Hoy se cumplen cinco años del atentado terrorista más sangriento y famoso de todos los tiempos, el perpetrado por el extremismo islamista contra las Torres Gemelas de Nueva York. Su impacto fue brutal en la conciencia mundial, en la cultura y en la política. Hoy, el mundo que vivimos es muy diferente del que existía antes de aquel 11-S. Analicemos las diferencias:
Antes del 11 S el predominio cultural, político y militar de Occidente era absoluto. No existía un enemigo declarado de la cultura occidental y de la democracia, nadie que tuviera entidad y fuerza para sustituir a la extinta y derrotada Unión Soviética. Tras el 11 S, el islamismo extremista se ha convertido en el gran enemigo, en un adversario formidable que combate en varios frentes a la vez: en el terrorismo, en la cultura, en la religión y en la economía, gracias al control del petroleo.
Los grandes atentados o golpes de efecto espectaculares se han convertido en una práctica común tras el 11 S. Han ocurrido en Madrid, Londres, Bali, Marruecos, India, Turquía y otros países.
Estados Unidos ha asumido el liderazgo en la defensa de Occidente y la democracia se ha convertido en el principal signo de identidad de la cultura occidental.
Afganistán e Irak han sido invadidos y Estados Unidos consiguió remover en esos países gobiernos hostiles, pero generando, al mismo tiempo, una fuerte resistencia armada, hasta el punto de que antes del 11 S, para atacar a Estados Unidos había que operar en su territorio, mientras que hoy es fácil herirlo en esos países, donde acuden constantemente voluntarios islamistas fanatizados.
Saddam Hussein, hoy derrotado y derrocado, era un valioso muro de contención frente a Al Qaeda y el fundamentalismo chiíta, alimentado por Irán.
El fundamentalismo islamista se ha fortalecido en todo el mundo y constituye hoy un serio peligro para Occidente.
Europa ha mostrado una inesperada y sorprendente debilidad en la lucha por sus valores. Estados Unidos no ha podido contar con sus aliados europeos, excepto con Gran Bretaña, en su lucha contra el enemigo común.
Las cifras de esta guerra de civilizaciones son escalofriantes: la batalla antiterrorista ha costado en torno a 100.000 vidas y ha producido 4,5 millones de desplazados, mientras que Estados Unidos ha gastado en esa lucha más de lo que le costó el conflicto de Vietnam.
Bin Laden y los jefes talibanes siguen vivos y libres, con su prestigio alto en el mundo islámico. Al Qaeda dejó de ser un grupo marginal para convertirse en el centro de la lucha contra Occidente, una organización admirada y financiada por buena parte del rico mundo islámico.
Siria e Irán se fortalecen y se convierten en la punta de lanza del ataque islamista contra Occidente. El radicalismo islamista avanza casi en todos los países musulmanes, sobre todo en Pakistán, Líbano y Palestina.
La guerra contra el radicalismo islamico ha hecho que Estados Unidos descuide su retaguardia estratégica. Así, en el continente americano, se fortalece cada día la opción antiamericana, liderada por Fidel Castro y Hugo Chávez, generando discípulos y apoyos en Bolivia, México, Perú y otros países del área.
En el plano diplomático, Estados Unidos pierde posiciones y ha quedado roto el consenso antiterrorista generado tras los atentados del 11 de septiembre. Rusia, China, la Unión Europea y Sudamérica se distancias de las tesis de Washington.
José María Aznar, uno de los soportes de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo, perdió las elecciones, mientras que Tony Blair y el propio Bush pierden popularidad y se encuentran en el ocaso de sus carreras políticas.
A la sombra del 11 S y de la guerra contra el terrorismo, parte de la izquierde mundial ha descubierto sus cartas y se alinea claramente con las dictaduras y con los amigos del terrorismo. El caso más ostentoso es el de España, cuyo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha impuesto un giro de 180 grados en la política española, mostrándose ahora aliado y colaborador con dictadores como los que gobiernan Cuba y Venazuela, además de aliado de países autoritarios, de partido único y amigos del terrorismo, como Irán, Siria y otros.
Israel, el princiapl aliado de Estados Unidos y el más sólido bastión de la cultura occidental en el Próximo Oriente, está peligrosamente debilitados tras su reciente contienda en el Líbano y muchos observadores temen ya por su posible exterminio como Estado.
Antes del 11 S el predominio cultural, político y militar de Occidente era absoluto. No existía un enemigo declarado de la cultura occidental y de la democracia, nadie que tuviera entidad y fuerza para sustituir a la extinta y derrotada Unión Soviética. Tras el 11 S, el islamismo extremista se ha convertido en el gran enemigo, en un adversario formidable que combate en varios frentes a la vez: en el terrorismo, en la cultura, en la religión y en la economía, gracias al control del petroleo.
Los grandes atentados o golpes de efecto espectaculares se han convertido en una práctica común tras el 11 S. Han ocurrido en Madrid, Londres, Bali, Marruecos, India, Turquía y otros países.
Estados Unidos ha asumido el liderazgo en la defensa de Occidente y la democracia se ha convertido en el principal signo de identidad de la cultura occidental.
Afganistán e Irak han sido invadidos y Estados Unidos consiguió remover en esos países gobiernos hostiles, pero generando, al mismo tiempo, una fuerte resistencia armada, hasta el punto de que antes del 11 S, para atacar a Estados Unidos había que operar en su territorio, mientras que hoy es fácil herirlo en esos países, donde acuden constantemente voluntarios islamistas fanatizados.
Saddam Hussein, hoy derrotado y derrocado, era un valioso muro de contención frente a Al Qaeda y el fundamentalismo chiíta, alimentado por Irán.
El fundamentalismo islamista se ha fortalecido en todo el mundo y constituye hoy un serio peligro para Occidente.
Europa ha mostrado una inesperada y sorprendente debilidad en la lucha por sus valores. Estados Unidos no ha podido contar con sus aliados europeos, excepto con Gran Bretaña, en su lucha contra el enemigo común.
Las cifras de esta guerra de civilizaciones son escalofriantes: la batalla antiterrorista ha costado en torno a 100.000 vidas y ha producido 4,5 millones de desplazados, mientras que Estados Unidos ha gastado en esa lucha más de lo que le costó el conflicto de Vietnam.
Bin Laden y los jefes talibanes siguen vivos y libres, con su prestigio alto en el mundo islámico. Al Qaeda dejó de ser un grupo marginal para convertirse en el centro de la lucha contra Occidente, una organización admirada y financiada por buena parte del rico mundo islámico.
Siria e Irán se fortalecen y se convierten en la punta de lanza del ataque islamista contra Occidente. El radicalismo islamista avanza casi en todos los países musulmanes, sobre todo en Pakistán, Líbano y Palestina.
La guerra contra el radicalismo islamico ha hecho que Estados Unidos descuide su retaguardia estratégica. Así, en el continente americano, se fortalece cada día la opción antiamericana, liderada por Fidel Castro y Hugo Chávez, generando discípulos y apoyos en Bolivia, México, Perú y otros países del área.
En el plano diplomático, Estados Unidos pierde posiciones y ha quedado roto el consenso antiterrorista generado tras los atentados del 11 de septiembre. Rusia, China, la Unión Europea y Sudamérica se distancias de las tesis de Washington.
José María Aznar, uno de los soportes de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo, perdió las elecciones, mientras que Tony Blair y el propio Bush pierden popularidad y se encuentran en el ocaso de sus carreras políticas.
A la sombra del 11 S y de la guerra contra el terrorismo, parte de la izquierde mundial ha descubierto sus cartas y se alinea claramente con las dictaduras y con los amigos del terrorismo. El caso más ostentoso es el de España, cuyo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha impuesto un giro de 180 grados en la política española, mostrándose ahora aliado y colaborador con dictadores como los que gobiernan Cuba y Venazuela, además de aliado de países autoritarios, de partido único y amigos del terrorismo, como Irán, Siria y otros.
Israel, el princiapl aliado de Estados Unidos y el más sólido bastión de la cultura occidental en el Próximo Oriente, está peligrosamente debilitados tras su reciente contienda en el Líbano y muchos observadores temen ya por su posible exterminio como Estado.