Los partidos políticos nacieron con el fin de facilitar la participación de los ciudadanos en la política o, dicho de otro modo, para servir de intermediarios entre la sociedad y el poder, llevando con autoridad los deseos del pueblo hasta el gobierno.
De aquellos partidos-puentes ya no queda nada. Los partidos descubrieron pronto que les convenía más estar donde el Estado y decidieron que era más rentable "dominar" al ciudadano que representarlo ante el poder. Hoy ya han abandonado al ciudadano y se han incorporado tanto al Estado que se han apoderado de sus estructuras y recursos. Con ese comportamiento traidor, también han abandonado la democracia.
El blog La República Constitucional explica esa gran tragedia para la ciudadanía con rara precisión:
Finalizada la guerra mundial, el miedo a un retorno de las ideologías totalitarias, motivó el blindaje del Estado con normas constitucionales que, suprimiendo la representación política mediante el sistema proporcional, convirtieron a los partidos en órganos estatales y en titulares del poder constituyente (soberanía), reservándoles la potencia de reformar la Constitución. Afamados juristas alemanes defendieron la supresión de la representación política, en favor de la democracia directa que suponía, para ellos, la integración de las masas en el Estado de Partidos. Y sucedió lo que tenia que suceder, conforme a la naturaleza de un poder incontrolado.
La integración de los partidos de masas en el Estado no produce la de las masas, sino la de los partidos, y éstos no conforman la voluntad general, sino la voluntad de poder de la clase política. Su transformación en órganos estatales los hace enemigos de la libertad y amigos del orden público. La falta de representación de la sociedad separa el país oficial del país real. Un mismo afán estatal une a los partidos en un consenso negador de la política y de la posibilidad de control del poder. La justicia sobre lo político se imparte en función de las cuotas judiciales de partido. La corrupción no la causa la débil moralidad de los gobernantes, sino la impunidad de sus crímenes. La conciencia nacional se disuelve en convenios de reparto del poder territorial entre ambiciones nacionalistas. Y la información de la verdad no tiene espacio en unos medios de comunicación que viven pendientes de los favores empresariales de los partidos estatales.
De aquellos partidos-puentes ya no queda nada. Los partidos descubrieron pronto que les convenía más estar donde el Estado y decidieron que era más rentable "dominar" al ciudadano que representarlo ante el poder. Hoy ya han abandonado al ciudadano y se han incorporado tanto al Estado que se han apoderado de sus estructuras y recursos. Con ese comportamiento traidor, también han abandonado la democracia.
El blog La República Constitucional explica esa gran tragedia para la ciudadanía con rara precisión:
Finalizada la guerra mundial, el miedo a un retorno de las ideologías totalitarias, motivó el blindaje del Estado con normas constitucionales que, suprimiendo la representación política mediante el sistema proporcional, convirtieron a los partidos en órganos estatales y en titulares del poder constituyente (soberanía), reservándoles la potencia de reformar la Constitución. Afamados juristas alemanes defendieron la supresión de la representación política, en favor de la democracia directa que suponía, para ellos, la integración de las masas en el Estado de Partidos. Y sucedió lo que tenia que suceder, conforme a la naturaleza de un poder incontrolado.
La integración de los partidos de masas en el Estado no produce la de las masas, sino la de los partidos, y éstos no conforman la voluntad general, sino la voluntad de poder de la clase política. Su transformación en órganos estatales los hace enemigos de la libertad y amigos del orden público. La falta de representación de la sociedad separa el país oficial del país real. Un mismo afán estatal une a los partidos en un consenso negador de la política y de la posibilidad de control del poder. La justicia sobre lo político se imparte en función de las cuotas judiciales de partido. La corrupción no la causa la débil moralidad de los gobernantes, sino la impunidad de sus crímenes. La conciencia nacional se disuelve en convenios de reparto del poder territorial entre ambiciones nacionalistas. Y la información de la verdad no tiene espacio en unos medios de comunicación que viven pendientes de los favores empresariales de los partidos estatales.