El Estado de la Autonomías ha caducado; España no puede mantener el desembolso y derroche que suponen las “autonosuyas”, todas en quiebra técnica, y cuyo dispendio es la rémora de nuestra economía, que no puede con cuatro administraciones repetidas; debe emprender la reforma del Estado y para ello la de la Constitución; ya varias voces, claman por su adelgazamiento radical y dejar de proteger los intereses y privilegios de la casta política, aunque sea doloroso para los colocados a dedo, pero tal sacrificio lo exige el bien común; esto es para llorar, la frase: “Es español, el que no puede ser otra cosa”, se le atribuye a Cánovas.
Walter Laqueur, escritor de prestigio, en 2007, publicó "The Last Days of Europe", un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea, que aún no ha sido publicado en España, en el que afirma: “A los 30 años de aprobarse una constitución democrática en España, el modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el "estado de las autonomías", lo que ha ido desposeyendo sin pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez exclusivismos artificiales y diferentes niveles de bienestar. Es este el único país de Europa, en que unos terroristas y simpatizantes de carácter secesionista están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos; se relativiza o se niega el concepto de nación, impulsado por una idiosincrasia política que permite a exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría tolerar. Y existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa; la opinión pública tuvo la certeza de que era madura y que tenía una clase política experta y con sentido de estado y que funcionaba la separación de poderes. Todo era una falacia; el crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis nacional.
El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España. La sociedad lo encajó como un "atentado", un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente golpe; pero esta vez, el ataque era de carácter "apocalíptico", no era "selectivo" como los anteriores. Tenía un objetivo claro, destruir España, como actor estratégico; los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los terroristas habían finalizado su trabajo. Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de materializar esos efectos”. El pueblo español se encogió, no reaccionó y se conmovió.
Esta despiadada crisis económica, institucional y éticopolítica debilita y dificulta la esperanza del pueblo español y, en ese malhadado malestar, soportando a diario la epidemia infecciosa de la corrupción, tiene que convivir con la lacra del paro sin verle su final. La sociedad moderna necesita, abandonando el relativismo y la mediocridad, asentar sus cimientos en las raíces y valores cívicos y cristianos de Europa. España debe elegir para sus “res públicas” gentes responsables, de altura intelectual y de firmes convicciones; la política no puede seguir en manos de indocumentados y desclasados, que van a medrar a la sombra y sumisión de sus jefes políticos; no es posible tener democracia sin conciencia, democracia es participación, igualdad, derechos y libertades y una Constitución y medios de comunicación libres. Los escándalos políticos exigen medidas inflexibles, no admiten ni el más mínimo titubeo, ni atisbo de tolerancia. La solemne corrupción, los desvíos de fondos para el reparto y la mangancia, al tiempo que el derroche y la profusión de gastos superfluos y prescindibles hacen de España una finca en descalabro y derribo.
C. Mudarra
Walter Laqueur, escritor de prestigio, en 2007, publicó "The Last Days of Europe", un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea, que aún no ha sido publicado en España, en el que afirma: “A los 30 años de aprobarse una constitución democrática en España, el modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el "estado de las autonomías", lo que ha ido desposeyendo sin pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez exclusivismos artificiales y diferentes niveles de bienestar. Es este el único país de Europa, en que unos terroristas y simpatizantes de carácter secesionista están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos; se relativiza o se niega el concepto de nación, impulsado por una idiosincrasia política que permite a exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría tolerar. Y existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa; la opinión pública tuvo la certeza de que era madura y que tenía una clase política experta y con sentido de estado y que funcionaba la separación de poderes. Todo era una falacia; el crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis nacional.
El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España. La sociedad lo encajó como un "atentado", un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente golpe; pero esta vez, el ataque era de carácter "apocalíptico", no era "selectivo" como los anteriores. Tenía un objetivo claro, destruir España, como actor estratégico; los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los terroristas habían finalizado su trabajo. Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de materializar esos efectos”. El pueblo español se encogió, no reaccionó y se conmovió.
Esta despiadada crisis económica, institucional y éticopolítica debilita y dificulta la esperanza del pueblo español y, en ese malhadado malestar, soportando a diario la epidemia infecciosa de la corrupción, tiene que convivir con la lacra del paro sin verle su final. La sociedad moderna necesita, abandonando el relativismo y la mediocridad, asentar sus cimientos en las raíces y valores cívicos y cristianos de Europa. España debe elegir para sus “res públicas” gentes responsables, de altura intelectual y de firmes convicciones; la política no puede seguir en manos de indocumentados y desclasados, que van a medrar a la sombra y sumisión de sus jefes políticos; no es posible tener democracia sin conciencia, democracia es participación, igualdad, derechos y libertades y una Constitución y medios de comunicación libres. Los escándalos políticos exigen medidas inflexibles, no admiten ni el más mínimo titubeo, ni atisbo de tolerancia. La solemne corrupción, los desvíos de fondos para el reparto y la mangancia, al tiempo que el derroche y la profusión de gastos superfluos y prescindibles hacen de España una finca en descalabro y derribo.
C. Mudarra