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Cataluña, el gran fracaso de la política española



Algo muy malo y dañino debe haber en la política española cuando ha creado en Cataluña un rebelión plagada de fanáticos y una sociedad tan desquiciada y enferma que da miedo. Cataluña, sin duda alguna, es el gran fracaso de la política española y, sobre todo, de la mal llamada época democrática, un periodo donde en lugar de elevar el nivel de la convivencia y los valores, los políticos nos han construido una España escasamente democrática, injusta, desigual e internacionalmente desprestigiada que repugna cada día más a un mayor número de ciudadanos.
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La reciente manifestación de más de 45.000 catalanes independentistas en Bruselas, arropando a su presidente en fuga y exhibiendo rechazo a España y a Europa, aunque no nos guste, es un acontecimiento importante que merece ser evaluado y interpretado como un testimonio de que algo muy grave está fallando en la política española, un sistema que ha creado una sociedad como la catalana, dividida, sin garantías de convivencia en paz, crispada, llena de odio y al borde de dramas y episodios de enfrentamiento y violencia.

Afirmar que los que se desplazaron a Bruselas son una manada de locos fanatizados es demasiado simple. Hay que reconocer también que los políticos españoles, tanto los catalanes como los que han gobernado el resto de España, que son los creadores del monstruo, han fracasado, carecen de respet y prestigio y son hoy un verdadero peligro.

Cataluña, además de representar hoy una bofetada en pleno rostro de los político españoles, es también una prueba de la inutilidad y perversión del actual sistema de partidos, del fracaso del modelo autonómico, de la baja calidad de la democracia española, de la insuficiencia de las leyes para reprimir los abusos y delitos, de la escasa fiabilidad de los partidos políticos y de los políticos profesionales, de los defectos de la Ley Electoral y de los efectos demoledores que está teniendo la corrupción generalizada sobre la nación y sus instituciones.

Si millones de catalanes quieren independizarse y luchan para conseguirlo como están luchando, incluso arriesgando su seguridad y prosperidad, es porque el deseo de independencia es muy fuerte. Se mire como se mire, España no ha sabido ser lo bastante atractiva como nación para cautivar a los independentistas. En buena ley, no hay otra manera de entender el actual drama catalán que como uno de los mayores fracasos de España como nación.

Por muchas leyes que se quieran aplicar y por mucha represión que se desate contra los miserables que han conducido a su pueblo hasta el odio y la ruptura, el daño está causado y la sociedad catalana rota.

Son los políticos los grandes fracasados porque son ellos, los que desde una parte y otra, han conducido la situación hasta el borde del abismo, donde nos encontramos. Pero los ciudadanos de España y de Cataluña no pueden eludir su responsabilidad, muy inferior a la de los dirigentes, pero vergonzosa y cargada de culpas por haber elegido en las urnas a políticos miserables que han antepuesto sus propios intereses al bien común y que han protagonizado, durante décadas, sin que nadie se lo impida, brutalidades y abusos que han deteriorado la convivencia en Cataluña y la nación entera.

Si el drama catalán no es aprovechado para poner sobre la mesa el actual diseño de España, analizarlo y extraer conclusiones lógicas, entonces se habrán demostrado dos cosas: que el sistema no funciona y que es incapaz de regenerarse.

Una nación es el resultado de la voluntad colectiva de unos pueblos que han decidido caminar juntos en la Historia, dotándose de normas, leyes e instituciones comunes para conformar un Estado. tras asumir objetivos y metas compartidas. Si al menos la mitad de los catalanes quieren abandonar la nación, hay que asumir que el proyecto español está fracasando y que los nuestros políticos son en veneno letal para la nación.

El drama catalán es sólo el primer escalón del proceso de ruptura que está en marcha. Cuando los cientos de la nación fallan y sus miembros se sienten impotentes para cambiar a sus miserables dirigentes y experimentan ganas de marcharse, el fracaso es intenso e ineludible.

Lo terrible del caso español es que su clase política está tan deteriorada y dañada por la corrupción, el abuso y la falsa democracia que cabe desconfiar en que sea capaz de restañar las heridas abiertas en Cataluña y revertir la situación de ruptura en marcha. Los políticos españoles son incapaces de reformar a fondo el Estado, de acabar con las autonomías y de cumplir los muchos deseos frustrados de un pueblo que quiere menos privilegios para su clase dirigente, más justicia, mas igualdad de oportunidades, menos abuso de poder y el fin de esos nidos de despilfarro y destrucción de la patria en que se han convertido las autonomías.

La cruzada de odio que se vive en Cataluña es una de las peores en la historia moderna de Europa, comparable sólo a las que provocaron las dos guerras mundiales y la de los Balcanes.

España, incapaz de resolver el drama catalán con otras armas que no sean el uso de la ley y de la fuerza, está en peligro, no sólo por Cataluña sino porque el pueblo se siente prisionero de una clase política sin grandeza y sin mérito para dirigir la nación.

Francisco Rubiales

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Viernes, 8 de Diciembre 2017
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