Información y Opinión

¿Cambiar los protocolos o cambiar la forma de gobernar?



Los políticos que han condenado los abucheos y pitidos a Zapatero en el Paseo de la Castellana desconocen la democracia y sus reglas y se expresan desde ámbitos autoritarios y antidemocráticos. Algunos, como el rey, por respeto a su elevado rango en la Jefatura del Estado, nunca deberían condenar esas legítimas expresiones populares de protesta. Otros, como José Bono, lo han hecho con soberbia y rabia, exteriorizando un peligrosa contaminación política totalitaria. Aunque al final han rectificado y no diseñarán nuevos protocolos para impedir la expresión del pueblo, las primeras reacciones del gobierno han dejado al descubierto su espíritu antidemocrático y sus tendencias autoritarias y anticiudadanas.
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La reacción del gobierno ante el rechazo público de los ciudadanos, plasmado en una sonora pitada y abucheo al presidente del gobierno durante el desfile militar del 12 de octubre, ha sido totalitaria y antidemocrática. Para evitar ser abucheados en el futuro, van a cambiar los protocolos, en lugar de cambiar de actitud. Cambiar los protocolos equivale a elevar la muralla que les separa de los ciudadanos. Creen que es el pueblo el que se equivoca, no ellos, y son incapaces de extraer las conclusiones correctas. Ni siquiera sospechan la verdad: que los ciudadanos están cansados del peor gobernante de la España moderna, al que le exigen que dimita y convoque elecciones.

Son tan arrogantes los gobernantes y están tan alienados que lo confunden todo. Olvidan que el pueblo, en democracia, salvo excepciones muy especiales, siempre tiene razón. Contrariados porque el pueblo les abuchea y rechaza, van a cambiar los protocolos, cuando lo que debían cambiar es la forma de gobernar. En democracia, los gobernantes, no sólo tienen que gobernar bien, sino también producir con sus decisiones satisfacción al pueblo, que es el que paga la cuenta y el soberano del sistema.

Ante las protestas ciudadanas, en lugar de asumir que algo hacen mal, han alejado la tribuna de autoridades y elevado los decibelios de los altavoces, para ahogar las protestas, un tíc genuinamente dictatorial. El espectáculo de la "casta" arrogante es bochornoso y nada democrático. Se comportan como los viejos aristócratas del "Antiguo Régimen" o como los señores feudales, que se consideraban superiores al pueblo y miembros de una estirpe de intocables. No están tan lejos de los ciudadanos como llegó a estarlo Stalin, pero la distancia que separa a Zapatero de su pueblo se ensancha cada día más, aunque él y los suyos lo ignoran. Si después de cambiar los protocolos de la Fiesta Nacional continúan los abucheos, es probable que prohiban la presencia de los ciudadanos. Si las protestas siguieran, tal vez prohibirían la libertad. El final de la escalada es prohibir a los ciudadanos mismos.

A Zapatero, sin autocrítica alguna, se le ha ocurrido pedir "mas respeto" a los ciudadanos, pero muchos creemos que no merece respeto quien se aferra al poder y se niega a que el pueblo se pronuncie en las urnas, a pesar de que ha perdido la confianza, es rechazado por más del 80 por ciento de su pueblo y está peor valorado que Cayo Lara. ¿Tiene derecho a reclamar respeto quien ha perdido la confianza de los ciudadanos y conduce a su país hacia la derrota, el fracaso y la ruina?

Una de la claves de la democracia es la necesidad de "decir la verdad al poder". Si el poder no quiere escucharla, se deslegitima y merece ser sustituido. Otra de las claves de la democracia, un sistema aparentemente desconocido por el gobierno de Zapatero, es que el pueblo tiene derecho a expresarse, incluso de manera vehemente y extrema. Esperanza Aguirre ha dado en la diana al afirmar que "los políticos están obligados a aguantar abucheos;. Ruíz Gallardón también dice sobre los abucheos contra Zapatero algo sensato: que hay que asumirlos "con respeto y normalidad". Pero Zapatero, desde su arrogancia, quiere eludirlos.

Zapatero debería leer a miles de autores que cuestionan las actitudes antidemocráticas y pretiránicas que él practica. Noam Chomski, por ejemplo, critica con fuerza a las personas dedicadas a la política que practican el "todo para el pueblo, pero sin el pueblo" y explica y demuestra que "los que detentan el poder nunca quieren verse bajo ningún tipo de control popular y democrático". El mismo autor sintetiza su tesis sobre la opresión encubierta afirmando que "los gobiernos deben dejar de subirse a nuestras espaldas".

Es probable que Zapatero esté cayendo en la tentación totalitaria de escribir el guión al que, en su opinión, deben someterse los ciudadanos. El problema es que en democracia son los ciudadanos los que tienen el derecho a escribir el guión, no los gobernantes.

El presidente de los españoles debería recordar aquella sentencia de Wildman, según la cual "Todo poder está originariamente en el pueblo... Ninguna autoridad tiene competencia que no derive del pueblo." Eso significa que los deseos y mandatos del pueblo deben ser obedecidos por el político elegido. Zapatero aduce, a través de sus adláteres, que los que pretestaban en el Paseo de la Castellana no eran el pueblo puro sino agentes del PP y de la extrema derecha. Sin embargo, ¿qué podrá decir cuando más el 80 por ciento de los españoles afirman en las encuestas que no se fían de él y que no se sienten satisfechos con su mandato?

A Zapatero solo le quedan dos opciones: o dimisión o tiranía. Como decía Lilburne, "Cuando los agentes del pueblo (políticos elegidos) se apartan de la voluntad popular, degeneran en tiranos".


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Jueves, 14 de Octubre 2010
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