Hace apenas una semana, Voto en Blanco publicó una nota titulada "Aires violentos y totalitarios agazapados en la democracia, cuyos tres primeros párrafos eran los siguientes:
Mi profesor favorito de derecho político en la Universidad de Sevilla dice que "no es posible que los actuales partidos políticos puedan generar demócratas, sobre todo cuando se consigue ascender hasta la elite del partido".
Juan Carlos Rodríguez Ibarra, todavía presidente de la Junta de Extremadura, parece confirmar esa tesis al pronunciar frases portadoras de aires violentos y totalitarios que sólo pueden causar repugnancia a cualquier auténtico demócrata: «Si no le tienen miedo a Pedrojota, que terminen con él de una vez», ha dicho.
Hasta un consejero socialista de la Junta de Andalucía, Gaspaz Zarrías, se ha plantado hoy ante la opinión pública para descalificar a Rodríguez Ibarra. El político andaluz ha dicho que no quiere que "terminen" con él o con nadie y que la libertad de expresión es "intocable en democracia".
Un lector y colaborador habitual de Voto en Blanco, cuyo seudónomo es "Clandestino", publicó un comentario que, por su interés y fuerza, reproducimos a continuación:
Bueno, esta es una forma bastante tosca y primitiva de comportamiento habitualmente mas taimada en el resto de la casta ocupa de nuestras políticas.
Rodríguez Ibarra se llevará una buena rociada de reproches por algo que se hace a diario en las covachas de la "vividuría" nacional. Y no es que no lo merezca, solo destaco que en la tierra de los ciegos el tuerto es el rey. Quiero decir que mientras Rodríguez Ibarra sugiere, amaga o amenaza con ostentación tan visceral como ingenua, otros se dedican a defenestrar a todo el que osa pasar ante su punto de mira, sea propio o extraño.
Claros ejemplos, desde destierros en la ONU, el Vaticano o asuntos iberoamericanos, hasta expulsiones, criminalizaciones, agresiones con ventilador y materia propia, sin olvidar diversas formas de represalia legal, el Gal, subvenciones o títulos universitarios, a asesinos, sedaciones, torturas, muertos de forma violenta, bajo custodia policial, o desamparo total a millones de ciudadanos sometidos a la xenofobia nazi excluyente
radical-nacionalista.
El problema es de fondo. De mucho fondo y muy profundo. Como decía Montesquieu, "De nada sirve acabar con los tiranos si no extirpamos la tiranía". En España han muerto, se han ejecutado, encarcelado o desterrado a multitud de tiranos, pero la tiranía en el Estado es la gran piedra angular que lo define y mueve, como único motor, en el total desprecio y abuso sobre el pueblo, su soberanía y sus derechos, como síntoma claro y evidente de que jamás paso una democracia por él, ni de lejos.
El único pecado que destaca al extremeño, es ser más bruto o menos taimado, que sus compañeros de tarea, algo que dadas las circunstancias, casi es de agradecer. Al menos viene de cara. Otros plantan la sonrisa del talante, mientras nos mete a los separatistas y asesinos en casa y la mano en la cartera.
Su subconsciente le delata como profundo conocedor de la situación, hasta el punto de no molestarse en disimular. Se lo pueden permitir. El poder y la chulería arrabalera, es de ellos. La sumisión y cobardía, de los sometidos. Entre ambos, no hay nada que les impida sus baladronadas o andar a la pata coja, si les apetece.
Mi profesor favorito de derecho político en la Universidad de Sevilla dice que "no es posible que los actuales partidos políticos puedan generar demócratas, sobre todo cuando se consigue ascender hasta la elite del partido".
Juan Carlos Rodríguez Ibarra, todavía presidente de la Junta de Extremadura, parece confirmar esa tesis al pronunciar frases portadoras de aires violentos y totalitarios que sólo pueden causar repugnancia a cualquier auténtico demócrata: «Si no le tienen miedo a Pedrojota, que terminen con él de una vez», ha dicho.
Hasta un consejero socialista de la Junta de Andalucía, Gaspaz Zarrías, se ha plantado hoy ante la opinión pública para descalificar a Rodríguez Ibarra. El político andaluz ha dicho que no quiere que "terminen" con él o con nadie y que la libertad de expresión es "intocable en democracia".
Un lector y colaborador habitual de Voto en Blanco, cuyo seudónomo es "Clandestino", publicó un comentario que, por su interés y fuerza, reproducimos a continuación:
Bueno, esta es una forma bastante tosca y primitiva de comportamiento habitualmente mas taimada en el resto de la casta ocupa de nuestras políticas.
Rodríguez Ibarra se llevará una buena rociada de reproches por algo que se hace a diario en las covachas de la "vividuría" nacional. Y no es que no lo merezca, solo destaco que en la tierra de los ciegos el tuerto es el rey. Quiero decir que mientras Rodríguez Ibarra sugiere, amaga o amenaza con ostentación tan visceral como ingenua, otros se dedican a defenestrar a todo el que osa pasar ante su punto de mira, sea propio o extraño.
Claros ejemplos, desde destierros en la ONU, el Vaticano o asuntos iberoamericanos, hasta expulsiones, criminalizaciones, agresiones con ventilador y materia propia, sin olvidar diversas formas de represalia legal, el Gal, subvenciones o títulos universitarios, a asesinos, sedaciones, torturas, muertos de forma violenta, bajo custodia policial, o desamparo total a millones de ciudadanos sometidos a la xenofobia nazi excluyente
radical-nacionalista.
El problema es de fondo. De mucho fondo y muy profundo. Como decía Montesquieu, "De nada sirve acabar con los tiranos si no extirpamos la tiranía". En España han muerto, se han ejecutado, encarcelado o desterrado a multitud de tiranos, pero la tiranía en el Estado es la gran piedra angular que lo define y mueve, como único motor, en el total desprecio y abuso sobre el pueblo, su soberanía y sus derechos, como síntoma claro y evidente de que jamás paso una democracia por él, ni de lejos.
El único pecado que destaca al extremeño, es ser más bruto o menos taimado, que sus compañeros de tarea, algo que dadas las circunstancias, casi es de agradecer. Al menos viene de cara. Otros plantan la sonrisa del talante, mientras nos mete a los separatistas y asesinos en casa y la mano en la cartera.
Su subconsciente le delata como profundo conocedor de la situación, hasta el punto de no molestarse en disimular. Se lo pueden permitir. El poder y la chulería arrabalera, es de ellos. La sumisión y cobardía, de los sometidos. Entre ambos, no hay nada que les impida sus baladronadas o andar a la pata coja, si les apetece.