En algunas ocasiones me avergüenzo de este país mío, querido y sufrido, amado y odiado a la vez. Me avergüenzo también de esa vergüenza que siento. No me avergüenzo de sus gentes (o tal vez si) ni de su pasado lleno de luces y sombras. Me avergüenzo del autismo colectivo.
España es un país de contrastes. Somos unos indígenas muy peculiares sus ciudadanos. Capaces de los más nobles actos y de los más denigrantes excesos. contradictorios. Rudos unas veces, delicados otras. Sociables y amables hoy; ariscos y adustos mañana. Pasamos de un extremo a otro con pasmosa facilidad; sin el más mínimo sonrojo.
Negamos la evidencia con desparpajo, ocultamos la verdad sin vergüenza y segamos el trigo del sentido común para ocultar nuestras inquinas. Si, España es diferente en muchas cosas. Todos los pecados capitales acompañan nuestra historia, pero siempre surgió en nosotros esa rabia ante la injusticia que nos ha caracterizado como vehementes luchadores quijotescos. Hasta hoy.
En esta España nuestra cuya camisa ya no es blanca, impera el desencanto, el individualismo, solo lo mío. Lo colectivo no interesa. Lo público está vetado. Lo hemos vetado con nuestra indiferencia, con el desengaño. Con la frustración.
En esta España nuestra hemos dejado de lado la responsabilidad ciudadana. Vemos como iconos a imitar y seguir a quienes sin esfuerzo consiguen sobresalir. Incluso aquellos que asaltando la propiedad colectiva se enriquecen a costa de España. Los veneramos; los envidiamos. Incluso llegamos a admirarlos. Son los profetas de hoy. Los demonios de mañana.
Este es el nivel de España. La España del nulo esfuerzo, la fiesta, la taberna, los toros y el fútbol. La España del pan y el circo.
A esa España se dirigen quienes tanto se preocupan por nosotros, para ocuparse exclusivamente de lo suyo. Nos conocen. Saben que estamos hastiados; saturados; quemados. Saben que solo despertando nuestras viejas y ancestrales pasiones pueden mantenerse en el machito público. Saben que la competencia de los colores se impone fácilmente a la blanca lucidez. La fe sobre la razón. La euforia sobre la contención. La tribu sobre la nación. El fanatismo sobre la reflexión.
Saben que deseamos el fracaso ajeno antes que el éxito propio. Saben que un pueblo así asimila fácilmente mensajes enconadamente demagógicos, que hagan hincapié en la diferencia, que fomente el enfrentamiento recuperando los tópicos. Entramos en el juego de los políticos que nos tratan como a menores de edad, como a analfabetos funcionales, como a tontos solemnes; con gran determinación y sin reservas de conciencia. Estamos anulados. Catatónicos.
Toca despertar. Tenemos que despertar. España tiene que despertar.
Ramón Ángel Romero
España es un país de contrastes. Somos unos indígenas muy peculiares sus ciudadanos. Capaces de los más nobles actos y de los más denigrantes excesos. contradictorios. Rudos unas veces, delicados otras. Sociables y amables hoy; ariscos y adustos mañana. Pasamos de un extremo a otro con pasmosa facilidad; sin el más mínimo sonrojo.
Negamos la evidencia con desparpajo, ocultamos la verdad sin vergüenza y segamos el trigo del sentido común para ocultar nuestras inquinas. Si, España es diferente en muchas cosas. Todos los pecados capitales acompañan nuestra historia, pero siempre surgió en nosotros esa rabia ante la injusticia que nos ha caracterizado como vehementes luchadores quijotescos. Hasta hoy.
En esta España nuestra cuya camisa ya no es blanca, impera el desencanto, el individualismo, solo lo mío. Lo colectivo no interesa. Lo público está vetado. Lo hemos vetado con nuestra indiferencia, con el desengaño. Con la frustración.
En esta España nuestra hemos dejado de lado la responsabilidad ciudadana. Vemos como iconos a imitar y seguir a quienes sin esfuerzo consiguen sobresalir. Incluso aquellos que asaltando la propiedad colectiva se enriquecen a costa de España. Los veneramos; los envidiamos. Incluso llegamos a admirarlos. Son los profetas de hoy. Los demonios de mañana.
Este es el nivel de España. La España del nulo esfuerzo, la fiesta, la taberna, los toros y el fútbol. La España del pan y el circo.
A esa España se dirigen quienes tanto se preocupan por nosotros, para ocuparse exclusivamente de lo suyo. Nos conocen. Saben que estamos hastiados; saturados; quemados. Saben que solo despertando nuestras viejas y ancestrales pasiones pueden mantenerse en el machito público. Saben que la competencia de los colores se impone fácilmente a la blanca lucidez. La fe sobre la razón. La euforia sobre la contención. La tribu sobre la nación. El fanatismo sobre la reflexión.
Saben que deseamos el fracaso ajeno antes que el éxito propio. Saben que un pueblo así asimila fácilmente mensajes enconadamente demagógicos, que hagan hincapié en la diferencia, que fomente el enfrentamiento recuperando los tópicos. Entramos en el juego de los políticos que nos tratan como a menores de edad, como a analfabetos funcionales, como a tontos solemnes; con gran determinación y sin reservas de conciencia. Estamos anulados. Catatónicos.
Toca despertar. Tenemos que despertar. España tiene que despertar.
Ramón Ángel Romero