Muchos españoles acaban de entregar su declaración de la renta a Hacienda sin entusiasmo, sin espíritu cívico, sintiéndose sometidos y con mucho dolor, convencidos o sospechando que sus impuestos no van a ser utilizados para desarrollar políticas justas, solidarias y orientadas al bien común, sino que, por el contrario, van a alimentar el despilfarro del poder, la corrupción y la injusticia.
Pocas cosas son más humillantes para un demócrata que pagar sus impuestos sin entusiasmo ni espíritu cívico, sólo por miedo al castigo que el Estado tiene reservado a los que no pagan dinero al poder.
Aquellos viejos tiempos de la naciente democracia española, cuando todavía creíamos que nuestros impuestos servirían para construir carreteras, potenciar el desarrollo del país y compensar a los más débiles y necesitados, han pasado a la historia. Entonces pagábamos con orgullo dde demócratas, pero hoy es diferente. Cada día son más los ciudadanos españoles que se sienten vajados y humillados al contribuir con su dinero al carnaval de truhanes en que se ha convertido esta España injusta, corrupta y mal gobernada.
Cada día son más los que entregan su declaración convencidos de que sus impuestos servirán para:
Pagar sueldos excesivos a políticos que no los merecen, a enchufados de los partidos que ni siquiera trabajan, a familiares y amigos de políticos que ordeñan el erario público.
Sufragar el boato abusivo e hiriente de los innecesarios gobiernos locales, provinciales, regionales, autonómicos y central, todos ellos hipertrofiados y cargados de privilegios y aparatos superfluos y demasiado costosos, dotados de tarjetas de credito ilimitadas, coches de lujo, guardaespaldas, secretarias, asesores, conserjes, chóferes y demás servidumbre copiosa de las modernas cortes creadas por los nuevos sátrapas de la democracia.
Alimentar, subrepticia o directamente, la corrupción que infecta a España, con metástasis muy avanzadas en las administraciones, partidos políticos y numerosas instituciones de la sociedad.
Mantener a una casta política arrogante y sin otros méritos que exhibir que el de su mal gobierno, el del despilfarro y el de haber asesinado la democracia, tansformándola en una sucia oligocracia de partidos, de la que el ciudadano, que es el "soberano" del sistema, ha sido expulsado.
Pocas cosas son más humillantes para un demócrata que pagar sus impuestos sin entusiasmo ni espíritu cívico, sólo por miedo al castigo que el Estado tiene reservado a los que no pagan dinero al poder.
Aquellos viejos tiempos de la naciente democracia española, cuando todavía creíamos que nuestros impuestos servirían para construir carreteras, potenciar el desarrollo del país y compensar a los más débiles y necesitados, han pasado a la historia. Entonces pagábamos con orgullo dde demócratas, pero hoy es diferente. Cada día son más los ciudadanos españoles que se sienten vajados y humillados al contribuir con su dinero al carnaval de truhanes en que se ha convertido esta España injusta, corrupta y mal gobernada.
Cada día son más los que entregan su declaración convencidos de que sus impuestos servirán para:
Pagar sueldos excesivos a políticos que no los merecen, a enchufados de los partidos que ni siquiera trabajan, a familiares y amigos de políticos que ordeñan el erario público.
Sufragar el boato abusivo e hiriente de los innecesarios gobiernos locales, provinciales, regionales, autonómicos y central, todos ellos hipertrofiados y cargados de privilegios y aparatos superfluos y demasiado costosos, dotados de tarjetas de credito ilimitadas, coches de lujo, guardaespaldas, secretarias, asesores, conserjes, chóferes y demás servidumbre copiosa de las modernas cortes creadas por los nuevos sátrapas de la democracia.
Alimentar, subrepticia o directamente, la corrupción que infecta a España, con metástasis muy avanzadas en las administraciones, partidos políticos y numerosas instituciones de la sociedad.
Mantener a una casta política arrogante y sin otros méritos que exhibir que el de su mal gobierno, el del despilfarro y el de haber asesinado la democracia, tansformándola en una sucia oligocracia de partidos, de la que el ciudadano, que es el "soberano" del sistema, ha sido expulsado.