ZP juega al scatergories
A Zapatero le delata el subconsciente. En su comparecencia ante los cien ciudadanos seleccionados para que le hicieran preguntas en televisión, hablo de decir siempre la verdad, "dentro de lo posible". Seguramente, cuando lo afirmaba, él era consciente de que la mentira se ha instalado en el poder político de manera vil y antidemocrática, afectando a todos los partidos y degradando el sistema hasta niveles indignos.
Sus mentiras son memorables y de dimensiones sorprendentes, pero nadie miente mejor porque las dice con rostro de niño, como si él mismo se las creyera. La sociedad española, indefensa ante el poder del Estado y víctima de un cóctel letal integrado por confusión, inflación de mensajes, relativismo moral y radicalismo, ni siquiera tiene ya capacidad de percibir el desastre moral y político que representa un sistema que renuncia a la verdad.
Él y sus adláteres podrían decir en su defensa que los demás también mienten. Es cierto, pero olvidan que el gobierno conlleva una responsabilidad especial y que ese argumento no es una defensa, sino la constatación dramática de que el sistema está podrido y debe regenerarse con urgencia.
Zapatero mintió cuando aseguró que la suya sería una democracia participativa y con protagonismo ciudadano, a pesar de lo cual no le ha temblado el pulso al gobernar en contra de los criterios de la mayoría, como ha hecho al excarcelar a De Juana Chaos y al exculpar a Otegui, o al cometer uno de los peores atentados contra la democracia, el de aprobar leyes fundamentales con el apoyo de una parte ridícula del electorado, como ha ocurrido con los estatutos de Cataluña y Andalucía.
La más reciente de sus mentiras es, también, una de las más hirientes: ha negado varias veces que negociaba con ETA y lo ha hecho incluso en sede parlamentaria, donde las mentiras se convierten en institucionales y huelen peor, mientras que sus interlocutores de ETA han revelado que las reuniones para negociar fueron 25, celebradas desde antes de que accediera al poder, incluso cuando firmaba con el gobierno de Aznar el pacto antiterrorista.
Aseguró que no retiraría las tropas de Irak si su presencia contaba con el respaldo de la ONU, y cuando las retiró, ya existía ese respaldo.
Dijo que revitalizaría la democracia, pero, durante su mandato, el sistema ha entrado en crisis, la imagen de los políticos cae en picado, el prestigio de los partifos se hunde, la abstención y el voto en blanco crecen como la espuma y muchos votantes, decepcionados de la falsa democracia dominante, huyen de las urnas.
Aseguró que nunca pagaría un precio político a ETA, y lo está pagando. Varias veces negó que negociaba con la banda asesina vasca, pero lo hacía y lo estaba ocultando.
Afirmó que su gobierno lucharía contra la crispación y pacificaría el país para olvidar el autoritarismo de Aznar, pero nunca estuvo tan crispada como ahora la sociedad española, mientras que su autoritarismo no es inferior al de Aznar, aunque su talante lo hace más suave y digerible.
Habló de recuperar las ideas y los valores de la izquierda, pero pactó con gente a la que Pablo Iglesias nunca hubiera saludado y menos dejado entrar en su casa, con nacionalistas extremos y radicales vascos y catalanes situados en las antípodas ideológicas, gente envuelta en una ideología que rechazan la unidad de España, el sentido de nación y principios tan fundamentales para la izquierda como la igualdad y la solidaridad.
Prometió que potenciaría la independencia de los reguladores, pero ha fomentado justo lo contrario, dictando leyes específicas para comprometerlos, desoyendo sus dictámenes.
Aseguró que no sería intervencionista y que fomentaría la libertad de empresa y de la economía, pero sólo en el caso de ENDESA ha demostrado un intervencionismo inédito en la democracia española, que ha causado espanto en Europa y sólo comparable con el que practican algunas dictaduras bananeras.
Garantizó a Artur Mas que no habría otro Tripartito en Cataluña, y lo hay.
Ha mentido muchas veces más, cuando dijo, después del atentado de Barajas, que el "proceso de paz" estaba liquidado, cuando niega los riesgos enormes que atenazan el futuro económico de España o cuando no reconoce que esté presionando a la Justicia, o cuando acusa al PP de aislarse y crispar, cuando él lo supera en uno y otro campo, etc.
Su escenificación pública de la mentira fue memorable: a finales del año 2006 se dirigió a los ciudadanos para asegurarles que las cosas iban bien y que el año próximo "estaríamos mejor", pero ETA, que lo trata de manera inmisericorde, colocó al día siguiente una bomba en la terminal T4 de Barajas, que causó dos muertos y que, por el momento, es la más potente de la historia del terrorismo en España.
Con la mentira entronizada, el diagnóstico de la política española es durísimo: la democracia, sin verdad, es imposible y un régimen basado en la mentira siempre es un despotismo moral y cívico.
Sus mentiras son memorables y de dimensiones sorprendentes, pero nadie miente mejor porque las dice con rostro de niño, como si él mismo se las creyera. La sociedad española, indefensa ante el poder del Estado y víctima de un cóctel letal integrado por confusión, inflación de mensajes, relativismo moral y radicalismo, ni siquiera tiene ya capacidad de percibir el desastre moral y político que representa un sistema que renuncia a la verdad.
Él y sus adláteres podrían decir en su defensa que los demás también mienten. Es cierto, pero olvidan que el gobierno conlleva una responsabilidad especial y que ese argumento no es una defensa, sino la constatación dramática de que el sistema está podrido y debe regenerarse con urgencia.
Zapatero mintió cuando aseguró que la suya sería una democracia participativa y con protagonismo ciudadano, a pesar de lo cual no le ha temblado el pulso al gobernar en contra de los criterios de la mayoría, como ha hecho al excarcelar a De Juana Chaos y al exculpar a Otegui, o al cometer uno de los peores atentados contra la democracia, el de aprobar leyes fundamentales con el apoyo de una parte ridícula del electorado, como ha ocurrido con los estatutos de Cataluña y Andalucía.
La más reciente de sus mentiras es, también, una de las más hirientes: ha negado varias veces que negociaba con ETA y lo ha hecho incluso en sede parlamentaria, donde las mentiras se convierten en institucionales y huelen peor, mientras que sus interlocutores de ETA han revelado que las reuniones para negociar fueron 25, celebradas desde antes de que accediera al poder, incluso cuando firmaba con el gobierno de Aznar el pacto antiterrorista.
Aseguró que no retiraría las tropas de Irak si su presencia contaba con el respaldo de la ONU, y cuando las retiró, ya existía ese respaldo.
Dijo que revitalizaría la democracia, pero, durante su mandato, el sistema ha entrado en crisis, la imagen de los políticos cae en picado, el prestigio de los partifos se hunde, la abstención y el voto en blanco crecen como la espuma y muchos votantes, decepcionados de la falsa democracia dominante, huyen de las urnas.
Aseguró que nunca pagaría un precio político a ETA, y lo está pagando. Varias veces negó que negociaba con la banda asesina vasca, pero lo hacía y lo estaba ocultando.
Afirmó que su gobierno lucharía contra la crispación y pacificaría el país para olvidar el autoritarismo de Aznar, pero nunca estuvo tan crispada como ahora la sociedad española, mientras que su autoritarismo no es inferior al de Aznar, aunque su talante lo hace más suave y digerible.
Habló de recuperar las ideas y los valores de la izquierda, pero pactó con gente a la que Pablo Iglesias nunca hubiera saludado y menos dejado entrar en su casa, con nacionalistas extremos y radicales vascos y catalanes situados en las antípodas ideológicas, gente envuelta en una ideología que rechazan la unidad de España, el sentido de nación y principios tan fundamentales para la izquierda como la igualdad y la solidaridad.
Prometió que potenciaría la independencia de los reguladores, pero ha fomentado justo lo contrario, dictando leyes específicas para comprometerlos, desoyendo sus dictámenes.
Aseguró que no sería intervencionista y que fomentaría la libertad de empresa y de la economía, pero sólo en el caso de ENDESA ha demostrado un intervencionismo inédito en la democracia española, que ha causado espanto en Europa y sólo comparable con el que practican algunas dictaduras bananeras.
Garantizó a Artur Mas que no habría otro Tripartito en Cataluña, y lo hay.
Ha mentido muchas veces más, cuando dijo, después del atentado de Barajas, que el "proceso de paz" estaba liquidado, cuando niega los riesgos enormes que atenazan el futuro económico de España o cuando no reconoce que esté presionando a la Justicia, o cuando acusa al PP de aislarse y crispar, cuando él lo supera en uno y otro campo, etc.
Su escenificación pública de la mentira fue memorable: a finales del año 2006 se dirigió a los ciudadanos para asegurarles que las cosas iban bien y que el año próximo "estaríamos mejor", pero ETA, que lo trata de manera inmisericorde, colocó al día siguiente una bomba en la terminal T4 de Barajas, que causó dos muertos y que, por el momento, es la más potente de la historia del terrorismo en España.
Con la mentira entronizada, el diagnóstico de la política española es durísimo: la democracia, sin verdad, es imposible y un régimen basado en la mentira siempre es un despotismo moral y cívico.