Información y Opinión

Demasiadas dudas, demasiadas sospechas insanas





Existen ya demadiadas dudas y sospechas en torno a los atentados terroristas del 11 M para poder soportarlas con indiferencia. Son tan duras esas sospechas y dudas que amenazan la convivencia. Hasta Rodríguez Ibarra, uno de los pocos socialistas sin mordaza que quedan en España, lo reconoce. La mayoría de los españoles lo sabemos y no entendemos cómo un gobierno, que debería ser el primer interesado en investigar y alcanzar la verdad, se ha convertido en un obstáculo para que la luz ilumine el oscuro mundo del atentado del 11 de marzo de 2004, un acontecimiento que, para bien o para mal, cambio el rumbo político de España.

Las dudas y las sospechas están causando estragos en la democracia española: el gobierno está bajo sospecha; la oposición está obsesionada con la tesis de la conspiración; la política y los políticos pierden prestigio y credibilidad; el sistema democrático está bajo sospecha; hay hasta ministros que aparecen como directamente implicados en una trama que también alcanza al presidente del gobierno.

La democracia no es un sistema de leyes sino una actitud mental basada en la confianza. Sin confianza, la democracia no existe y de nada sirven las leyes. Los ciudadanos necesitan creer que están siendo gobernados por gente de bien, no por rufianes. Cuando el gobierno, los partidos y las instituciones están bajo sospecha, el sistema está en crisis.

Y eso es lo que está pasando en España, aunque algunos, horrorizados, no quieran verlo. Sea o no cierto, el gobierno proyecta una inquietante inseguridad y refleja la imagen de que lo único que le interesa es seguir en el poder. Nadie entiende por qué no se defiende, o por qué no aclara las dudas, o cómo permite sin reaccionar en defensa propia que un día tras otro aparezcan en la primera página de la prensa no controlada o aliada acusaciones que, por lo menos, tienen susficiente fuerza para poner en duda la limpieza y la buena fe de policías, investigadores, jueces y políticos.

A la sombra de la sospecha, mientras que esos políticos que, en buena democracia, deberían ser baluartes del ejemplo y la moralidad pública, son acusados de ruindad y vileza, el país se divide, alimenta el odio y tira por la borda el capital democrático acumulado desde la muerte del dictador.

Y que conste que, en democracia, el mayor culpable siempre es el que ostenta mayor poder. El gobierno, cuya actitud opaca, en estos momentos, es democráticamente incompresible. ¿Y la Corona? ¿Nada tiene que decir cuando el sistema retrocede? ¿Qué hace falta que ocurra para que el Monarca recargue las agotadas baterias morales de España?


Franky  
Sábado, 30 de Septiembre 2006
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