Zapatero, consciente de que su gobierno estaba siendo derrotado por la crisis y de que caminaba también hacia la derrota electoral en 2012, ha decidido sacar los tanques y dar la batalla en su última playa. Detrás de él ya sólo está el inmenso mar de la derrota. La decisión de Zapatero no es un cambio de rumbo ni la corrección de sus errores pasados, sino un enorme "parche" para remediar el desastre. No ha cambiado de política, sino de personas.
La incorporación al gabinete de Manuel Chaves y Pepiño Blanco, presidente y vicesecretario general del PSOE, respectivamente, representa la máxima implicación del partido en la batalla final por el poder, un recurso desesperado con el que Zapatero aspira a frenar el ascenso del PP hacia la Moncloa, su fracaso personal como gobernante y la caída, cada día más acelerada, de su prestigio y popularidad. Manuel Chaves ha recibido la orden de recomponer las alianzas rotas y de frenar la pérdida de aliados del PSOE, recuperando, si fuera posible, el viejo objetivo de aislar al PP y cerrarle el camino del poder, mientras que Pepiño Blanco tiene como misión principal reactivar la economía desde el poder, impulsando, sobre todo, las obras públicas.
La política sigue siendo la misma, pero no las personas. Zapatero sigue negándose a bajar los impuestos y continua despreciando a la empresa y al mercado como protagonistas de la creación de empleo y riqueza. Su fe en que sólo el gobierno, a través del gasto público, puede reactivar la economía, sigue intacta. Para que demuestre la bondad de esa política "radical" de izquierdas ha llamado a su amigo Pepiño, que gestionará el ministerio más inversor y rico.
La lucha contra la crisis ha constituido el mayor fracaso del gobierno de Zapatero porque todas las medidas de Solbes no han surtido efecto alguno, a pesar de que el endeudamiento ha sido atroz, hasta el punto de que la crisis en España es hoy tres veces más grave que en cualquier país de nuestro entorno. Como prueba de ello, destaca el terrible dato de que de cada diez puestos de trabajo destruidos en Europa, siete son españoles. Para cambiar de imagen y para lograr más vigor y eficacia, ha llamado a Elena Salgado, pero su misión no será cambiar la política económica, sino únicamente reflejar más fiabilidad y fuerza que el cansado y quemado vicepresidente económico Pedro Solbes.
Los demás cambios son secundarios y buscan apoyos de grupos influyentes y poderosos de la sociedad. Ángel Gabilondo tiene la misión de poner al servicio del gobierno el lobby más poderoso del país, el de los profesores universitarios, y en segundo lugar, reformar, si es posible, la enseñanza, que hoy está considerada como la peor de Europa y la que ostenta el vergonzoso liderazgo europeo en fracaso escolar (31 por ciento). González Sinde tiene que reforzar la alianza de "la ceja" y garantizar la adhesión de los artistas en una etapa donde habrá menos dinero. La sustitución de Bernar Soria es de manual porque cambia un ministro anodino por una ministra que tiene buena imagen en los medios y en la sociedad.
La gran mentira esgrimida por Zapatero en esta crisis es su pretendido interés en sustituir el actual modelo económico español, basado en el "ladrillo", por uno nuevo. Se trata de una afirmación para la galería, a pesar de que el nuevo modelo es urgente e imprescindible para salir de la crisis. Sin embargo, sin un debate previo, sin un análisis de las posibilidades de España y sin una reactivación del tejido económico, hoy casi en estado de coma, hablar de un nuevo modelo español de desarrollo equivale a querer construir un palacio empezando por el tejado. Es un nuevo brindis propagandístico de los habituales en ZP.
En resumen: un nuevo gobierno para hacer lo mismo, pero con más fuerza política y sustituyendo a ministros quemados y fracasados. Ningún cambio de rumbo. Otra operación de imagen de ZP, que nace sin consistencia ni capacidad de despertar ilusión. El gobierno, consciente de que ya no hay dinero suficiente para seguir gobernando repartiendo dinero a manos llenas y comprando alianzas y voluntades, refuerza su potencia política con Chaves y Pepiño, y relanza su imagen con nuevos ministros y ministras más atractivos. Persistencia en el error, cosmética y relevos en un equipo que tal vez pase a la historia como el "enterrador" de la España próspera.
La incorporación al gabinete de Manuel Chaves y Pepiño Blanco, presidente y vicesecretario general del PSOE, respectivamente, representa la máxima implicación del partido en la batalla final por el poder, un recurso desesperado con el que Zapatero aspira a frenar el ascenso del PP hacia la Moncloa, su fracaso personal como gobernante y la caída, cada día más acelerada, de su prestigio y popularidad. Manuel Chaves ha recibido la orden de recomponer las alianzas rotas y de frenar la pérdida de aliados del PSOE, recuperando, si fuera posible, el viejo objetivo de aislar al PP y cerrarle el camino del poder, mientras que Pepiño Blanco tiene como misión principal reactivar la economía desde el poder, impulsando, sobre todo, las obras públicas.
La política sigue siendo la misma, pero no las personas. Zapatero sigue negándose a bajar los impuestos y continua despreciando a la empresa y al mercado como protagonistas de la creación de empleo y riqueza. Su fe en que sólo el gobierno, a través del gasto público, puede reactivar la economía, sigue intacta. Para que demuestre la bondad de esa política "radical" de izquierdas ha llamado a su amigo Pepiño, que gestionará el ministerio más inversor y rico.
La lucha contra la crisis ha constituido el mayor fracaso del gobierno de Zapatero porque todas las medidas de Solbes no han surtido efecto alguno, a pesar de que el endeudamiento ha sido atroz, hasta el punto de que la crisis en España es hoy tres veces más grave que en cualquier país de nuestro entorno. Como prueba de ello, destaca el terrible dato de que de cada diez puestos de trabajo destruidos en Europa, siete son españoles. Para cambiar de imagen y para lograr más vigor y eficacia, ha llamado a Elena Salgado, pero su misión no será cambiar la política económica, sino únicamente reflejar más fiabilidad y fuerza que el cansado y quemado vicepresidente económico Pedro Solbes.
Los demás cambios son secundarios y buscan apoyos de grupos influyentes y poderosos de la sociedad. Ángel Gabilondo tiene la misión de poner al servicio del gobierno el lobby más poderoso del país, el de los profesores universitarios, y en segundo lugar, reformar, si es posible, la enseñanza, que hoy está considerada como la peor de Europa y la que ostenta el vergonzoso liderazgo europeo en fracaso escolar (31 por ciento). González Sinde tiene que reforzar la alianza de "la ceja" y garantizar la adhesión de los artistas en una etapa donde habrá menos dinero. La sustitución de Bernar Soria es de manual porque cambia un ministro anodino por una ministra que tiene buena imagen en los medios y en la sociedad.
La gran mentira esgrimida por Zapatero en esta crisis es su pretendido interés en sustituir el actual modelo económico español, basado en el "ladrillo", por uno nuevo. Se trata de una afirmación para la galería, a pesar de que el nuevo modelo es urgente e imprescindible para salir de la crisis. Sin embargo, sin un debate previo, sin un análisis de las posibilidades de España y sin una reactivación del tejido económico, hoy casi en estado de coma, hablar de un nuevo modelo español de desarrollo equivale a querer construir un palacio empezando por el tejado. Es un nuevo brindis propagandístico de los habituales en ZP.
En resumen: un nuevo gobierno para hacer lo mismo, pero con más fuerza política y sustituyendo a ministros quemados y fracasados. Ningún cambio de rumbo. Otra operación de imagen de ZP, que nace sin consistencia ni capacidad de despertar ilusión. El gobierno, consciente de que ya no hay dinero suficiente para seguir gobernando repartiendo dinero a manos llenas y comprando alianzas y voluntades, refuerza su potencia política con Chaves y Pepiño, y relanza su imagen con nuevos ministros y ministras más atractivos. Persistencia en el error, cosmética y relevos en un equipo que tal vez pase a la historia como el "enterrador" de la España próspera.