España de Zapatero lo es de la democracia más corrompida e indecente.
El presidente de Alemania, renunció ayer sorpresivamente a su cargo, una decisión que consternó a la nación y al mundo político germano, a causa de una ola de críticas que había recibido en los últimos días por unas polémicas declaraciones relacionadas sobre el rol de las fuerzas armadas alemanes en Afganistán, en las que vinculó la misión del ejercito con la defensa de los intereses económicos y comerciales del país.
Si el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, tuviera la misma ética democrática, habría dimitido ya hace mucho tiempo y su permanencia en el poder sería inconcebible, dado el enorme nivel de rechazo de que le expresa su pueblo en las encuestas y la desconfianza que despierta entre sus conciudadanos.
Pero el caso del presidente alemán demuestra que en el mundo actual existen dos concepciones muy distintas de la democracia, una digna y ética, que vive en el rigor y el respeto a las normas y que conduce, inexorablemente, a la dimisión cuando se producen críticas importantes o pérdida de confianza y prestigio, y otra indigna y sin ética, que se apalanca en el poder y en sus privilegios, que desprecia los deseos de su pueblo y que es capaz de soportar toneladas de críticas, desconfianza y desprecio sin dimisiones ni arrepentimientos.
El caso alemán demuestra también que la corrupción no consiste únicamente de utilizar el poder político para apropiarse de dinero e incrementar el patrimonio de manera injustificable, sino que también consiste en no dimitir cuando existe deterioro en el liderazgo o cuando lo demanda la mayoría de la sociedad, y en realizar desde el poder prácticas sin ética ni decencia, como las que Zapatero protagoniza a diario: mentir, comprar votos con dinero público, negarse a adelgazar un Estado monstruoso e insostenible, cargado de enchufados y de amigos del partido, pactar con partidos de ideología opuesta sólo para mantener el poder y mil fechorías más, convertidas por Zapatero en sello distintivo de la cloaca democrática española.
La España de Zapatero es un lodazal plagado de irregularidades e indecencias que asquea a su propio pueblo. La última aireada por la prensa es todo un símbolo de lo que un pueblo digno y libre jamás debería soportar de sus políticos corruptos: el alcalde socialista de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, envió su coche oficial, con chofer y escolta, hasta Barcelona, a más de mil kilómetros de distancia, para que lo recibiera en el aeropueto, cuando él bajara del avión, y le transportara en sus desplazamientos por la ciudad condal, donde había acudido para presenciar la final de la Copa del Rey de fútbol.
La Alemania de Horst Köhler es paradigma de la decencia, mientras que la España de Zapatero lo es de la democracia más corrompida e indecente.