Colaboraciones

DEMOCRACIA FUERTE





Comienzan las prisas. Se acerca la hora de determinar las futuras candidaturas y los candidatos más idóneos para afrontar con éxito las próximas elecciones municipales. Los delegados se enclaustran para tomar decisiones tan cruciales para la vida su partido. Se generan las codiciadas listas. Se avistan roces, codazos, alborotos, desavenencias, ... pactos de cuotas o, en peor de los supuestos, compromisos de los distintos aparatos provinciales. El producto está confeccionado para el consumo en la fiesta del sufragio pasivo. Ahora toca vender la papeleta con el apoyo de las siglas y de un programa. La publicidad, mediante eslóganes cortos, agresivos, emotivos y punzantes junto a rejuvenecedoras fotos de los cabeza de lista, entra en acción dibujando un idílico porvenir hecho ya realidad en juicios de intenciones. Parece que todo va a comenzar de nuevo. Pero esa primavera de la democracia liberal que son las elecciones (no importa el ámbito) a veces no se puede identificar ni siquiera con la renovación de las personas que conformarán los (¿nuevos?) órganos electos de poder y de decisión. ¿Dónde radica, entonces, la transformación?

En las páginas de un afamado libro titulado Democracia Fuerte, se hace especial hincapié en la distinción entre dos conceptos de democracia: uno, el de democracia blanda (la dominada por políticos profesionales); otro, el de democracia fuerte (la verdaderamente participativa a través del autogobierno de los ciudadanos). La revolución democrática requiere la ligazón de los sujetos a su comunidad, de manera que la democracia blanda no se erija en la única forma de hacer política. Aportar al bien colectivo es un deber implícito en todo individuo que se denomine libre.

Todos deberíamos dedicar una pequeña parte de nuestro tiempo a la gestión de ciertos asuntos públicos para los que demostremos estar capacitados. Es un hecho patentemente demostrado que la ciudadanía no se abstiene de participar en el gobierno de los asuntos que le suelen ser más cercanos; es más, mientras más cota de participación logra, más desea. Igualmente queda probado que cuanto más se retrocede en el ejercicio de la libertad, desprotegiendo el bienestar general, ese espacio es ocupado a toda velocidad por otros actores políticos que terminan por apropiárselo y por rediseñar totalmente la sociedad.

La culpa, si es que se puede decir así, no la tienen en origen quienes se aprovechan de la dejadez de otros. El pecado es de aquellos que han abandonado a su suerte el espacio público democrático y han permitido que se convierta en un botín, cuyo tesoro más preciado son nuestros votos. Los ciudadanos ceden paso a la ciudadanía (un concepto abstracto pero que es fácil de identificar con el censo electoral), un conglomerado en el que cada uno lucha por sus intereses singulares, posponiendo (si no obviando) el de los demás; una masa en la que priman los ahogos personales. La desaparición del “nosotros” nos hace débiles frente al régimen exclusivista de los partidos, pero la progresiva implantación de una robusta democracia ciudadana fortalecería los pilares de nuestra sociedad. ¿Qué democracia queremos, pues?


Juan Jesús Mora

Franky  
Jueves, 17 de Agosto 2006
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