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Los perdedores del PP se resisten a retirarse y a perder los privilegios del liderazgo, pero deben dar pronto un paso atrás si no quieren ser devorados por los que empujan con deseos de victoria, reclamando su oportunidad.
¿Es Rajoy un cadaver político? Según las reglas de la partitocracia, lo es porque ha perdido dos veces y ya se le acabó su tiempo. Parece cruel, pero así es la lucha en estas implacables y obscenas oligocracias de partidos, donde todo, desde la ideología a los principios, se sacrifica y se doblega ante el único Dios respetado: el del poder.
Es posible que Rajoy pueda prolongar su agonía hasta el Congreso Nacional, a celebrarse en el próximo junio, pero no le concederán una tercera oportunidad. Su propio público terminara exigiendo la cabeza del que fue elegido a dedo por Aznar, derrotado dos veces, de manera humillante, por un político mediocre como Zapatero, el cual, para colmo, ha protagonizado un mandato cargado de errores y de fracasos, que ha puesto eln peligro el futuro de España.
Rajoy apostó por una oposición instalada en la bronca continua que puso más énfasis en desgastar al adversario que en cautivar al electorado con ideas y programas ilusionantes. La derrota obtenida en las urnas tiene una única lectura ortodoxa: en lugar de desgastar a Zapatero, Rajoy ha obtenido el efecto contrario y ha sido él quien se ha desgastado.
Ahora, desde la fría distancia, la derrota de la derecha española despliega toda su carga de humillación: Rajoy movilizó todos los recursos de la destrucción y del desgaste contra un adversario aparentemente débil e inconsistente, como Zapatero, improvisador, mediocre y marcado por haber llegado al poder bajo el ruido de las bombas y la sangre de las víctimas del terrorismo. Ha movilizado contra Zapatero a los católicos, que en teoría son la mayoría de la población, a los descontentos, a los cabreados, a los damnificados del poder y a las víctimas del terrorismo, todos los cuales, unidos a las masas incondicionales de la derecha, deberían haberle catapultado hacia la Moncloa sin gran dificultad.
Sin embargo, increíblemente, el plan ha fracasado y la voz de las urnas ha sonado categórica: "no deseamos ser gobernados por un partido y por un líder que han preferido instalarse en la bronca antes que ofrecer a los ciudadanos un programa de ideas ilusionantes, regeneración y reformas que rescaten a España de la mediocridad y el retroceso".
Otros perdedores de la derecha, como el andaluz Javier Arenas, derrotado ya por tercera vez, tambien pretende aferrarse con garfios al sillón del poder, ocultando sus sucesivas y humillantes derrotas bajo el argumento de que su partido ha avanzado.
Su análisis, apoyado por su corte de incondicionales bien colocados en el partido, es engañoso por varias razones de peso, entre las que destacan las siguientes: la mitad del crecimiento de la derecha en Andalucía se ha debido, exclusivamente, al trasvase de votos desde el Andalucísmo; el PSOE, confiando en exceso en la debilidad de la candidatura da Arenas, apenas ha movilizado sus recursos en la última campaña electoral; el PSOE está todavía lejos de la derrota, entre otras razones porque le queda todavía intacta la gran reserva de votos de izquierda que ha votado a Izquierda Unida, de los que puede tirar en el futuro si la derecha se tornara amenazante.
La actual dirección del PP de Andalucía, en la práctica, continúa impidiendo a su partido y a sus votantes esa renovación de sangre y de ideas a la que tienen derecho y que Andalucía, cansada de mediocridad y de régimen socialista, sigue exigiendo en vano.
Los andaluces demócratas, que esperan desde hace décadas que la derecha sea capaz de construir una oposición sólida que al menos permita la alternancia, también contemplan con tristeza el espectáculo de un Partido Popular andaluz que parece dispuesto a perseverar en su debilidad, incapaz de renovarse y de realizar esos análisis lúcidos, libres y desinteresados que son la única vía hacia la victoria.
¿Es Rajoy un cadaver político? Según las reglas de la partitocracia, lo es porque ha perdido dos veces y ya se le acabó su tiempo. Parece cruel, pero así es la lucha en estas implacables y obscenas oligocracias de partidos, donde todo, desde la ideología a los principios, se sacrifica y se doblega ante el único Dios respetado: el del poder.
Es posible que Rajoy pueda prolongar su agonía hasta el Congreso Nacional, a celebrarse en el próximo junio, pero no le concederán una tercera oportunidad. Su propio público terminara exigiendo la cabeza del que fue elegido a dedo por Aznar, derrotado dos veces, de manera humillante, por un político mediocre como Zapatero, el cual, para colmo, ha protagonizado un mandato cargado de errores y de fracasos, que ha puesto eln peligro el futuro de España.
Rajoy apostó por una oposición instalada en la bronca continua que puso más énfasis en desgastar al adversario que en cautivar al electorado con ideas y programas ilusionantes. La derrota obtenida en las urnas tiene una única lectura ortodoxa: en lugar de desgastar a Zapatero, Rajoy ha obtenido el efecto contrario y ha sido él quien se ha desgastado.
Ahora, desde la fría distancia, la derrota de la derecha española despliega toda su carga de humillación: Rajoy movilizó todos los recursos de la destrucción y del desgaste contra un adversario aparentemente débil e inconsistente, como Zapatero, improvisador, mediocre y marcado por haber llegado al poder bajo el ruido de las bombas y la sangre de las víctimas del terrorismo. Ha movilizado contra Zapatero a los católicos, que en teoría son la mayoría de la población, a los descontentos, a los cabreados, a los damnificados del poder y a las víctimas del terrorismo, todos los cuales, unidos a las masas incondicionales de la derecha, deberían haberle catapultado hacia la Moncloa sin gran dificultad.
Sin embargo, increíblemente, el plan ha fracasado y la voz de las urnas ha sonado categórica: "no deseamos ser gobernados por un partido y por un líder que han preferido instalarse en la bronca antes que ofrecer a los ciudadanos un programa de ideas ilusionantes, regeneración y reformas que rescaten a España de la mediocridad y el retroceso".
Otros perdedores de la derecha, como el andaluz Javier Arenas, derrotado ya por tercera vez, tambien pretende aferrarse con garfios al sillón del poder, ocultando sus sucesivas y humillantes derrotas bajo el argumento de que su partido ha avanzado.
Su análisis, apoyado por su corte de incondicionales bien colocados en el partido, es engañoso por varias razones de peso, entre las que destacan las siguientes: la mitad del crecimiento de la derecha en Andalucía se ha debido, exclusivamente, al trasvase de votos desde el Andalucísmo; el PSOE, confiando en exceso en la debilidad de la candidatura da Arenas, apenas ha movilizado sus recursos en la última campaña electoral; el PSOE está todavía lejos de la derrota, entre otras razones porque le queda todavía intacta la gran reserva de votos de izquierda que ha votado a Izquierda Unida, de los que puede tirar en el futuro si la derecha se tornara amenazante.
La actual dirección del PP de Andalucía, en la práctica, continúa impidiendo a su partido y a sus votantes esa renovación de sangre y de ideas a la que tienen derecho y que Andalucía, cansada de mediocridad y de régimen socialista, sigue exigiendo en vano.
Los andaluces demócratas, que esperan desde hace décadas que la derecha sea capaz de construir una oposición sólida que al menos permita la alternancia, también contemplan con tristeza el espectáculo de un Partido Popular andaluz que parece dispuesto a perseverar en su debilidad, incapaz de renovarse y de realizar esos análisis lúcidos, libres y desinteresados que son la única vía hacia la victoria.
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