El Papa Benedicto XVI insiste de nuevo y cuantas veces sea necesario en la filosofía de la defensa de la vida, ante las últimas polémicas en Europa sobre aborto y experimentación con embriones. No se cansa de defender la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
En el congreso internacional que se celebra en Italia con el título de «El embrión humano en fase de preimplante», exhortaba, dirigiéndose a los jóvenes, que no se dejen arrastrar por los errores e ilusiones de “ideologías aberrantes”. Afirmaba que «un embrión es como un ser humano»; «el amor de Dios no diferencia entre el que acaba de ser concebido y está en el seno de su madre, el niño, el joven, el hombre maduro o el anciano», «en cada hombre, en cualquier condición de su vida, resplandece un reflejo de la propia realidad de Dios», por eso la Iglesia «ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural». Este «juicio moral es válido ya en los inicios de la vida de un embrión», o dicho de otro modo, que la vida humana «es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, incluso en aquel que precede al nacimiento.
Con motivo de la Jornada de la Juventud que se celebrará en cada Diócesis, indicó que “no es fácil reconocer y encontrar la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos” por lo que propone acudir al Evangelio como norte y “brújula que señala el camino”; hay que poner en práctica diaria la Palabra, no sólo escucharla engañándose uno mismo.
En el fragor de vida que nos envuelve, el hombre se afana en la búsqueda de la felicidad por miles de trochas novedosas y halagüeñas, en cuyo final siempre se topa con el vacío; y es que se olvida consciente o ingenuamente que la tiene a raudales en la oferta de amor y misericordia de Jesucristo, que da a la Samaritana “el agua viva, que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14), a la adultera, al salvarla del apedreo, con inmensa delicadeza y bondad, la acoge con su perdón: “yo tampoco te condeno” (Jn 8, 3-11), se despide de sus seguidores con la exhortación de “amaos los unos a los otros, en esto reconocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34-35), imparte el bien y la dicha: “mi paz os doy, mi paz os dejo” (Jn 14,27), “dichosos los humildes, los misericordiosos, los que sufren injusticia…” (Mt 5,1s); dichosos y felices seréis si hacéis lo que os he endeñado” (Jn 13,17).
El Evangelio de Jesucristo, libro del Amor, es la norma; la felicidad está en dar más que en recibir; está en el Amor, en practicarlo, en desbordarlo por todos los costados.
Camilo Valverde Mudarra
En el congreso internacional que se celebra en Italia con el título de «El embrión humano en fase de preimplante», exhortaba, dirigiéndose a los jóvenes, que no se dejen arrastrar por los errores e ilusiones de “ideologías aberrantes”. Afirmaba que «un embrión es como un ser humano»; «el amor de Dios no diferencia entre el que acaba de ser concebido y está en el seno de su madre, el niño, el joven, el hombre maduro o el anciano», «en cada hombre, en cualquier condición de su vida, resplandece un reflejo de la propia realidad de Dios», por eso la Iglesia «ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural». Este «juicio moral es válido ya en los inicios de la vida de un embrión», o dicho de otro modo, que la vida humana «es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, incluso en aquel que precede al nacimiento.
Con motivo de la Jornada de la Juventud que se celebrará en cada Diócesis, indicó que “no es fácil reconocer y encontrar la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos” por lo que propone acudir al Evangelio como norte y “brújula que señala el camino”; hay que poner en práctica diaria la Palabra, no sólo escucharla engañándose uno mismo.
En el fragor de vida que nos envuelve, el hombre se afana en la búsqueda de la felicidad por miles de trochas novedosas y halagüeñas, en cuyo final siempre se topa con el vacío; y es que se olvida consciente o ingenuamente que la tiene a raudales en la oferta de amor y misericordia de Jesucristo, que da a la Samaritana “el agua viva, que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14), a la adultera, al salvarla del apedreo, con inmensa delicadeza y bondad, la acoge con su perdón: “yo tampoco te condeno” (Jn 8, 3-11), se despide de sus seguidores con la exhortación de “amaos los unos a los otros, en esto reconocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34-35), imparte el bien y la dicha: “mi paz os doy, mi paz os dejo” (Jn 14,27), “dichosos los humildes, los misericordiosos, los que sufren injusticia…” (Mt 5,1s); dichosos y felices seréis si hacéis lo que os he endeñado” (Jn 13,17).
El Evangelio de Jesucristo, libro del Amor, es la norma; la felicidad está en dar más que en recibir; está en el Amor, en practicarlo, en desbordarlo por todos los costados.
Camilo Valverde Mudarra