Colaboraciones

CUANDO UNO DESPIERTA



Reproducimos el magnífico artículo CUANDO UNO DESPIERTA, escrito por un nuevo colaborador de Voto en Blanco, al que animamos a que siga enriqueciéndonos con sus textos.
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Tengo cincuenta y cuatro años. Soy un hombre normal. Funcionario, con mujer y dos hijos. Desde joven, mi padre me inculcó el respeto por los demás. Sobre todo, por las personas de bien. Con palabra. Honestos y de apretón fuerte en las manos. Los valores que primaban eran la honradez, el trabajo duro y la lealtad. Y un respeto infinito a la ley y a esas normas que nos damos los humanos para diferenciarnos de los animales.

Todo se ha venido abajo.

El despertador de la verdad ha sonado. Y al abrir los ojos, ya no veo lo que antes.

Leo a diario los periódicos. Me empapo de las noticias en una televisión alienante. Visito supuestos blogs de periodistas independientes. Buscando, sin duda, algo a lo que aferrarme, para mantener mi anterior visión del mundo.

Es inútil.

La palabra, ese don divino concedido a esta especie superior, ha perdido todo su poder. Toda su capacidad de comunicación.

Sólo es un arma (la más letal) para engañar. Para arrastrar a nuestro bando, a aquellos incautos que continúan confiando en el binomio palabra = idea.

Nuestros representantes, aquellos a los que les otorgamos nuestra confianza, aquellos a los que votamos porque velen por nuestros intereses, por nuestra vida, se han convertido en truhanes de feria, en voceros de una macabra tómbola, cuyo único fin es vender papeletas a precio de oro, para regalarnos la “muñeca chochona”.

Nos venden un boleto, sin apenas valor, amparados en su cansina verborrea, para obtener unos beneficios que sólo serán repartidos entre ellos, cuándo los focos de la feria se apaguen y los ingenuos participantes, vuelvan de nuevo a su casa.

Ellos son una familia, mafiosa, pero al fin y al cabo, familia. Llevan años deambulando por los pueblos del mundo, hermanados en el circo de la mentira, pertrechados con altavoces y bufones que ensalzan sus virtudes y nos arrastran al mayor espectáculo del mundo.

Pero, en realidad, sólo quieren espectadores. Seres mudos que aplaudan sus piruetas y que , de vez en cuándo, exhalen al unísono un ¡¡¡¡Ohhhhh!!!.

Da igual que los payasos sean de izquierdas o de derechas. Da igual que tengan más o menos gracia.

El caso es recaudar, noche tras noche, para continuar viviendo en ese reducto cerrado en el que se sienten intocables, protegidos y privilegiados.

Cuando uno despierta, el taquillero, los trapecistas de salón, los domadores de hombres y los malabaristas del lenguaje, ya no le parecen divertidos, ni siquiera respetados.

Cuando uno despierta, su mirada se ha dotado de rayos X, que sólo ve el interior de esa troupe corrupta, ególatra y endogámica, que mantiene un tipo de vida, alejado del común de los mortales.

Y, alarmado, absolutamente desconcertado, cierra los ojos, implorando que la cruda realidad sea sólo una pesadilla y que el sueño profundo sea la agradable realidad. La de siempre.

Pero, es imposible. Ha despertado. Por fin, ha despertado y ya no está dispuesto a comprar una entrada para ver una patraña, una función aderezada de efectos especiales.

Y se refugia en solitarios compañeros de vigilia, pocos, desangelados, pero reconocibles en esa mirada profunda, sorprendida y honda, que caracteriza a los zombies del desencanto.

Cuando uno despierta, se ha perdido la esperanza.

Y un pensamiento se apodera de todo su ser....JUSTICIA. Y valor para quemar el Circo de una mentira que, en letras de neón, ellos llamaban Democracia.

Eduardo A. Carmona Martínez

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Viernes, 20 de Enero 2012
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