Del alcalde de Sevilla se dijo un día que iba a ser el sucesor de Chávez al frente de la Junta de Andalucía, pero hoy, convertido ya en un lastre hasta para su propio partido, Alfredo Sánchez Monteseirín agoniza políticamente, tras haber sumido a su ciudad en el mal gobierno, el caos, la corrupción y la decadencia.
Sevilla, que en tiempo de la Expo 92 parecía tener impulso y querer colocarse como una de las ciudades más pujantes y competitivas de Occidente, es hoy una cloaca decadente, gobernada por una lamentable coalición "de izquierdas", integrada por el PSOE e Izquierda Unida, envuelta casi a diario en corrupciones y escándalos como los de las facturas falsas, Mercasevilla, la desaparición de la cubierta de un estadio deportivo, despilfarros contínuos, viajes inútiles de concejales, clientelismo, concursos sospechosos de amiguismo, colocaciones a dedo de amigos y familiares y ayudas a partidos comunistas extranjeros con dinero público.
La ciudad está en obras, pero la gestión de esas obras es arrogante y casi hostil para el ciudadano, que padece cientos de problemas por la innecesaria limitación de las calzadas con vallas que ocupan espacios desproporcionados, que convierten la circulación de vehículos y peatones en un infierno y que demuestran la escasa sensibilidad ciudadana de los gestores públicos.
El espectáculo de la agonía de Monteseirín es lamentable. Un alcalde que podría haber pasado a la historia como el hombre valiente que se atrevió a emprender las obras de peaotonalización y adaptación que el centro histórico necesitaba para frontar la modernidad, será recordado, probablemente, por la decadencia que vivió Sevilla durante su mandato y por la marea corrupta y maloliente que invadió su gobierno de coalición.
El escándalo de Mercasevilla es un verdadero drama maloliente, indicativo del grado de corrupción alcanzado por el gobierno municipal, que salpica a la Junta, donde está el corazón del poder socialista. Los directivos de esa empresa municipal pedían dinero a los empresarios a cambio de subvenciones y concesiones, dinero que era empleado para muchos fines ilícitos. Este escándalo se agrega a los ya numerosos denunciados por la prensa, entre ellos los más recientes: comilonas y mariscadas de políticos y envío de dinero público para subvencionar el comunismo cubano.
Si Sevilla fuera al menos una ciudad próspera y bien gestionada, algunos podrían considerar todo ese sucio dinero malgastado como un tributo al progreso, pero Sevilla no para de caer en el foso de la pobreza: ha dejado de ser un destino para congresos, el turismo gasta poco dinero y apenas pernocta, las empresas cierran y el número de parados y nuevos pobres crece de manera espeluznante, hasta el punto de que las colas en los comedores de caridad se han transformado ya en parte de un paísaje urbano que delata el mal gobierno y el más atroz retroceso.
Sevilla, que en tiempo de la Expo 92 parecía tener impulso y querer colocarse como una de las ciudades más pujantes y competitivas de Occidente, es hoy una cloaca decadente, gobernada por una lamentable coalición "de izquierdas", integrada por el PSOE e Izquierda Unida, envuelta casi a diario en corrupciones y escándalos como los de las facturas falsas, Mercasevilla, la desaparición de la cubierta de un estadio deportivo, despilfarros contínuos, viajes inútiles de concejales, clientelismo, concursos sospechosos de amiguismo, colocaciones a dedo de amigos y familiares y ayudas a partidos comunistas extranjeros con dinero público.
La ciudad está en obras, pero la gestión de esas obras es arrogante y casi hostil para el ciudadano, que padece cientos de problemas por la innecesaria limitación de las calzadas con vallas que ocupan espacios desproporcionados, que convierten la circulación de vehículos y peatones en un infierno y que demuestran la escasa sensibilidad ciudadana de los gestores públicos.
El espectáculo de la agonía de Monteseirín es lamentable. Un alcalde que podría haber pasado a la historia como el hombre valiente que se atrevió a emprender las obras de peaotonalización y adaptación que el centro histórico necesitaba para frontar la modernidad, será recordado, probablemente, por la decadencia que vivió Sevilla durante su mandato y por la marea corrupta y maloliente que invadió su gobierno de coalición.
El escándalo de Mercasevilla es un verdadero drama maloliente, indicativo del grado de corrupción alcanzado por el gobierno municipal, que salpica a la Junta, donde está el corazón del poder socialista. Los directivos de esa empresa municipal pedían dinero a los empresarios a cambio de subvenciones y concesiones, dinero que era empleado para muchos fines ilícitos. Este escándalo se agrega a los ya numerosos denunciados por la prensa, entre ellos los más recientes: comilonas y mariscadas de políticos y envío de dinero público para subvencionar el comunismo cubano.
Si Sevilla fuera al menos una ciudad próspera y bien gestionada, algunos podrían considerar todo ese sucio dinero malgastado como un tributo al progreso, pero Sevilla no para de caer en el foso de la pobreza: ha dejado de ser un destino para congresos, el turismo gasta poco dinero y apenas pernocta, las empresas cierran y el número de parados y nuevos pobres crece de manera espeluznante, hasta el punto de que las colas en los comedores de caridad se han transformado ya en parte de un paísaje urbano que delata el mal gobierno y el más atroz retroceso.