Créame si le confieso o reconozco (como estoy haciendo) que tenía el propósito noble y doble o gemelo de advertirle a usted, amable, atento, dilecto y selecto lector, de que el texto que sigue, tal vez debería de habérmelo inspirado mi estro el veintiocho del mes que viene, y de pedirles mil disculpas y otros tantos perdones (por haberles hecho sujetos-objetos de las distintas inocentadas) a las personas que se mencionan luego, porque pueden llegar a sentirse esperpentizadas. Pero me he hecho la siguiente reflexión-pregunta, ¿qué alta inteligencia, si de verdad lo es, será incapaz de esbozar, de buena gana, una ingenua sonrisa y hasta de soltar, de buen grado, una sonora carcajada al contemplar su propia caricatura? Mas, inopinadamente, como un rayo, ha vuelto a hacer acto de presencia mi plectro y a ir, como acostumbra, a lo suyo, que no es otra cosa que dictarme: dilecto heraldo, no dilapides más tu tiempo advirtiendo, disculpándote o divagando, mientras vagas o vagueas, y escribe, mi preferido amanuense, que, si te he revelado hoy el texto que obra abajo, es por la sencilla razón de que para dentro de siete semanas cabales, con ocasión de la festividad de los Santos Inocentes, te tengo reservado otro, que es una perita en dulce y de una calidad excelsa, inusitada; así que, ¡chitón!; y continúa manejando la péndola, mientras vaya oscilando el péndulo.
Cultura y Educación siempre formaron una excelente yunta de bueyes para labrar el campo yermo que cada quien, quisque o uno de nosotros fuimos cuando lo desconocíamos todo. Y, llegados a esta primera pausa o punto y seguido del segundo párrafo, acaso convenga hacer una distinción preliminar, sí, pero radical, definitiva, entre nesciente y tonto. Ignorante, sin discusión, es el que no sabe; zote, en cambio, es el que no aprende por la inconcusa incomodidad o el apodíctico esfuerzo que requiere o lleva aparejado todo tipo de aprendizaje (porque -sólo es una intuición o sospecha- a nadie privó Dios de la voluntad de aprender).
Hoy, deshecha la pareja, roto el tándem, de las riendas del primer manso, Cultura, se encarga y (pre)ocupa doña Carmen Calvo, un poema de versos libres y sueltos, sin metro ni rima. El ramal o ronzal del segundo, Educación, lo lleva, ¡quién lo iba a decir!, doña María Jesús San(jo)segundo, la Sagrada Familia (con perdón –el menda lerenda no pretende mofarse de la religión católica, apostólica y romana-) del rito de la paja o del pajarito, según unos; del tipo que roe o del pitorreo, según otros.
Aquí, en esta piel de toro puesta a secar que algunos hemos dado en urdir de esta guisa, E(s-x)paña, y ahora, ser ministra o jefa del Ejecutivo, junto con ser Infanta (y aun pre-Princesa y hasta proto-Reina), son tres de los vario(pinto)s altos cargos o puestos gordos a los que la mujer española puede aspirar (y, por favor, que ningún tontolaba venga a joder la marrana, lanzándome la contumelia o el remoquete, el baldón o el oprobio, de misógino, porque, sencillamente, no lo soy –y es que lo propio cabe decir del varón patrio-), desde que presidente del Consejo de Ministros (y no por delegación) puede llegar a serlo el campeón de los embele(c-s)adores de la sonrisa y as de los prestidigitadores del talante (que no del talento), siempre que al adversario le abandone inesperadamente buena parte de su afición, que algunos dudan entre denominar carisma o su anagrama, políticamente incorrecto, maricas (y, si usted quiere, que nadie venga a tocarme las narices, columpiándose y calumniándome con que soy un homófobo redomado -porque tampoco gasto tal condición-).
Ángel Sáez García
Cultura y Educación siempre formaron una excelente yunta de bueyes para labrar el campo yermo que cada quien, quisque o uno de nosotros fuimos cuando lo desconocíamos todo. Y, llegados a esta primera pausa o punto y seguido del segundo párrafo, acaso convenga hacer una distinción preliminar, sí, pero radical, definitiva, entre nesciente y tonto. Ignorante, sin discusión, es el que no sabe; zote, en cambio, es el que no aprende por la inconcusa incomodidad o el apodíctico esfuerzo que requiere o lleva aparejado todo tipo de aprendizaje (porque -sólo es una intuición o sospecha- a nadie privó Dios de la voluntad de aprender).
Hoy, deshecha la pareja, roto el tándem, de las riendas del primer manso, Cultura, se encarga y (pre)ocupa doña Carmen Calvo, un poema de versos libres y sueltos, sin metro ni rima. El ramal o ronzal del segundo, Educación, lo lleva, ¡quién lo iba a decir!, doña María Jesús San(jo)segundo, la Sagrada Familia (con perdón –el menda lerenda no pretende mofarse de la religión católica, apostólica y romana-) del rito de la paja o del pajarito, según unos; del tipo que roe o del pitorreo, según otros.
Aquí, en esta piel de toro puesta a secar que algunos hemos dado en urdir de esta guisa, E(s-x)paña, y ahora, ser ministra o jefa del Ejecutivo, junto con ser Infanta (y aun pre-Princesa y hasta proto-Reina), son tres de los vario(pinto)s altos cargos o puestos gordos a los que la mujer española puede aspirar (y, por favor, que ningún tontolaba venga a joder la marrana, lanzándome la contumelia o el remoquete, el baldón o el oprobio, de misógino, porque, sencillamente, no lo soy –y es que lo propio cabe decir del varón patrio-), desde que presidente del Consejo de Ministros (y no por delegación) puede llegar a serlo el campeón de los embele(c-s)adores de la sonrisa y as de los prestidigitadores del talante (que no del talento), siempre que al adversario le abandone inesperadamente buena parte de su afición, que algunos dudan entre denominar carisma o su anagrama, políticamente incorrecto, maricas (y, si usted quiere, que nadie venga a tocarme las narices, columpiándose y calumniándome con que soy un homófobo redomado -porque tampoco gasto tal condición-).
Ángel Sáez García