España, llamada hoy cansina y eufemísticamente “nuestro país”, anda afligida por variados problemas, para A. Vidal-Quadras, “estamos ante el final del ciclo histórico inaugurado con la Transición”. Los indicios así lo apuntan: Un final de ciclo se atisba en la confluencia de dificultades y el debilitamiento de las soluciones y remedios regenerativos de la etapa anterior.
No es la primera vez que se intenta establecer la democracia. Nuestra historia “contemporánea”, ya, desde principios del s. XIX, ha venido queriendo afirmar la coexistencia por medio de unos espacios de libertades proclives a las formas democráticas. Las dos primeras etapas terminaron en sendas repúblicas que, llamadas a resolver los escollos, los agravaron hasta el arrebato. Problemas parecidos se produjeron también en otros países de nuestro entorno. Así, por esos mismos años, en el Occidente Europeo, se sucedieron las furiosas luchas napoleónicas, los diversos levantamientos revolucionarios y las desastrosas guerras mundiales de las que nos libraron los hados propicios.
La Modélica Transición, entre sus aciertos, supo mantener la unidad de España lejos de las garras de los nacionalismos separatistas; logró fundir con su equilibrada arquitectura, los afilados odios que hirieron la república de muerte sangrienta; fue la etapa de España más efectiva y constante en su crecimiento económico tras muchos siglos, así como el momento histórico de paz más estable y firme en mucho tiempo, y hasta hoy. En ese ambiente, vino a asentarse y florecer la democracia suavemente sin estridencias en el espacio político que le ofrecía la clase política y la legitimidad procedente de los entornos franquistas, que no obstaculizaron su establecimiento, sino que lo propiciaron. España ha conocido en estos últimos treinta años, con dificultades y altibajos, fundamentalmente una democracia de cierta prosperidad y capacidad de autocorrección. Es curioso, la gran infección que padece nuestra democracia proviene de los antifranquistas trasnochados, de los nacionalistas separatistas y de los aprovechados y corruptos.
Ahora bien, desde aquella terrible fecha del 11-M, los españoles agobiados soportan esta clara regresión orquestada por ZP y su gobierno y por la anulación de una oposición poco efectiva que el designado Rajoy no sabe incendiar, este proceso conduce actualmente a la espiral degenerativa de la democracia y de la misma unidad de España, en combinación con la profunda crisis económica, educativa y moral; su desgobierno ha arruinado la riqueza española, el empleo, gran parte del estamento de producción, el predicamento exterior y la fiabilidad del ciudadano. Hace ya tiempo que los indicadores vienen marcando el deterioro general de los últimos seis años en esta España Nuestra, que hunde y constriñe a las pobres clases medias en la escasez y que no puede con el peso de cinco millones de parados, abrumados por el cansancio y el tedio sin expectativa. La descomposición del estado democrático queda patente en la merma de derechos a una educación de calidad, al trabajo de los jóvenes, más del 40% está en paro, a la protección de la vida del nasciturus, amenazada por el aborto convertido en un derecho femenino y no en medio terapéutico; así como este malsano hábito de prohibir no es más que debilidad democrática, Vd. aconseje, pero déjese de prohibiciones.
Es preciso que brille la luz de la esperanza, que se produzca una salida concreta y positiva; tras un análisis de los principales problemas y un programa que aporte los remedios convenientes, se requiere un partido que aglutine voluntades, entusiasme y regenere ilusiones.
C. Mudarra
No es la primera vez que se intenta establecer la democracia. Nuestra historia “contemporánea”, ya, desde principios del s. XIX, ha venido queriendo afirmar la coexistencia por medio de unos espacios de libertades proclives a las formas democráticas. Las dos primeras etapas terminaron en sendas repúblicas que, llamadas a resolver los escollos, los agravaron hasta el arrebato. Problemas parecidos se produjeron también en otros países de nuestro entorno. Así, por esos mismos años, en el Occidente Europeo, se sucedieron las furiosas luchas napoleónicas, los diversos levantamientos revolucionarios y las desastrosas guerras mundiales de las que nos libraron los hados propicios.
La Modélica Transición, entre sus aciertos, supo mantener la unidad de España lejos de las garras de los nacionalismos separatistas; logró fundir con su equilibrada arquitectura, los afilados odios que hirieron la república de muerte sangrienta; fue la etapa de España más efectiva y constante en su crecimiento económico tras muchos siglos, así como el momento histórico de paz más estable y firme en mucho tiempo, y hasta hoy. En ese ambiente, vino a asentarse y florecer la democracia suavemente sin estridencias en el espacio político que le ofrecía la clase política y la legitimidad procedente de los entornos franquistas, que no obstaculizaron su establecimiento, sino que lo propiciaron. España ha conocido en estos últimos treinta años, con dificultades y altibajos, fundamentalmente una democracia de cierta prosperidad y capacidad de autocorrección. Es curioso, la gran infección que padece nuestra democracia proviene de los antifranquistas trasnochados, de los nacionalistas separatistas y de los aprovechados y corruptos.
Ahora bien, desde aquella terrible fecha del 11-M, los españoles agobiados soportan esta clara regresión orquestada por ZP y su gobierno y por la anulación de una oposición poco efectiva que el designado Rajoy no sabe incendiar, este proceso conduce actualmente a la espiral degenerativa de la democracia y de la misma unidad de España, en combinación con la profunda crisis económica, educativa y moral; su desgobierno ha arruinado la riqueza española, el empleo, gran parte del estamento de producción, el predicamento exterior y la fiabilidad del ciudadano. Hace ya tiempo que los indicadores vienen marcando el deterioro general de los últimos seis años en esta España Nuestra, que hunde y constriñe a las pobres clases medias en la escasez y que no puede con el peso de cinco millones de parados, abrumados por el cansancio y el tedio sin expectativa. La descomposición del estado democrático queda patente en la merma de derechos a una educación de calidad, al trabajo de los jóvenes, más del 40% está en paro, a la protección de la vida del nasciturus, amenazada por el aborto convertido en un derecho femenino y no en medio terapéutico; así como este malsano hábito de prohibir no es más que debilidad democrática, Vd. aconseje, pero déjese de prohibiciones.
Es preciso que brille la luz de la esperanza, que se produzca una salida concreta y positiva; tras un análisis de los principales problemas y un programa que aporte los remedios convenientes, se requiere un partido que aglutine voluntades, entusiasme y regenere ilusiones.
C. Mudarra