El Diccionario de la Real Academia Española registra la palabra "conchupancia" con marca de venezolanismo, y la define como "contubernio", y a renglón seguido precisa que conchupancia es sinónimo de contubernio en la tercera acepción de este vocablo: "alianza vituperable". El estupendo Diccionario de venezolanismos, de María Josefina Tejera (Universidad Central de Venezuela / Academia Venezolana de la Lengua / Fundación Edmundo y Hilde Schnoegass), define el término con más precisión: es una expresión coloquial con el significado de "Contubernio, alianza dolosa, especialmente entre políticos".
Cuando Touriño se compra, con el dinero de los españoles y en tiempos de crisis, un coche de medio millón de euros y, como consecuencia, su partido le reelije como candidato a seguir presidiendo la Xunta, ambas partes están "conchupando", al igual que "conchupan" los muchos alcaldes que recalificaron terrenos de sus amigos, los recaudadores de los distintos partidos y los políticos de diferente pelaje que han cobrado comisiones por favores y se han enriquecido a velocidad de vértigo, sin poder justificar sus cuantiosos ingresos. "Conchupan", entre otros muchos, los que apoyan el abuso de la SGAE cuando cobra el canon por discos vírgenes o por sevillanas del siglo XIX, que están libres de derechos.
En términos populares, la "conchupancia" es un sinónimo de corrupción política y define el acto de chupar o robar del erario público en grupo, como suelen hacerlo los políticos corruptos, que roban amparados por el partido o por un grupo de poder concreto y activo.
Los españoles nos reíamos hace tres décadas, en los años finales del Franquismo y en los primeros de la democracia, de las muchas expresiones latinoamericanas que definían la corrupción o la degradación política, males que en aquella España honrada y esforzada se desconocían y se miraban como pintorescos y ajenos. Nos impresionaba que la policía mexicana "mordiera" y nos reíamos de ese concepto de "mordida", expresión gráfica y potente del cohecho y de la corrupción de la autoridad o del poder público. Nos reímos todavía más de aquella expresión de los periodistas corruptos mexicanos cuando reclamaban "colirio" (dinero) a los jefes de prensa de los ministerios, "para poder ver bien la noticia". Nos carcajeabamos de expresiones tan gráficas y contundentes como "remamahuevos", ofensa que unos políticos lanzaban contra otros.
Nuestra España de hoy ya no puede reírse ante aquellas expresiones latinoamericanas porque los fenómenos que describían conviven ya íntimamente con nosotros. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que "la conchupancia, la mordida y el cohecho nos han invadido, impulsados por la legión de remamahuevos gobernantes de la pseudodemocracia española actual". Tambien es correcto afirmar que miles de periodistas españoles reciben sus correspondientes dosis de "colirio" para que sólo vean la información desde la óptica que conviene al poder.
La corrupción ya está en nuestras vidas tan presente como otros signos exitosos de la cultura latinoamérica, como las telenovelas y las bandas de latin kings que asolan las ciudades.
En la sufrida y degradada España de Zapatero crecen como la espuma las mordidas y los casos de "conchupancia". Muchos "conchupan" en España y son demasiados los que "muerden". En mis tiempos mexicanos, me reía mucho con un anuncio de Televisa en el que un policía detenía a un vehículo que circulaba rápido y por la izquierda para multarle, pero el conductor sacaba por la ventanilla una barra de pan y el policía, después de morderla, dejaba al vehículo marchar en paz. Era un anuncio televisivo de una panadería. Aquí en España podría copiarlo la marca Bimbo, por ejemplo, y tendría ya un aceptable éxito.
El alcalde del pueblo andaluz de Puerto Real, José Antonio Barroso, está siendo juzgado por haber llamado "corrupto" a Don Juan Carlos, rey de los españoles, del que dice que asumió la Corona con una mano delante y otra detrás y hoy es una de las grandes fortunas del país. Si le hubiera llamado "conchupador" tal vez se hubiera librado del juicio de Grande Marlasca.
La que es evidente es que la llegada de los nuevos términos y conceptos que definen y enriquecen la corrupción y el cohecho son ya una realidad en una España que avanza a pasos agigantados por las rutas del deterioro moral y la corrupción generalizada, algo impensable en la generación que vio morir al Caudillo o en la que, inocente ella, tras la muerte del dictador, creyó que estaba construyendo una democracia.
Cuando Touriño se compra, con el dinero de los españoles y en tiempos de crisis, un coche de medio millón de euros y, como consecuencia, su partido le reelije como candidato a seguir presidiendo la Xunta, ambas partes están "conchupando", al igual que "conchupan" los muchos alcaldes que recalificaron terrenos de sus amigos, los recaudadores de los distintos partidos y los políticos de diferente pelaje que han cobrado comisiones por favores y se han enriquecido a velocidad de vértigo, sin poder justificar sus cuantiosos ingresos. "Conchupan", entre otros muchos, los que apoyan el abuso de la SGAE cuando cobra el canon por discos vírgenes o por sevillanas del siglo XIX, que están libres de derechos.
En términos populares, la "conchupancia" es un sinónimo de corrupción política y define el acto de chupar o robar del erario público en grupo, como suelen hacerlo los políticos corruptos, que roban amparados por el partido o por un grupo de poder concreto y activo.
Los españoles nos reíamos hace tres décadas, en los años finales del Franquismo y en los primeros de la democracia, de las muchas expresiones latinoamericanas que definían la corrupción o la degradación política, males que en aquella España honrada y esforzada se desconocían y se miraban como pintorescos y ajenos. Nos impresionaba que la policía mexicana "mordiera" y nos reíamos de ese concepto de "mordida", expresión gráfica y potente del cohecho y de la corrupción de la autoridad o del poder público. Nos reímos todavía más de aquella expresión de los periodistas corruptos mexicanos cuando reclamaban "colirio" (dinero) a los jefes de prensa de los ministerios, "para poder ver bien la noticia". Nos carcajeabamos de expresiones tan gráficas y contundentes como "remamahuevos", ofensa que unos políticos lanzaban contra otros.
Nuestra España de hoy ya no puede reírse ante aquellas expresiones latinoamericanas porque los fenómenos que describían conviven ya íntimamente con nosotros. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que "la conchupancia, la mordida y el cohecho nos han invadido, impulsados por la legión de remamahuevos gobernantes de la pseudodemocracia española actual". Tambien es correcto afirmar que miles de periodistas españoles reciben sus correspondientes dosis de "colirio" para que sólo vean la información desde la óptica que conviene al poder.
La corrupción ya está en nuestras vidas tan presente como otros signos exitosos de la cultura latinoamérica, como las telenovelas y las bandas de latin kings que asolan las ciudades.
En la sufrida y degradada España de Zapatero crecen como la espuma las mordidas y los casos de "conchupancia". Muchos "conchupan" en España y son demasiados los que "muerden". En mis tiempos mexicanos, me reía mucho con un anuncio de Televisa en el que un policía detenía a un vehículo que circulaba rápido y por la izquierda para multarle, pero el conductor sacaba por la ventanilla una barra de pan y el policía, después de morderla, dejaba al vehículo marchar en paz. Era un anuncio televisivo de una panadería. Aquí en España podría copiarlo la marca Bimbo, por ejemplo, y tendría ya un aceptable éxito.
El alcalde del pueblo andaluz de Puerto Real, José Antonio Barroso, está siendo juzgado por haber llamado "corrupto" a Don Juan Carlos, rey de los españoles, del que dice que asumió la Corona con una mano delante y otra detrás y hoy es una de las grandes fortunas del país. Si le hubiera llamado "conchupador" tal vez se hubiera librado del juicio de Grande Marlasca.
La que es evidente es que la llegada de los nuevos términos y conceptos que definen y enriquecen la corrupción y el cohecho son ya una realidad en una España que avanza a pasos agigantados por las rutas del deterioro moral y la corrupción generalizada, algo impensable en la generación que vio morir al Caudillo o en la que, inocente ella, tras la muerte del dictador, creyó que estaba construyendo una democracia.
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