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¿Cuanto tarderemos en añorar a Franco?





Portugal puede ya elegir al dictador Oliveira Salazar como el portugués más destacado del siglo XX, pero en España es todavía imposible que el dictador Franco resultara elegido. Sin embargo, ¿seguiremos rechazando a Franco dentro de diez años? Muchos pensadores y analistas políticos creen que, si el actual ritmo de deterioro de nuestra democracia persiste, la sociedad española estará añorando abiertamente el Franquismo antes de una década.

Si hace un cuarto de siglo, con la democracia recién estrenada, alguien nos hubiera dicho que a principios del siglo XXI los españoles estaríamos criticando la degradación de la democracia y que nuestros políticos estarían perdiendo a chorros el prestigio y la confianza de los ciudadanos, le habríamos acusado de locura y de pesimismo enfermizo.

Sin embargo la degradación es cierta y profunda, hasta el punto de que la democracia española, deteriorándose a un ritmo de vértigo, ha superado ya en su carrera de decepciones y frustraciones a cualquier otro pueblo democrático occidental. De ser el pueblo que más confianza y esperanza depositaba en la democracia, hace apenas un cuarto de siglo, España ha pasado a ser hoy uno de los más decepcionados y fríos ante ese sistema.

El principal causante del estremecedor deterioro y el mayor problema de la democracia española ha sido y es el mal gobierno.

Los partidos políticos se han hecho arrogantes, han acumulado demasiado poder y se han apoderado sin escrúpulos del Estado y de la sociedad civil, expulsando a los ciudadanos de los procesos de toma de decisiones, exiliándolos de la política y contando con él sólo en el instante en que se abren las urnas, cada cuatro años.

Ese comportamiento del poder político español, que se ha atiborrado de poder, de privilegios y de desprecio al ciudadano, es el culpable de que la sociedad cada día se sienta más decepcionada de un sistema al que llaman "democracia" pero que han transformando, a escondidas, en una partitocracia abusiva e ilegítima. La política se ha profesionalizado y muchos mediocres e insensatos se han atrincherado en ella para gozar de privilegios e imponer su dominio sobre la ciudadanía. Como consecuencia, el sistema se deteriora a todo ritmo.

Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fue la guerra, que causó casi cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos. Pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el mal gobierno, una lacra que sigue gozando de una salud de hierro y que amenaza también con arruinar el siglo XXI.

No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. Ni siquiera los Estados Unidos, probablemente el país con más fe en el sistema democrático, son una excepción. La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.

Basta echar una mirada al telediario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental: la corrupción galopa imparable por la política y tras arrasar los ayuntamientos, penetra ya en la Moncloa, mientras que todos los grandes problemas que la sociedad tenía hace un siglo siguen vivos: diferencias sociales insultantes, incultura, pobreza, indefensión ante la muerte, inseguridad, injusticia, violencia, terrorismo, desamparo de los humildes, arrogancia de los poderosos, manipulación del pensamiento y la sensación creciente de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, el gobierno no está a la altura del desafío.

Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia.

Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.

Ellos son los culpables, sólo ellos.



   
Viernes, 27 de Abril 2007
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